Valores

Cultura

(San Juan, 9:00 a.m.) Me crié en un Puerto Rico que ya no existe. Era un país donde la familia, la palabra y un amigo valían más que un peso en el bolsillo. El progreso de los años 1950 y 1960 fue lentamente asesinando ese país para sustituirlo por uno donde la ambición por el poder y la ganancia económica son más importantes que el amor y la honestidad.

No se confundan. El mal solo se acrecentó durante ese periodo. Si evaluamos la historia nacional la corrupción ha sido un problema desde tiempos de España. Alcanzó un pináculo con los gobernadores estadounidenses y sus discípulos isleños. Las malas costumbres se aprenden rápido y muchos asimilaron las mil y una formas para saquear las arcas nacionales a cambio del servicio público.

Sin embargo, la gran masa poblacional campesina mantuvo unos profundos valores basados en la palabra. Existían múltiples problemas sociales, pero cuando se empeñaba la palabra, se cumplía (siempre hubo uno que otro sinvergüenza). La mal llamada hombría se cimentaba en ser un hombre de palaba, un macho era fiel a su promesa.

Desgraciadamente, como parte de un proceso migratorio incentivado por la metrópoli, en contubernio con el Partido Popular Democrático, los jíbaros fueron sacados de los campos, hacinados primero en arrabales citadinos y luego enviados a trabajar en los campos agrícolas de los entonces 48 estados.

El plan no era otro que desmantelar la oposición a ser “americanos”.  Los jíbaros se resistieron a ser agringados. Los citadinos, especialmente los capitalinos, veían como “chic” el emplear vocablos en inglés y adoptar la cultura estadounidense asociada al progreso. La manera más fácil para la asimilación era la expatriación del campesinado por motivos económicos y junto con ellos, a los insatisfechos y malagradecidos independentistas y nacionalistas.

El plan resultó a medias. Hoy, nuestra identidad tiene muchos elementos de la sociedad estadounidense, pero seguimos siendo hispanoparlantes y nuestra cultura es afro-hispano-caribeña. No han podido sacar de nosotros la puertorriqueñidad que tanto les pesaba a los esbirros de Ricardo “el depuesto” Rosselló Nevares.

Empero, aprendimos demasiado bien con los amos del norte a no tener palabra y ser artífices de artilugios para desbancar el fisco público. Si usted no conoce bien la historia, les recuerdo que los oficiales norteamericanos siempre han poseído doble estándares, te ofrecen y no te cumplen, pero claman ser honestos y cristianos. Llevan cuatro siglos practicando bien como engañar. Primero lo hicieron con los aborígenes, a los que siempre buscaron engatusar para arrebatarle sus tierras y riquezas. No les importaban los métodos, mantas infectadas con viruela, aguas envenenadas, masacres de mujeres y niños…

La oficialidad estadounidense es experta en el arte de disfrazar la verdad para llevarse hasta los clavos de la cruz. Lo han hecho donde quiera que han llegado, pueden preguntarles a los hawaianos, los inuit, los árabes, los africanos, los asiáticos, los latinoamericanos…, hasta a los mismos europeos. Se inventaron golpes de estado, revoluciones… mataron vilmente a gente inocente, sin que se les inmutara ni un ápice del corazón. Lo importante era y es el enriquecimiento personal y engrosar las arcas imperiales. Claro, ese era el destino manifiesto de Estados Unidos, un orden divino impuesto por las armas y el endeudamiento que en el siglo XX conocemos con el eufemismo de la política del buen vecino.

Este maldito germen del engaño, la mentira y la traición por orden divino está vigente en nuestra clase política. Los politicastros se sienten con el derecho de robar impunemente, hasta que los federales los cogen, porque eso sí, a ellos ni a su hacienda se te ocurra robarles.

En este cuatrienio la pudrición que corroe a la clase política ha quedado expuesta como nunca antes. Hemos visto la desfachatez en acción expresada en ineptitud mediocre, el mal uso de los fondos públicos y el pillaje descontrolado de los que nos gobiernan. La problemática es tan grande que oculta cualquier buen intencionado que haya en este rebaño de malnacidos. 

No podemos continuar por este camino. El gobierno está en quiebra. Los huracanes, los temblores y la pandemia amenazan con empobrecer aún más a un pueblo que ya no puede con los altos impuestos y costos energéticos.  La economía mundial está maltrecha, el mercado laboral continúa reduciéndose, los alimentos se encarecen cada día más, la infraestructura se estropea y la salud mental se deteriora. El futuro es nebuloso y la incertidumbre abruma los corazones de los más necesitados.

Requerimos de un cambio político, una transformación que potencie el desarrollo interno y haga buen uso de los recursos disponibles. No son tiempos de promesas, son tiempos de reconstrucción y fortalecimiento de las estructuras sociopolíticas para poner punto final al menoscabo nacional. La sociedad debe sanarse para detener los males sociales como la criminalidad rampante que pone en juego la vida de todos, pero principalmente de los más jóvenes y la migración de la fuerza productiva.

Puerto Rico es una sociedad envejecida, pobre y dependiente. Estamos presos de políticas imperiales que buscan perpetuar el coloniaje a la vez que nos sumergen en el consumismo y nos encadenan en el endeudamiento personal y colectivo.

Podemos iniciar cambios. Un buen gobierno, sensible y comprometido con el bienestar de todos, basado en una sana administración, puede sacarnos de la quiebra y potenciar el desarrollo socioeconómico del país. Sin embargo, más que un buen gobierno necesitamos un cambio de valores. Si no transformamos nuestra mentalidad dependiente y con valores decadentes y hedonistas, rompemos con las malacostumbres y ponemos punto final a la impunidad gubernamental, no resolveremos los problemas que nos aquejan. Solo estaremos poniéndole un parcho a los vicios sociales que se caerá con el primer vendaval.

Te invito a repensar a Puerto Rico. El cambio debe comenzar primero con nosotros mismos. Debemos cotejar nuestros valores y erradicar la mala yerba que nos corroe. Luego, romper con el fanatismo político e impulsar cambios colectivos positivos que potencien el desarrollo socioeconómico. Es importante liberarnos del amiguismo politiquero, terminar con la dependencia de fondos federales y los préstamos y reevaluar la deuda, pagar lo que es justo y volver a crear buen crédito. Eso sí, debemos aprender a vivir con lo que tenemos para evitar volvernos a endeudar.

Estamos a tiempo, noviembre 3 es una nueva oportunidad para cambiar el rumbo político del país y comenzar la transformación que tanto ansiamos. ¡Voy a nosotros!