Declaración anti racista de [agrupación política] Vamos

Política

altNo quiero ver tiendas con vidrios rotos o edificios quemados. Pero los afroamericanos en este país hemos vivido durante demasiado tiempo en un edificio en llamas.

Kareem Abdul Jabbar

(San Juan, 10:00 a.m.) El pasado 25 de mayo un policía blanco asesinó cruelmente a George Floyd en la ciudad de Minneapolis. A partir de ese momento la indignación y el hastío han venido aumentando dramáticamente cada día y se ha esparcido rápidamente a través de todo los Estados Unidos y en otros países también, incluso en Puerto Rico. Como una organización genuinamente progresista, la concertación puertorriqueña VAMOS desea expresar en la presente declaración nuestro más enérgico repudio a este vil asesinato racista que devela, una vez más, el grave problema de discriminación y racismo que persiste inalterado al interior de la sociedad estadounidense. En esta declaración VAMOS quiere manifestar nuestras más sinceras condolencias y apoyo incondicional a la familia y amigos de George Floyd así como a cada una de las personas que han conformado multitudes y que cada día salen a manifestarse y protestar dejando clara su total indignación e intolerancia a esta violencia racista que tiene larga historia en la sociedad estadounidense. Vale la pena destacar que las protestas se llevan a cabo a pesar de las más adversas condiciones debido a la alta prevalencia de la pandemia Covid-19 que azota implacablemente los Estados Unidos. La indignación es de tal naturaleza que las personas arriesgan su salud para manifestar su tristeza y vergüenza por el más reciente asesinato de una persona afroamericana a manos de un policía blanco.

Vaya también nuestro decidido apoyo y solidaridad al movimiento social antirracista Black Lives Matter, el cual desde el año 2013 viene desplegando una lucha consistente y acertada que le ha ganado el respeto político a través de Estados Unidos, así como en el ámbito internacional. Vaya nuestro apoyo a todos los movimientos sociales que se han manifestado dentro y fuera de loa Estados Unidos por una situación que hace tiempo es insostenible y que tiene que terminar. Tal y como lo expresara el alcalde de Minneapolis, Jacob Frey, en una conferencia de prensa tras ocurrir el asesinato, con unas palabras que ya han recorrido el mundo entero: “ser negro en los Estados Unidos no debería ser una sentencia de muerte”.

De igual modo debemos repudiar las intenciones del presidente Trump y otros políticos que, en vez de buscar un clima de distensión y concertación social, buscan criminalizar la lucha social amenazando con utilizar las fuerzas represivas del Estado para reprimir con violencia la genuina expresión popular de indignación.

El problema del racismo está también muy presente en la sociedad puertorriqueña. Igual que en Estados Unidos, lograda la abolición de la esclavitud en la isla (de hecho, que fue severamente criticada por su estrechez y limitación por el insigne y preclaro Eugenio María de Hostos) en 1873 nunca ha habido políticas para la lograr la integración deliberada y verdadera de la población afroboricua a la sociedad puertorriqueña. No se les indemnizó ni se les dio tan siquiera un techo o un pedazo de tierra y medios para ganarse la vida dignamente a pesar de haber contribuido tanto con su trabajo a la economía del país y a sus dueños. Esto es algo doloroso que no quiere ser mencionado pero se tiene que comenzar a dialogar con la contundencia de la verdad y la realidad. Se les liberó y se les abandonó a su suerte hasta el día de hoy en las peores condiciones socioeconómicas. La discriminación racial sigue vigente y cada día se manifiesta en la isla contra mujeres y hombres negros en distintas formas de agresiones y violencias. Lo más terrible es que para la mayoría de los afropuertorriqueñas/os (especialmente de tez oscura) el ascenso social o el libre desarrollo de la personalidad está estructuralmente vedado por no poder muchos acceder a educación de calidad y porque viven en comunidades donde la marginación es el orden del día con muy pocas oportunidades y muchos problemas sociales.

Muchas personas de la población afropuertorriqueña viven hoy en un círculo vicioso de pobreza que muchas veces termina en criminalización y delincuencia por la gran desigualdad en que subsisten. La representación desproporcionada de mujeres y negros en las cárceles nos demuestra claramente esa triste realidad.

La negación del racismo en Puerto Rico es uno de los mayores problemas. Se hace racismo a diario pero se quiere negar a todas luces y se rehúsa a dialogar tan siquiera del tema. Recientemente fuimos testigos de como el Departamento de Salud inició una campaña para prevenir el coronavirus en la cual las personas enfermas eran mujeres negras y las personas saludables eran blancas. Lo más terrible es que los anuncios de la campaña reproducían los roles sociales de los grupos según la tez de su piel cimentando así la discriminación, el prejuicio y evidenciando el profundo desconocimiento del tema y de la realidad de profesionales de la publicidad en este país.

Luego de protestas, el secretario de salud retiró los anuncios pero no reconoció el error ni hubo una disculpa pública. La gobernadora Wanda Vázquez a preguntas de la prensa sobre la situación negó que los anuncios fueran racistas, lo cual denota claramente su desconocimiento, desconexión e indiferencia con el problema racial en la isla al igual que la han tenido y tienen amplios sectores de nuestro espectro político. En general podemos decir a propósito de lo que sucede en los Estados Unidos, que el problema del racismo en Puerto Rico se ha quedado apresado en la indiferencia a pesar de su gravedad.

Hagamos un poco de historia

No podemos hacer esta declaración sin repasar algunos eventos y sucesos históricos de relevancia para poder comprender la naturaleza de la indignación colectiva que hoy arropa los Estados Unidos. La sociedad estadounidense fue construida utilizando mayormente fuerza de trabajo esclavizada. Hoy en día se reconoce ampliamente que la fuerza de trabajo esclava jugó un rol fundamental en la acumulación originaria en los Estados Unidos ayudando a forjar las bases de la industrialización, la riqueza y la prosperidad económica del país.[1]

Millones de mujeres y hombres fueron brutalmente desarraigados de sus tierras y familias, despojados de sus posesiones, de sus culturas, sus idiomas y religiones para ser traídos forzosamente a muchas regiones de América así como a los incipientes Estados Unidos de América, convertidos en propiedad privada de sus compradores. En general se estima que de esa manera llegaron a suelo de las colonias británicas americanas al menos 650,000 africanos. El trágico y criminal Mercado Triangular de Esclavos desterró más de 12 millones de seres humanos esencialmente del África occidental y ecuatorial aunque posiblemente fueron muchos más. Sin duda alguna se trata del más cruel y nefasto destierro forzoso de personas en la historia de la humanidad y cuyas consecuencias multidimensionales se sufren y padecen todavía en muchas partes del mundo. El asesinato de George Floyd es apenas un reciente episodio de esa larga realidad.

Las raíces de la esclavitud en los Estados Unidos datan de los tiempos del colonialismo británico. Durante la declaración de independencia el sistema esclavista y el derecho propietario de seres humanos (blancos) sobre otros seres humanos (negros) se mantuvo dentro del marco de la legalidad, a pesar del carácter progresista en ciertos planos de la constitución del nuevo país, al cual se le llama desde entonces Estados Unidos de América. Entre 1862 y 1863 se establecen los primeros estatutos para la abolición de la esclavitud, y no fue hasta 1865 que la constitución de los Estados Unidos es enmendada (la enmienda número 13) a fines de abolir la práctica de la esclavización de seres humanos.

Aprobada la abolición, sucede que no terminó allí el racismo de Estado y los abusos y asesinatos indiscriminados y viciosos en contra de la población afroamericana en los Estados Unidos. Se aprobaron nuevas leyes que entonces estaban dirigidas a la perpetuación de la explotación económica de los afroamericanos. La segregación racial bajo el humillante principio “legal” de “iguales pero separados” duró hasta 1965, prohibiendo derechos fundamentales y humillando y violentando sistemáticamente la dignidad de los antiguos esclavizados. Esta normativa legal fue derogada en las calles a costa de sangre y golpes de represión. La segregación, validada por el Estado -específicamente por su aparato judicial- realmente dio continuidad al racismo de Estado en los EE.UU. A pesar de que se alcanzó el derecho al voto en 1865, durante más de 100 años se usaron toda suerte de artimañas para impedir que los negros ejercieran con libertad y tranquilidad su derecho constitucional.

Menos conocidas que las leyes segregacionistas, es importante destacar que en muchos estados del país, particularmente en el sur, se aprobaron leyes anti-vagancia, las cuales tenían el objetivo de apresar mujeres y hombres negros para ser encarcelados injustificada o desproporcionalmente, con el objetivo de someterlos a trabajar forzosamente en las plantaciones de algodón o en las construcciones de carreteras, vías férreas y otras infraestructuras claves para el desarrollo económico en el sur. Este hecho, apenas conocido en los propios Estados Unidos y mucho menos fuera de allí, se le ha comenzado a llamar la segunda esclavitud. Conjuntamente a la aprobación de estas leyes, se iniciaron incesantes campañas de medios para crear una imagen criminalizada de la población afroamericana. Éstas son en gran medida responsables de haber reforzado los imaginarios no solo despectivos de los negros, sino de equipar falsamente a todos los negros como criminales peligrosos y chivos expiatorios de cualquier delito. Hoy, y hace más de un siglo, las cárceles estadounidenses están desproporcionalmente repletas de afroamericanos sin que tengan forma de poder defenderse efectivamente. El sistema judicial estadounidense no existe para el afroamericano común.

Lograda la abolición de la esclavitud, jamás se aprobaron leyes o se elaboraron programas para la integración efectiva y armoniosa de los afroamericanos a la sociedad americana. Jamás hubo mucho menos reparaciones por todo el mayúsculo e incalculable daño que provocó el destierro, la esclavización y todas sus repercusiones que siguen vigentes hasta el día de hoy. Todo lo contrario, más allá del terrible racismo de Estado que se perpetuó oficialmente hasta 1965, todavía hasta los años de la década de los 60 del siglo pasado se producían linchamientos públicos de afroamericanos que eran actos abominables llevados a cabo por racistas y supremacistas blancos a veces organizados y otras veces espontáneamente. Actos extrajudiciales los cuales en su inmensa mayoría quedaron impunes. Se estima que hubo durante el siglo XX más de 4,000 linchamientos de negros pero deben haber sido mucho más.

Racismo y la lucha política y social

Las luchas de los afroamericanos por su libertad, igualdad y dignidad tienen larga historia, más allá de los movimientos abolicionistas que cuestionaban el Estado de derecho racista y el maltrato institucional. Después de la independencia del país, los esclavos fueron aumentando en población muy rápidamente llegando a alcanzar los 4 millones para 1860 según datos oficiales. Durante el siglo 19 se produjeron grandes revueltas de esclavos por su liberación, algunas de estas muy sangrientas y que fueron reprimidas de manera brutal. Desde entonces se articuló y se intensificó la práctica de perseguir, reprimir, infiltrar maliciosamente y hasta asesinar especialmente al liderato de los movimientos sociales de afroamericanos con el objetivo de cercenar las posibilidades de ganar fuerza.

Los viles asesinatos de Malcolm X en 1963 y de Martin Luther King Jr. en 1965 son parte de una historia también de largas raíces. Estos asesinatos tuvieron fuertes repercusiones en el movimiento por los derechos civiles. Luego de la desaparición física de estos destacados y reconocidos líderes afroamericanos, todo ese movimiento jamás ha podido restablecerse ni se han encontrado realmente figuras que hayan podido asumir y reemplazar su capacidad de liderato político.

Las masivas protestas que se han desatado a partir del asesinato de George Floyd no son nada nuevo y se han producido en decenas de ocasiones durante el siglo XX e incluso en lo que va del nuevo siglo cada vez que ha ocurrido una expresión atroz de la brutalidad y el odio que persiste en la sociedad estadounidense contra la población afroamericana. En San Luis en 1917, en Chicago en 1919, Tulsa en 1921, Harlem en 1935 y las épicas protestas en Detroit en 1943.

Los frecuentes asesinatos de afroamericanos por la policía sustituyeron tristemente los linchamientos a partir de la erradicación de la segregación. Estos crímenes de odio han causado grandes disturbios también en décadas recientes, como sucedió en la ciudad de Miami en 1980 tras la absolución de cuatro policías blancos acusados de asesinar a un hombre afroamericano por una infracción de tránsito. En aquella ocasión las manifestaciones fueron duramente reprimidas con el despliegue de más de 4,000 efectivos militares. Murieron 18 personas manifestantes y hubo además 350 heridos. Como si fuera poco, en Los Ángeles en 1992, a partir nuevamente de la absolución de cuatro policías acusados de golpear brutalmente al taxista Rodney King, se desató la indignación en forma de contundentes e iracundas protestas. Durante la revuelta Rodney King, como también se le conoce, perdieron la vida 54 manifestantes y hubo más de 2,000 heridos ante la implacable represión de las fuerzas represivas del Estado.

Pero eso no quedó ahí, en el nuevo siglo y milenio la situación ha perdurado inalterada. En el año 2001, en Cincinnati, un policía blanco asesinó al joven de 19 años Timothy Thomas, quién vino a engrosar una larga lista de estos asesinatos de afroamericanos por parte de policías blancos. La destacada organización Black Lives Matter surge precisamente en el año 2013 como resultado de uno de estos episodios de crueldad y odio racial, ante el asesinato de otro joven afroamericano de nombre Trayvon Martin en 2012. Tan reciente como en 2014, en la ciudad de Ferguson, el policía blanco Darren Wilson le disparó fatalmente por la espalda a Michel Brown causándole la muerte que nuevamente produjo una explosión de protestas que sacudió la atención pública.

Como se ha dejado claro en este proceso de ebullición social e indignación, el racismo en el seno de la sociedad estadounidense está inalterado y hechos de brutalidad, maltrato y hasta asesinatos siguen pasando frecuentemente. Muchas personas opinan con mucha certeza que la gran diferencia del momento ha sido la posibilidad de captar imágenes de estos actos por el uso de aparatos celulares como precisa y afortunadamente ocurrió en el caso de Floyd.

¿Qué hacer?

El tema del racismo estructural que persiste en los Estados Unidos debe ser afrontado con sinceridad y honestidad. Los afroamericanos y los Estados Unidos en general merecen un proceso de reconciliación nacional que les brinde la posibilidad de una verdadera integración social a una sociedad a la que contribuyeron decididamente a forjar. Complican, sin embargo, las tendencias ultraderechistas en estos tiempos complican el panorama de los derechos civiles en el mundo entero. La lucha para conservar y ampliar derechos civiles debe ser una sola, debe tener un solo rostro que se manifieste contra el racismo, el discrimen contra las mujeres, contra las diversidades en preferencias sexuales y ante todo contra la xenofobia que se esparce terriblemente hoy por donde quiera.

En uno de los momentos más emotivos en estas jornadas de luchas sociales contra el racismo, un joven afroamericano dijo en una entrevista: lo único que pido es poder vivir en un país en el cual no me tiemblen las rodillas de miedo cada vez que se acerque un policía blanco o que pueda atravesar un vecindario blanco sin temor a que me disparen por la espalda: “Ser negro en Estados Unidos no debería ser una sentencia de muerte”.

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[1] Sobre ese particular podemos recomendar el libro “Slavery by Another Name” de Douglas A. Blackmon publicado en el año 2008 y que ganó premio Pulitzer. Más tarde en 2012 la cadena televisiva pública PBS hizo un excelente documental de 90 minutos basado en la investigación contenida en el libro de Blackmon. Desde hace algún tiempo el documental está disponible en el portal Netflix.