Reflexiones sobre [el conato] del fascismo social en Puerto Rico

Política

(San Juan, 9:00 a.m.) El fascismo se define como la doctrina política sobre la cual descansa el poder mediante el control del estado tras una efectiva campaña de violencia. El fascismo pone de manifiesto la supremacía del poder para el control total sobre una sociedad impuesto por un individuo y su pequeño grupo de élites. Bajo tal control, el fascista se siente omnipotente, omnipresente y omnisciente, en otras pálabras se convierte en un ser verdaderamente autoritario, dictador, tirano. Forjando una visión de ser un hombre predestinado y que por autodeterminación se proclama ser el responsable de regir los destinos de su nación. Por esta razón asume el manejo total directo o indirecto del aparato del estado o gobierno, el cual moldea y lo usa para sus propios fines. A sus seguidores como a los ciudadanos los somete a su voluntad mediante prebendas, manipulación y demagogia.

Hace unos años en Puerto Rico, se viene observando el peligro de que el fascismo se convierta en la orden del día en la conducta de cierto político ante la falta de una verdadera y genuina oposición. Su teatralizada gestión legislativa, campañitas de imagen para autopromocionarse, vacías consignas televisadas de manipulada trascendencia, un club de acólitos amaestrados, que ensayan sus aplausos y vítores. Y sin faltar a su cínico discurso de verbales defecaciones pestilentes que insultan la inteligencia de los ciudadanos respetables.

Su fascismo lato sensu consiste en su compulsión maníaca por abusar de su poder con impunidad, en especial desde el aparato legislativo, con un desprecio total hacia la ley y los verdaderos elementos cívicos y democráticos. Entre las tinieblas tenebrosas de la manipulación, el engaño y el truco, afirma su mayorazgo de caudillo tercermundista.

Nosotros los puertorriqueños afirmamos un imaginario democrático. Teníamos confianza en nuestras instituciones gubernamentales con sus virtudes y defectos. Pero lamentablemente, este individuo, al compás de adelantar un ideal, que él ni mismo cree, ha trabajado para desmantelar de manera sistemática todas aquellas instituciones que le obstaculizaban su ascendencia al poder, limitándola a servir a sus caprichos y dirigidas por títeres que el manipula a su antojo.

Sus ansias de poder no tienen límite. Mientras adquiere poder, más desea. Es un codicioso del poder, No presenta ningún escrúpulo para alcanzar lo que quiere. Su última gran hazaña fue la creación de una ley electoral, aprobada por sus legisladores serviles y firmada por una gobernante de facto. Con esa ley electoral intentó apoderarse mediante un golpe de estado de jure, de la institución responsable de garantizar el derecho inalienable establecido en nuestra constitución del sufragio libre, universal y secreto. Los funcionarios a cargo de proteger esa institución, qué a su vez, garantiza ese derecho, funcionarios bendecidos por su gracia, actuaron en una forma negligente, incompetente y mediocre, destapando el velo de corrupción latente. Ese primer ejercicio electoral bajo la nueva ley, hechura a su imagen y semejanza, demostró la intención tácita de querer controlar el penúltimo bastión de defensa de la democracia. Digo penúltimo, porque dentro de sus desmedidas ambiciones de poder, desea llegar a ocupar un estrado en el último bastión, el Tribunal Supremo de Puerto Rico.

No podemos permitir que este ser nefasto, perverso individuo, sin pudor alguno de respeto a la democracia, alcance su objetivo. Nuestra arma, el voto. Lo único que nos queda para combatir y matar al Leviatán de seis cabezas donde sus tentáculos han penetrado como un cáncer en nuestras instituciones.

Como pueblo hemos sobrevivido a huracanes, terremotos y ahora estamos batallando con una pandemia que quiere minar nuestra existencia. Pero peor que la pandemia, la cual sabemos y confiamos que pasará, sería la pérdida de nuestra democracia ya lacerada.

De prevalecer en las primarias, como uno de los candidatos al Senado por su partido, el próximo noviembre, en las elecciones generales, con la frente en alto, con la mente clara y con la dignidad que nos caracteriza como pueblo, eliminarlo de una vez y por todas del espectro político puertorriqueño. Hacer como los atenienses en Grecia, enviarlo al ostracismo del desprecio.