El racismo colma la copa del pueblo usamericano [USA]

Política

alt(Washington, 11:00 a.m.) Ante lo que muchos, dentro y fuera de Usamérica (USA), han descrito como una implosión imperial, desatada por el asesinato de George Floyd (1974-2020) el 25 de mayo en Minneapolis, pero gestada a partir de la década de 1970 y sobre todo de la década de Ronald Reagan, 1980; ante esa hecatombe neoliberal que tanto ha empobrecido a la clase media trabajadora usamericana, sobresalen dos narrativas en el espacio público del país de Howard Zinn.

Por un lado, frente a la indignación genuina de la gente, que no aguanta más —¡han sido muchos!— otro asesinato racista del cuerpo policiaco del país, exacerbado en su blanquedad a partir del triunfo de Obama (2009-17), núcleo de este último brote racista que florece con la muerte de Floyd; ante la irrupción pública de esa indignación en las calles de tantas y tantas ciudades que expresaron su humillación, el ajusticiamiento de los policías homicidas no se hace esperar.

De una manera peligrosa para el neofascismo trumpista, el 31 de mayo la policía del país le rinde tributo a un enemigo de Trump; el jugador de fútbol americano Colin Kaepernick, quien durante la temporada de 2016 patentizó la postura desafiante —por lo que quedó desempleado— de arrodillarse durante el himno nacional para criticar la brutalidad y el racismo policíacos que Trump emblematiza y que la propia policía ha materializado desde antes de Trump. ¡Mea culpa! Parece claro que el 1% tiene miedo.

Michael Jordan, el poeta conservador del baloncesto magicorrealista, dice que basta: ¡ni un crimen racista más!

Para el neofascismo trumpista, están en juego las elecciones. De eso se trata; de ganar, aunque sea, ¡otra vez!, perdiendo.

De una manera menos peligrosa para el neoliberalismo usamericano fundacional, ganador, siempre ganador, incluso durante la pandemia, la crítica a la brutalidad y el racismo policíacos no se traduce en un reclamo popular —¡necesario, demasiado necesario!— a desmilitarizar el aparato policial. Pocos en la clase media vapuleada por la corporatización que Trump lubrica piden una merma en los presupuestos de la policía y el Pentágono; animales que en cualquier momento, como ha prometido la controvertida militarización a nivel nacional de Trump, apalea su población desobediente.

Por otro lado, la implosión usamericana que el homicidio de George Floyd pone sobre la mesa, plantea una narrativa que atraviesa —no los niega— el racismo de la policía y la militarización de su abultado presupuesto, para argumentar que el problema de la policía y de su creciente presupuesto militarizado es sistémico.

A George Floyd lo mató —es el segundo afroamericano que muere recientemente diciendo “I can’t breath”— la militarización del neoliberalismo usamericano volteada hacia dentro como un boomerang; una destrucción que ahora se ha hecho trumpista. Mañana, con suerte, diría Chomsky, para quien es necesario sacar a Trump a través del voto, puede ser bidenista.

La temperatura de lo que se está cocinando en Usamérica, entre la pandemia y las protestas, sube cada vez más, como si el malestar ciudadano repitiera el de Occupy Wallstreet (2011).

¿No es fácil pensar que las elecciones de noviembre, sobre todo si pierde Trump, pueden terminar en un charco de sangre?

En las encuestas más recientes, Trump goza de un 35% de aprobación; lo que, para un incumbente, es un número bajo.

Cada vez más republicanos se distancian de las propuestas erráticas de Trump, como el televangelista ultraconservador Pat Robertson, para quien la política de “ley y orden” militarizada que el presidente le ha prometido al pueblo que ejerce su legítimo derecho a protestar, resulta inaceptable.

Por su parte, el general retirado James Mattis se ha proclamado en contra de las medidas anticonstitucionales de Trump.

Para la izquierda que plantea, como el escritor y activista Paul Street, que, a diferencia de lo que propone Chomsky, las elecciones amainadas por la oligarquía corporativa del imperio no son una solución al problema de base del neoliberalismo usamericano, solo una revolución soluciona el problema autodestructivo del capitalismo ecocida y homicida que defiende Trump.

Desde que, en 2003 George W. Bush invadió Irak, el escritor y periodista Chris Hedges lo ha puesto de esta manera: “O derrotamos el estado corporativo, o este nos destruye a nosotros.”

Cuando la policía se arrodilla ante el abuso letal del poder racista, sabemos que el miedo se apodera del 1% que tiene a la república federal agarrada por el mango.

Desde la revista digital Counterpunch, Rafael Bernabe y Manuel Rodríguez Banchs exigen la resignación de Trump: ¡Donald, renuncia!