Apócrifos I y II

Creativo

altA Vane, a Rubis, a Mairym, a Emilio y a Rubén

I. Apócrifo del viudo tarsiano

La viudez no le sentaba bien y volvió a casarse por segunda vez.

Creía en los milagros de los rabinos del templo desde que era niño, pues había visto gente recobrarse con sus oraciones y consejos. Él la quería sana. La llevó al templo y ellos le dijeron que nada podían hacer para curar su mal, que Yahvé no podía traer de vuelta a nadie que hubiera comenzado su camino de ida, así como ella. Él la quería viva y la cargó con su vientre fecundo por todas las calles buscando alguna persona que pudiera salvarla. Cuando se le murió en sus brazos, juró que pudo escuchar el llanto de los niños que agonizaban en su vientre. Lo tildaron de loco. Nadie podía consolarlo. Huyó para que no lo vieran y él solo ofició los rituales de su María a la que amó hasta que comenzó a podrírsele en un recóndito paraje. Impotencia y culpa lo colmarían de un odio inexplicable cuando escuchó, por vez primera, de los milagros del nazareno. ¿Cómo es posible la resurrección de los muertos? ¿Dónde está ese hombre milagroso? ¿Podrá resucitarla? ¿Podrá también revivir mi descendencia en su vientre?

Cuando pudo llegar a Jerusalén, el gentío aglomerado alrededor del supuesto Rey de los judíos, no le permitió acercarse. La imagen de un hombre ensangrentado cargando una cruz romana rumbo a su crucifixión lo dejaba perplejo, sin ilusión, sin aliento. ¿Qué clase de profeta puede ser ese si Dios lo deja morir así? Se sentía engañado. Una sensación de odio nauseabundo se le convertía en burda burla, peligrosa oscuridad, deseo de mutilarse por tan siquiera pensar en la posibilidad de que ese farsante lo hubiera podido ayudar a recobrar a María y a sus hijos. ¡Cuánta imbecilidad!

Al tercer día, volvió a escuchar sus voces. Pudo conversar con ellos y prometerles que pronto estarían todos juntos. Pero lo imposible volvía a repetirse. Jesucristo resucitaba y la noticia se esparcía en un abrir y cerrar de ojos por doquier. Entonces, deseó ser rayo para matar y morirse en un mismo instante. Rasgó sus vestiduras y corría como si quisiera reventar, hasta que sus pasos dolieron y se detuvo frente al palacio. Esa era la señal. Un poco más compuesto, pidió audiencia. Le prometió a su rey que iba a encontrar a Jesús, que lo volvería a matar, y que mataría a sus seguidores y a quienes les dieran asilo también. Herodes lo miró curioso y le preguntó: ¿Quién eres que hablas con tanto ardor? Y él le contestó: Soy Saulo de Tarso.

II. Apócrifo de la viuda tarsiana

Al tercer día, unos ángeles abrieron el sello de su escondida tumba: ella despertó con su vientre sano, y fundó la primera escuela secreta de oratoria para mujeres sobrevivientes.