Mi fe desnuda (El Cristo de Cellini) de Guillermo Arróniz (España)

Crítica literaria
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altEl destacado poeta madrileño de la imagen, Guillermo Arróniz, autor de De verso en Greco (2015) y Al amparo de unos dioses ajenos (2016), nos entrega en Mi fe desnuda (El Cristo de Cellini) (2019) un nuevo poemario místico donde continúa su cultivo de la écfrasis. En esta entrega, cifra en verso una serie de esculturas y pinturas sobre el Cristo crucificado.

Un extenso poema y quince sonetos van dilucidando el misterio de la redención desde el famoso desnudo “Cristo de Cellini”, también conocido como el “Cristo de El Escorial”, hasta “La crucifixión” y el “Jesús Salvador” de El Greco, el “Cristo en la columna” de Alonso Cano, y “El Calvario” de José Ribera (El Españolete), entre muchas otras obras.

Desde el primer verso, “El Cristo de Cellini” es un poema escrito en endecasílabos blancos, con un epígrafe del emblemático poema de Miguel de Unamuno, “El Cristo de Velázquez”. Arróniz se inserta en la tradición mística de la écfrasis o descripción poética de una imagen en versos partiendo de Unamuno sobre Velázquez para imitar ese recurso en su admiración a la luminosidad del mármol de la escultura: “El Cristo de Cellini es agua fría/ que limpia del dolor, que el alma sana:/un sol licuado que del sol dimana,/belleza natural que me extasía” (21). El hablante lírico fija su mirada en la estatua desnuda de Nuestro Señor y en su limpidez y naturalidad corpórea encuentra en medio de su éxtasis no sólo su humanidad sensual sino también su divinidad: “Jardín de castidad en una flor,/ el lirio que en el mármol toma vida” (21).

Inicia el extenso poema con un soneto y continúa con una serie de estrofas en endecasílabos divididas en varias partes por medio de tres asteriscos, como movimientos musicales sinfónicos, con una Coda extensa de quince sonetos posteriores que sirven de apéndice al poemario. Se trata de una ampliación del tópico del “Cristo crucificado” en todas sus variaciones escultóricas y pictóricas. Es una peregrinación del poeta hasta el monte Calvario y el Santo Sepulcro y a diversos lugares en los que adora y reflexiona sobre la Pasión de Jesucristo por lo que ésta significa para el alma. Hay un grado de erotismo cuir cuando la mirada se detiene en el dolor de un cuerpo atormentado para salvarnos como última expresión del amor divino: “Y en él mil mundos caben diferentes./ No puedo en su reflejo verme pero…/ estoy, lo sé, yo soy Tu criatura/ también… un alfiler de oscura noche/en la negrura inmensa de sus ojos” (40). El amor del Amado de un San Juan de la Cruz y su noche oscura del alma permea todos los versos.

Acariciar y mitigar el dolor de ese Amado es lo que el hablante desea en palabras conmovedoras de la unión del alma con Dios: “Dan ganas de curarTe las heridas,/ bajarTe del martirio de la cruz/… LibrarTe del sudor de la agonía/ verter con suavidad los caros bálsamos/ por manos y por pies, y por la frente… (49). Hay una vía purgativa que lo lleva al momento de la iluminación cuando antes ha dicho: “yo sé que Tú me esperas en silencio” (49). En el momento preciso de la angustia “hasta el extremo”, la voz poética reflexiona sobre su propio pecado y en acto de contricción se entrega a un acto de veneración del Cristo crucificado al aceptar su redención: “Allí Te encuentro dándoTe por todos/ Tu cuerpo es la más bella ofrenda vista” (49). Sigue siendo ese cuerpo expuesto, desnudo y ofrendado en el madero, en pleno martirio, el único que lo lleva al momento de la liberación final: “Un eco generoso dice: ‘¡Ven!’./ Y todo vuelve a estar, de nuevo, bien” (50). Hay una restauración de la fe donde la muerte de Cristo en la cruz se hace efectiva y plena para el alma que lo contempla aceptando finalmente su salvación.

Los quince sonetos restantes amplían estos sentimientos y confirman la contemplación del creyente que habla acerca de la consumación del sacrificio por medio del Amor: “Ya todo se ha cumplido y resplandece” (51), “Tu cuerpo es tan suave, tan bruñido,/ que sólo en él Amor cobra sentido” (55), “Tus brazos extendidos…/ dispuestos al abrazo más profundo./ El único que arranca todo frío./ El único que libra del vacío” (65). Y en esta plenitud se fija la imagen liberadora del poeta Guillermo Arróniz como “un acto de fe” cuir en su poemario Mi fe desnuda (El Cristo de Cellini), publicado en Ediciones Flores Raras.