(San Juan, 11:00 a.m.) El cónsul de México Gustavo Mazza se sorprendió de que habiendo escrito docenas de columnas sobre figuras de la cultura mejicana (escritores, pintores, directores de cine y actores) nunca hubiera estado en la nación azteca. Me pidió un listado de todas esas columnas y semanas después me llamó para decirme que el gobierno de México me invitaba a viajar a ese país con todos los gastos pagados. Me dijo que le hiciera una lista de personajes de México a los que me gustaría entrevistar, que ellos aportaban las cámaras. Octavio Paz y Carlos Fuentes estaban de viaje y María Félix contestó el teléfono como si no fuera ella y había dicho con voz ronca ”La Doña está en París”, así que la lista se redujo a un solo nombre, Yolanda Montes, Tongolele.
La bailarina del mechón blanco había sido un personaje recurrente desde mi niñez. Había debutado en el cine mejicano a los 16 años en Nocturno de amor antes de saltar a la fama en Han matado a Tongolele y El rey del barrio junto a Germán Valdés Tin Tan. Contrario a lo que muchos creían no era mejicana ni tampoco cubana. Había nacido en Spokane, estado de Washington en el hogar de un padre de ascendencia española y sueca y de una madre de padre inglés y progenitora francesa. Su exotismo tenía su origen en su abuela materna que era de Tahití. En su niñez había formado parte del Ballet Internacional de San Francisco como parte de la Revista Tahitiana.
Cuando llegó a México aún no hablaba español, que fue aprendiendo a medida que su carrera artística progresaba. En 1956 se había casado en Nueva York con el bongosero cubano Joaquín González, con quien ya tenía dos hijos gemelos, Rubén y Ricardo.
Fue Joaquín quien nos recibió aquella mañana en la antigua casona en el centro de la capital mejicana, el día primero de enero de 1990 en que la Presidencia de la República, pese a tener el acostumbrado Mensaje de Año Nuevo, me había prestado un camarógrafo, un sonidista y un luminotécnico con sus respectivos equipos, excusándose por solo darme tres técnicos debido a que el resto estaba trabajando en la transmisión del mensaje presidencial.
Joaquín era el típico músico cubano que conservaba su acento habanero. Muy amable, nos entretuvo hasta que bajó las escaleras la diosa del mechón blanco cuyo cuerpo evidenciaba que a sus 57 años aún mantenía la disciplina que le permitía conservarse en forma.
La entrevista fluyó muy bien, tanto la conversación con Yolanda como el segmento en que lo sumamos a él para hablar de su matrimonio y los gemelos, que vivían fuera de la capital. Dos semanas después la transmitimos en Fuera de serie para beneplácito de los amantes de la Edad de Oro del cine mejicano, que en su momento tuvo muchos adeptos en Puerto Rico.
Cuando estuve en México el año pasado supe que Joaquín, que cuando lo conocí usaba un marcapaso, había fallecido de un infarto cardiaco en 1996. Yolanda había reaparecido en la televisión mexicana en el 2001 en la telenovela Salomé. Entre el 2011 y el 2013 había participado en el musical Perfume de Gardenia y en el 2012 había tenido una breve participación en El fantástico mundo de Juan Orol, un homenaje fílmico al célebre director gallego cuya carrera abarcó films en España, en Méjico, en Cuba y en Puerto Rico. En 1969, en su antepenúltima película Historia de un gánster, trabajaron Velda González, Félix Antelo, Carlos Augusto Cestero, José Antonio Ayala y mi entonces esposa Estela de la Lastra.
La noticia que me entristeció mucho fue enterarme que en el 2015 Yolanda comenzó a sufrir demencia senil, enfermedad que se ha ido agudizando con el paso del tiempo. Para sus hijos gemelos ha sido bien difícil esta etapa que ha estado viviendo su madre en que ha perdido la memoria y sufre alucinaciones y delirios de persecución.