Ileana también iba a ser reina

Caribe Hoy

altLa semana pasada finalmente tuve la oportunidad de ver el documental Todos Íbamos a Ser Reyes (Dir. Marel Malaret, Puerto Rico, 2019). En mi opinión todos deberíamos ver ese documental.

No solo porque es una producción puertorriqueña sino por el tema que trata. Ocho hombres convictos relatan su historia y el impacto que acercarse a las letras y la literatura cambió para bien sus vidas. La historia de estos hombres da esperanza ante tanta adversidad.

Esas historias me trajeron a la memoria a Ileana. La conocí en la prisión luego de que me asignaran representarla como abogada. Era una mujer a todas luces brusca, fuerte, dura y varonil. Sin mucho rodeo me dijo que ella no toleraba las faltas de respetos ni los abusos y menos si venían de parte de los hombres. Ella estaba acusada de ser líder de una organización de narcotráfico. Mi último marido, me dijo, se puso guapo y le di una puñalada. Ella estaba inconforme con el trabajo de su representante legal anterior, que era hombre, y se lo había dejado saber al juez. Así llego yo a conocerla. Ileana me entrega unos papeles redactados en un español y con una caligrafía impecable. Tu escribiste esto, le pregunté. Si claro, y de ahí empiezo a conocer la historia de esta mujer.

Ileana era la mayor de tres hermanos. Apenas tenía tres o cuatro años cuando su mamá tuvo que salir huyendo de las agresiones que su padre le propinaba casi a diario. Su mamá solo pudo agarrar al bebe y huir. El padre la amenazó que no se atreviera a llevarse a los dos niños mayores. Así Ileana y su hermano pasaron a vivir con sus abuelos paternos. Ellos eran bien estrictos. Si Ileana hacía alguna travesura, terminaba arrodillada por varias horas sobre la tapa de aluminio de una lata de galletas modificada con un abrelatas para tener púas. Sus rodillas siempre terminaban ensangrentadas luego de los castigos.

Un día, estando en séptimo grado, Ileana se sentía enferma y con fiebre. En el salón de clase fue inevitable y se quedó dormida sobre el pupitre, solo para ser despertada por el latigazo de una regla en su espalda que le propinó la maestra. Ileana se levantó como una fiera e insultó a la maestra. Pero la soga siempre parte por lo más fino. La abuela de Ileana trabajaba en el comedor y la maestra le dio la queja. No pasó mucho rato cuando su abuelo llegó a la escuela y, frente a todo el mundo, le dio una pela. Ese día, Ileana huyó de su casa. No aguantaba más.

En la calle se junta con el primer hombre que le da cariño. A los catorce años estaba embarazada de su primera hija. El hombre, otro abusador, uno de esos días le da una pela y la deja tirada y por muerta en una cuneta. Fue rescatada y no pierde a su bebé de milagro. Luego conoce otro hombre con quien Ileana convive feliz por muchos años. Con él tiene cuatro hijos más que son el centro de su vida y su universo. Un día, al llegar a su casa Ileana encuentra a su marido metiéndose droga. Se enfurece y lo bota. La madre del hombre, su suegra, que tiene cierto poder e influencia, radica contra Ileana una querella de maltrato en servicios sociales. A pesar de la lucha de Ileana, el sistema termina dándole la espalda y le quitan a sus hijos. Ileana se llena de rabia y frustración. Todo lo que ha construido y para lo que vive se lo arrebatan injustamente Pierde la fe en el sistema al verse en la calle y sin sus hijos, que eran su razón de ser. Frustrada y endurecida entra al mundo de la calles y empieza a vender sustancias. Va subiendo en ese mundo hasta ser una líder de punto. Así es que Ileana llega a la cárcel. Ileana, sin embargo, anhelaba el día de poder reencontrarse con sus hijos.

La historia de Ileana, y la de tantas otros hombres y mujeres convictos, es importante para darnos cuentas las cicatrices que el entorno familiar, económico y social, puede dejar en la vida de una niña o niño, y el impacto que eso puede tener en su vida de adulto. También nos hace pensar en las inequidades de los sistemas sociales y de justicia hacia los más vulnerables. Pero más que todo, nos deja la conciencia de que estos hombres y mujeres, si se les da una oportunidad real, tienen el deseo de rehabilitarse. Entonces, porque no repensar el sistema.