Lala González Rodríguez, escritora, maestra y amiga

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Hoy nuestra cómplice es Lala González Rodríguez, escritora, maestra, tallerista, gestora cultural, activista y performera nacida el 2 de abril del 1968 en la ciudad de Mayagüez. Fue secretaria del PEN Club de Puerto Rico. Fundadora de la Colectiva Femenina Las Musas Descalzas. Sus poemas han sido publicados en varias antologías nacionales como internacionales.

Sus libros son: “Dos Caras de Dos Cuerpos”, “Que te cuente negrito”, “Cuando Catalina se fugó”, “Las negras de casa.” Es columnista del periódico español Irreverentes. Su libro más reciente está por salir al mercado: “Mi cuerpo grita tu Nombre, una oda al amor sin etiquetas”.

 Besar en los tiempos de mi disidencia

 Estábamos sentadas en el muelle, frente al lago, Utuado, como todos los veranos. Todas las chicas se habían zambullido en las frescas aguas a nadar, se escuchaban las carcajadas retumbando en las montañas. Esa algarabía en pura complicidad femenina es simplemente lúdica, única. Las líderes del campamento estaban entretenidas a la orilla, lo más seguro contándose sus aventuras sexuales con "los" líderes del campamento. Lo normal dentro de la normativa.

 La noche anterior Paco, mi novio entretanto, me había dado ese primer beso. Ese que se supone hubiese sido el inolvidable, lindo, como lo pintan en las películas “joliwdenses”. ¡Qué frustración tan grande! Lo único que recuerdo es ese sabor a ajo y una torpe lengua que por poco me atraganta, dejándome con una memoria digna de ser olvido. Si esto era besar, yo había decidido no hacerlo nunca más. Pero no, no pude ser fiel a esa decisión, mi historia sería otra, diferente, mejor.

 Ahí, sentadas en el muelle, enajenadas del resto del mundo, en nuestro propio espacio, existíamos. Sintiendo esa cercanía íntima entre nosotras, intimidad que en ese momento no era permitida entre chicos y chicas (por aquello de "las nenas con las nenas y los nenes con los nenes") pero no causaba inquietud porque es "normal" que las chicas se sienten juntas y se sientan juntas. Ahí, viviendo nuestras respiraciones, los latidos imparables como yeguas briosas, sin freno. ¡Jamás podré olvidarlo! Creí que el tiempo se detenía.

 Alejandra, sí esa misma, la niña de la cuál me enamoré en segundo grado y mamma me prohibió amarla porque "en nuestra familia no existen de esas mujeres", me tomó tiernamente por la barbilla e iluminándome con sus celestes lámparas me dijo: "esto, sí es un beso". Cerré mis ojos y viví sus labios. Un torrente de emociones me sobrecogió. El mundo estaba en nuestras bocas. No quería que se acabara ese momento.

 Se escuchó a lo lejos la campana que nos llamaba a regresar al campamento. Nos separamos sin separarnos. Nos dejamos de besar, sin separarnos. Fuimos ese instante en el tiempo, ese beso.

 Han pasado muchas bocas después. Siempre, siempre los besos entre mujeres habían superado los otros besos. Han pasado muchos besos después de ese único beso con Alejandra, hasta la llegada de Wale. Entonces, esos, esos sí son los besos de mis besos…