La (C)academia cuir: reflexiones a partir de la praxis

Zona Ambiente
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Agradezco a Egidio Colón Archilla la invitación a colaborar en esta columna “Zona ambiente” de El postantillano. Creo que tanto Egidio como Daniel Nina, editor de este periódico en línea, están haciendo historia, porque si no me equivoco, esta es la primera vez que tenemos una sección totalmente dedicada a la comunidad LGBTQ+ en la prensa puertorriqueña.  ¡Enhorabuena por eso! 

En esta breve reflexión, Egidio me ha pedido que hable sobre mi vida académica en Estados Unidos como un hombre gay puertorriqueño que se formó en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPRRP) de 1979 a 1984 con dos concentraciones, Literatura Comparada y Estudios Hispánicos, un viaje de estudios por un semestre a la Fundación Ortega y Gasset en Toledo, España en 1983, y una participación en el Programa de Estudios de Honor, donde podíamos profundizar a nivel de postgrado en medio de nuestro bachillerato y tomar clases de maestría.  Aunque ser gay en la UPRRP no era nada fácil en esa época de finales de los 70 y principios de los 80, había una aceptación casi general de los estudiantes y los docentes. A veces en las clases de literatura e historia cuando se intentaba analizar desde la perspectiva LGBTQ+, años antes de que se fundaran los ahora llamados “Queer Studies” en Harvard y la City University of New York, había mucha resistencia, cejas que se levantaban, miradas de soslayo y se consideraba ese análisis “poco serio”. No todas las profesoras ni todos los profesores eran así, pero había cierta censura. Un caso aparte fue la Dra. Mercedes López Baralt, con la que pude contar incondicionalmente.  Su talento, entereza intelectual y lucidez académica siempre han sido un norte para sus estudiantes porque saben que pueden contar con su apoyo.

“(C)academia” es un término cariñoso que se ha usado en nuestro choteo caribeño para referirse a toda “la caca” que se puede encontrar en la Academia, como en cualquier espacio del saber  humano, y es una manera juguetona de referirse a todo lo que puede mortificar a estudiantes y docentes por los tantos requerimientos extracurriculares que se piden y que a veces pueden ser en detrimento de lo más importante que es enseñar, aprender, investigar, leer, escribir, publicar, etc. Si bien es cierto que sin la administración de las insituciones de enseñanza, los comités de facultad por departamentos, el servicio en el senado académico y demás, la universidad no podría funcionar, ésta puede ser un problema cuando todas esas actividades suplantan el aprendizaje, sea en el salón de clases, los congresos especializados, las revistas, los libros y todas esos esfuerzos enriquecedores de intercambios intelectuales para toda la comunidad universitaria.

Al titular esta breve reflexión “La (c)academia cuir” me refiero a mi experiencia como un profesor gay puertorriqueño en Nueva York y Ohio, los dos estados donde he dado clases desde 1984, primero como asistente de cátedra o “teaching assistant” (1984-1988), luego como instructor sin permanencia (1988-1990) y, finalmente, desde agosto de 1990 como profesor de planta y con permanencia desde 1996 hasta el presente.  Ya son 36 años de experiencia docente en la vida universitaria estadounidense desde el otro lado del salón de clases, desde la pizarra o ahora el podio donde está la computadora en los salones inteligentes. Cada vez que me toca sentarme del otro lado del salón y volver a ser estudiante por un breve momento es siempre en un aura de nostalgia por mis años universitarios. Aprender siempre ha sido una alegría y un escape para este “muchacho” mulato cuarterón cagüeño de clase media que nació en una barriada de Puerto Rico, vivió en el Residencial Raúl Castellón y luego en la calle Madrid de la Urbanización Batista del pueblo cuando lo adoptaron a los doce años. Para mis mamás la escuela era un lugar al que tenía que acceder, una había llegado sólo a tercer grado de escuela elemental y la otra terminó su escuela superior mientras trabajaba y criaba a tres muchachos como una madre soltera. La ética del trabajo, de levantarse temprano cada mañana para ir a la escuela, hacer las asignaciones y ser responsable era un mandato que no se cuestionaba.  Hasta el sol de hoy cumplo con esa orden materna. La ausencia de mis padres es tema para otra entrega y hablo de dos mamás porque una es mi madre natural y la otra fue mi madre adoptiva.

Lamentablemente no pude hacer mi tesis doctoral sobre temas lesbigaytrans porque cuando lo propuse en la Universidad de Cincinnati fui aconsejado por los profesores que era mejor no acceder al mercado de trabajo con un tema tan poco convencional, por no decir “escabroso”. Entonces pensé escribir sobre El Nadaísmo colombiano, una generación de poetas de los 60 que se acercaba mucho a las propuestas de las vanguardias hispanoamericanas, pero finalmente me decidí por la poesía colonial, ahora llamada poesía virreinal, y el Barroco de Indias que en sí mismo tiene mucho de cuir y mariconería exquisita a ultranza.  Escribir otra tesis sobre Sor Juana Inés de la Cruz hubiera sido para mí más de lo mismo, en esa época, y opté por analizar tres macropoemas del siglo XVII de México, Colombia y Perú, amén de hacer el intento de una edición crítica de uno de los macropoemas en el apéndice. Esa tesis me sirvió como una hoja de ruta para mi carrera porque la pude editar como libro primero, y antes elaborar varios artículos de los diferentes capítulos y, finalmente, preparar y publicar en Barcelona una edición crítica de la poesía completa del sabio novohispano Don Carlos de Sigüenza y Góngora, quien era amigo personal del primer poeta puertorriqueño de nombre conocido, el juez criollo del Santo Oficio llamado Francisco de Ayerra y Santa María, también amigo de Sor Juana. Con eso consolidé mi quehacer (c)académico y con mi tesis de maestría sobre el prosaísmo en la poesía del mexicano José Emilio Pacheco, que se publicó en Madrid, y que es un autor con quien he continuado trabajando hasta el sol de hoy por su brillante propuesta estética.

No fue hasta el año 2015 que se publicó en la Editorial Cuarto Propio de Santiago de Chile, el trabajo que originalmente hubiera sido mi tesis doctoral. Ya con cierta seguridad laboral como es la permanencia, pude abocarme al tema LGBTQ+ en mis investigaciones, aunque a lo largo de todo mi quehacer desde 1990, ya doctorado, presenté en congresos ponencias de análisis a poemas y narraciones cuir.  Verbo y carne en tres poetas de la lírica homoerótica en Hispanoamérica fue el libro al que me refiero. Una monografía de unas 153 páginas que analiza desde las teorías del cuerpo la poesía de nuestro Manuel Ramos Otero en diálogo con otros dos gigantes de la literatura gay de nuestra América, Néstor Perlongher de Argentina (a quien conocí en Brasil) y el chileno Enrique A. Giordano (quien fuera mi pareja de 1982 a 1996 y es ahora un entrañable amigo).  El libro fue presentado en la Facultad de Humanidades de la UPRRP por colegas como el gran Efraín Barradas, la ya desaparecida Lupe Marín, tan querida, y el historiador Javier Laureano mucho antes que publicara su brillante libro San Juan gay: Conquista de un espacio urbano de 1948 a 1991.  Hasta hoy Verbo y carne… no se ha reeditado pese a que está agotado.

En esta (c)academia cuir a la que pertenezco también he podido desarrollar una obra creativa desde 1981, en el Taller de Poesía de la gran poeta María Arrillaga en la UPRRP, lo que al presente me ha permitido llevar siempre dos sombreros, el de crítico literario y el de aprendiz de escritor.  Tal vez mi investigación haya sido más fructífera que la creación, pero así han sido los gajes de este oficio.  Pude publicar mi obra creativa en Puerto Rico (con el apoyo de un editor como nuestro Carlos Roberto Gómez Beras y la Editorial Isla Negra), cuentos, novelas, poemarios, ensayos cuir, desde 1995 hasta el año pasado ininterrumpidamente con varios premios del PEN Club de Puerto Rico, el Premio Letras de Oro de la Universidad de Miami y algunas becas que me han permitido dedicarme a lo que Sor Juana llamaba “el sosegado silencio de mis libros”, para poder escribir de corrido y sin interrupciones. 

Afortunadamente a través de mis estudiantes y otros críticos jóvenes he podido apoyar a las nuevas generaciones de (c)académicos y escritores de esta (C)academia cuir que crece y se fortalece. Son muchos ya los nombres de quienes han hecho una labor valiente en un medio como lo es Europa y Estados Unidos, y por extensión como colonia nuestra Isla del (Des)encanto.  Lo digo así porque escribo desde acá, desde el sureste de Ohio, desde un pueblo llamado Athens. Anhelo que no haya más “peros” para que alguien quiera escribir o hacer una investigación sobre asuntos LGBTQ+, sino todo lo contrario, que el avance teórico nos permita dedicarnos a ello pese a los rebrotes de intransigencia, racismo y homofobia que todavía nos plagan en la (C)academia y el mundo en que vivimos.