La carrera literaria de Ana María Fuster Lavín ha dejado un legado extraordinario de obras poéticas y narrativas. Sus libros son joyas sobre los estantes de mi librero. Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que leí un cuento suyo, “La dignidad de los muertos”.
Sentimos amor.
En [Cuestión de género] Carnaval de Sangre 2 (Ed. EDP, 2019) queda demostrado, una vez más, que la ficción de Fuster Lavín no solo es transformativa por la manera peculiar en que la escritora observa y traduce el mundo, sino que además tiene la finalidad dual de ser espejo y ventana. El espejo en la literatura es un objeto que tiene misterio y poder de atracción. En un espejo, los personajes se reflejan, se ocultan, se confiesan, se deforman. Los textos literarios como espejos tienen esa misma función. Por eso nos acercamos a literaturas cuyos personajes guarden similitudes con nosotros. De una forma u otra, ver nuestro individualismo reflejado en ellas nos ayuda a entender nuestra historia, nuestras luchas, nuestros pesares más escondidos. En los microcuentos que componen esta antología personal, Fuster Lavín nos comparte pinceladas de la vida cotidiana desde lo íntimo, desde ese mirar al espejo, y desde el otro lado del espejo, que podría ser donde vivimos nosotros, los lectores, y los individuos que componen nuestra sociedad. Entre los espejos que encontramos en [Cuestión de género], hay uno en el que se reflejan agrietados fragmentos de vida que debemos reparar mientras Fuster Lavín nos educa sobre machismo, microagresiones y la destrucción y recomposición del ser. Como bien nos sugiere en uno de sus epígrafes, este libro nos invita a enfrentarnos a realidades incómodas, esas realidades que nos corroen y maldicen como personas, y aquellas otras que corrompen nuestra sociedad. Mientras, igual que el resto de su obra, esta antología mantiene el hilo conductor de difuminar el plano real con “el otro lado”, y obligarnos así a mirar qué hay más allá del cristal que componen nuestras ventanas. ¿Cómo puedo disminuir el dolor del otro? ¿Cómo se aprende a escuchar, a tomar acción? ¿Qué transciende más allá del individualismo? ¿Una mirada ajena que nos percibe como seres deformes, incompletos, deficientes? ¿Qué tipo de colectivo social somos? ¿Dónde yacen nuestras desventajas, nuestras injusticias? ¿Qué ventanas Fuster Lavín pone a disposición de la sociedad puertorriqueña?
Aquí, en [Cuestión de género], Ana María Fuster Lavín le grita a la humanidad de forma alta y clara: “Nosotras queremos igualdad de condiciones, la equidad. El machismo es violencia, es prepotencia del varón sobre la mujer, dice el diccionario. Para mí, el feminismo es que mi mamá estuviera viva”. Y también, es un libro donde plasma, con habilidad y a modo de denuncia, las dificultades que enfrentan las mujeres en un mundo de hombres; es decir, plasma nuestras luchas, desde las más mínimas y ordinarias, para darnos lugar en una estructura social dominada por hombres. Aquí hay desde cuentos que presentan las violencias instauradas desde lo cotidiano, como son las dificultades que se topan las mujeres al intentar balancear una vida desdichada (y todavía inmejorable) en la cual se dedican a trabajar, criar niños, cocinar, lavar mierdas… y hay cuentos en los cuales, con poesía y metáforas, las violaciones sexuales quedan plasmadas precisamente como lo que son: un desprendimiento del ser, una muerte lenta y dolorosa. Sin embargo, quizás lo más importante a subrayar sea que [Cuestión de género] nos asegura que, aunque el patriarcado nos intente demonizar y separar las unas de las otras, no vamos solas por la vida, y todas somos una, todas nos llamamos Ana, Laura, Mariana, Nina… porque nos fusionamos en nuestra circunstancia de ser flores marchitas con firmes convicciones.
Leer [Cuestión de género] Carnaval de sangre 2 es adentrarnos a la psiquis de una escritora auténtica y perspicaz; es sumergirnos a una oscuridad devastadora que nos arropa y acaricia con violencia social; es alejarnos de su narrativa realista y sentirnos acogidos en aquella otra donde predomina lo sobrenatural y lo terrorífico como algo que podría pasar, porque consigue evocar pesadillas más sufribles que las que vivimos. [Cuestión de género] es mucho más que morbosidad: es extrañeza, frialdad, empatía y permanecer en el tiempo. También, un aviso inquietante repitiéndonos sin cesar que, aunque sea tan breve como una mariposa, “[e]l amor es un largo péndulo de posesiones y voces abrazadas a la supervivencia y al miedo”. Este es, sin duda alguna, un grato (re)encuentro con una de nuestras mentes literarias más prolíficas, aterradoras y conmovedoras.