Breves de la cartografía cultural

Cultura

Cuando uno lava separa la ropa de color de la blanca. Según uno entienda, gradúa la temperatura del agua con el fin de no desmejorar la tela. Hay quienes pueden ponerla tibia, otros optan por la fría y nunca falta quien suba la temperatura. Algunos usan, además del detergente, un suavizador, otras personas se conforman con algún jabón con aroma particular. Pero unos y otros aspiran a sacar el sucio de la ropa. No con otra aspiración en mente se puede meter la ropa en la lavadora.

Con un ejemplo tan cotidiano como ese quisiera ver la voluntad de los diferentes integrantes de la sociedad puertorriqueña para atajar los males que le aquejan. No se puede pretender intentar una acción en esa dirección si no se arranca desde el saque con la visión de que todos los sectores son importantes, y que ninguno está por encima de nadie. Sencillamente porque en una sociedad como la nuestra cada uno de nosotros es interdependiente del otro. Trate de entender cualquier situación en el País, y encontrar soluciones a problemas, y se encontrará que las vías de solución involucran diversidad de sectores y conciudadanos.

Si no hay una verdadera capacidad de servicio, si no se ve el gobierno como facilitador, y en cambio se ve como enemigo. Entonces se entienden las varias razones que median para que los servicios pasen a manos privadas. Y todos sabemos que lo privado siempre aspira a lucro, no necesariamente a ofrecer un servicio a favor del ciudadano. En un país como Puerto Rico, que incluso la empresa privada es financiada de una u otra forma por el propio gobierno, ha sido peculiar ver como se despide a miles de personas so pretexto para ahorrar. Sin embargo, con una empresa privada tan “fortalecida” sólo se puede aspirar a trabajos en establecimientos de comida rápida o en mega tiendas por departamentos. Y ni soñar que esos empleos garanticen algún beneficio marginal. Bueno, si eso es fortalecer la economía que venga Dios y me lo diga. No se puede despedir a miles de funcionarios para entonces, con lo que se dice ahorrar en las cesantías, contratar a un allegado para llenarles resume a esos mismos despedidos.

Por todo lo anterior es difícil ver a estos funcionarios que implantan esa política pública, que nada de humana y cristiana tiene, sentado en los primeros bancos de la Iglesia de turno. A estas alturas a nadie engañan con ese ejercicio de relaciones públicas.

Hay tanto que hablar en el País. Nos compete a todos, en barrios, comunidades, centros comunales, universidades, iglesias, grupos cívicos, a todos los ciudadanos trascender las diferencias para buscar soluciones –entre todos- a los problemas que nos aquejan.

Todos somos interdependientes. Es tan necesario el que cocina como el que se dedica al ornato, como el maestro, el profesor, o el ebanista. Nadie puede excluir a un mecánico, un contable o un barbero. Hay situaciones que nos afectan a todos. No importa que usted sea de derecha, izquierda o centro. Si se descalabra el ambiente, si no hay buenos servicios de salud –sea por la razón que sea-, o existe una calidad mediocre en la educación que no retiene en el aula al estudiante, nos afectamos todos. Si se gobierna solo para ofrecerle beneficios económicos a un solo sector de la sociedad todos nos vemos afectados.

Para que la situación en el País vaya cambiando y podamos disfrutar de un ambiente social y cívico que permita desarrollarnos a plenitud es hora de pensarnos interdependientes. Nadie puede mirar por encima del otro a nadie. Quien lo hace está vistiendo ante los demás, ropa que no estará limpia. Y en una situación como esa, es ineludible que usted no deje siempre, a su paso, una estela infinita de conjeturas.