Manuel Moraza Choisne, siempre te recordaremos

Cultura

alt(San Juan, 10:00 a.m.) Hay personas que impactan tu vida. No son líderes políticos, teóricos o maestros formales, ni siquiera parientes cercanos. Parientes como aquellos que reconocemos por lazos sanguíneos. Pero son personas, que al transcurrir de tu vida la han marcado, son inolvidables, y se ha contraído una gran deuda con ellos. No importa incluso los detalles grandes o pequeños de sus vidas. Lo importante es cómo han llegado a ti, cómo han aportado al devenir azaroso de tu vida. Y tal vez, de toda tu vida, solo fue un pequeño lapso histórico, un relámpago efímero pero deslumbrante.

Así ha sido Manuel Moraza Choisne en mi vida.

Nuestra relación surgió como abogado cliente. Describirlo de esa forma, sin embargo, no hace justicia ni describe el carácter de la relación, que inicialmente fue política. Yo como acusado, él como abogado. Moraza perteneció al Instituto Puertorriqueño de Derechos Civiles, junto a Roberto José Maldonado, asumió la defensa de jóvenes luchadores por la independencia, fupistas, activistas sindicales, socialistas, luchadores clandestinos. Jóvenes que queríamos tomar por asalto la historia. Ahí estuvo Moraza, un joven abogado comprometido con su pueblo.

Recordarlo dentro de ese período, podría ser suficiente. Pero sería solamente describir a un abogado que se comprometió, cumpliendo con el deber que le reclamaba la época.

Moraza, además de abogado comprometido con la lucha por la independencia de Puerto Rico y la justicia social, fue un gran ser humano. Habiendo yo tenido cinco casos judiciales y tres períodos de cárcel, además del trabajo por la defensa y excarcelación de muchos compañeros, he conocido muchos abogados. Magníficos compañeros, comprometidos por voluntad propia, que asumieron difíciles defensas sin retribución económica alguna. Pero Moraza fue de aquellos pocos que van más allá del trabajo legal y viven la empatía, no solo con las causas de sus defendidos, sino con el ser humano que representan.

Hoy no puedo dejar de mencionar una, de muchas anécdotas que vienen a mi memoria. A nosotros nos unía el compartir una pasión: al ajedrez. Cuando fui preso, acusado por el FBI del asalto a un banco por una organización clandestina, acusación que no prospero, Moraza, motus propio, demostrando su empatía conmigo, sabiendo que en esos momentos yo sabría valorar aquel regalo, que no sería un mero libro, sino que contribuiría a matar el tiempo en prisión con algo que me apasionaba, me envió de regalo un libro de ajedrez: BOBBY FISCHER: MIS 60 PARTIDAS MEMORABLES. Ese libro todavía permanece conmigo. No caduca con el tiempo. De hecho, no sé si han habido reediciones de él. Pero su valor no consiste en las extraordinarias partidas que contiene, sino en el símbolo humano de hermandad y solidaridad que lo acompaña. En la dedicatoria del libro escribió, y no lo traigo por lo que dice de mí, sino por la demostración de su humildad: “A Federico Cintrón este humilde símbolo de admiración por su heroísmo y su sacrificio. Penitenciaría Estatal, a 16 de agosto de 1975, Manuel Moraza”.

Posteriormente, a mi regreso de cumplir cárcel por no cooperar con el gran jurado federal, Moraza habló con Narciso Rabell Méndez, no el independentista, sino el estadolibrista, que en aquel entonces era presidente de la Federación de Ajedrez, personaje sumamente interesante del cual tengo gratos recuerdos; pues esa gestión contribuyó a mi integración al ajedrez profesional, tener algunos ingresos económicos y alcanzar el título de árbitro internacional.

Años después, cuando no nos veíamos mucho, y una que otra vez coincidíamos en alguna actividad, Moraza volvió a tener un gesto de amistad y solidaridad. Se enteró de Ia publicación de mi novela, DESPERTAR EN PRAGA, y nos invitó a Ileana y a mí a comer con él y Carmen. Con gran humildad me pidió que le dedicara el libro y, junto a la maraña de espaguetis que disfrutábamos en el restaurante, desentrañamos recuerdos, sobre todo, retomados partiendo de la sincera curiosidad que la novela le había provocado.

Mis mejores recuerdo, sin embargo, no son solamente las anécdotas personales. Moraza fue un gran ser humano adornado de consciencia social, hermandad y lealtad a sus compañeros.

Le recuerdo promoviendo el ajedrez en las escuelas, pero sobre todo, en su trabajo con los presos. Manuel se involucró hasta tal punto en llevar el ajedrez a las cárceles, que logró formar buenos jugadores, e incluso que les dieran permiso para participar en torneos auspiciados por la Federación fuera de la cárcel. Todavía recuerdo su frustración y tristeza cuando logró la libertad bajo palabra de uno de ellos y, poco tiempo después, lo vio reincidir y regresar a prisión.

Su risa, inigualable, estruendosa, le salía de lo más profundo de un alma noble, alegre, inocente e infantil. Las situaciones más cotidianas y sencillas de la vida le hacían explotar de alegría. Nunca le vi enfadarse por perder ante un oponente o burlarse de un derrotado. Nunca le conocí una conspiración maligna para derrotar un oponente. Las competencias por equipo en las olimpiadas de ajedrez, las tomaba como un compromiso patriótico. Todo el período de preparación previa constituía un esfuerzo por sacar lo mejor de cada jugador, de conseguir, junto a Rabell, las mejores condiciones para los participantes, aunque la preparación de los otros significaba oponentes más fuertes en los campeonatos nacionales. Siempre fue un caballero en el deporte.

Al recordar y hablar de Manuel Moraza, me es imposible no traer a la mente a muchos compañeros de ambos. Nuestra vidas fueron una intersección de mundos aparentemente disímiles: luchas políticas y ajedrez. A todos no los puedo mencionar, pero no puedo dejar a su amigo, compañero, hermano del alma y compadre, porque sé que Manuel se sentará a esperarlo para seguir jugando la partida de sus vidas, pero que ahora no nos puede acompañar en este dolor, Jysie Torres.

¡Manuel, te quedas en nuestros corazones!