Zenobia Camprubí: “la americanita", luz vital de Juan Ramón Jiménez

Cultura

A Sara

“Cuando yo sentí la vida es cuando yo te quise a ti”, “Envuélveme con tu luz para que la muerte no me vea”

 Juan Ramón Jiménez a Zenobia.

(San Juan, 12:00 p.m.) La guerra civil española provocó alrededor de medio millón de refugiados. Muchos intelectuales españoles emigraron a Francia, Rusia, México, Argentina, Puerto Rico, Chile, República Dominicana de dónde algunos de ellos no volvieron nunca. Ese es el caso de la pareja formada por Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, quienes murieron en Puerto Rico con dos años de diferencia después de vivir en la isla durante cinco años. Aunque su primer destino fue Nueva York, después realizaron viajes por Argentina, Cuba y Puerto Rico.

Zenobia era una mujer vital, sociable, extrovertida, viajera, a quien le gustaba disfrutar de la vida. Sin embargo, no pudo haber elegido un compañero de vida más alejado de esas características. Juan Ramón fue un enfermo mental toda su vida, su primera visita a un centro psiquiátrico fue a los 19 años. Era hipocondríaco, estaba repleto de manías, y de acuerdo con el Diario de Zenobia sufrió muchísimo.

Tenía un miedo constante a la muerte lo que le impedía disfrutar del día a día, pasaba episodios largos de depresión y crisis nerviosas en los que se sumía en una profunda desesperanza e inmovilidad. De acuerdo con Rosa Montero en el ensayo que dedica a Zenobia titulado “La Vida Mortífera”, Juan Ramón era “un misántropo reseco y amargado, un hombre a menudo cruel y mezquino…Tenía muchos enemigos (Alberti, Guillén, Neruda, Salinas) porque hablaba mal de casi todo el mundo.”

Zenobia nació el 31 de agosto de 1887 en Malgrat del Mar, Barcelona.  Era hija de una puertorriqueña y un catalán. Vivió varios años de su adolescencia y primera juventud en Estados Unidos, educada por su madre y su abuela, sabía inglés, español, francés. Cuando regresó a España, era una joven diferente a las españolas de su edad, moderna, atrevida, cosmopolita y por eso la llamaban “la americanita.” Conoció a Juan Ramón Jiménez en el verano del 1913 y rápidamente él quedó prendado de ella, de su vitalidad, su alegría, su inteligencia y su cultura.  Se casaron en 1916 y vivieron juntos durante cuarenta años hasta el 1956, año en el que falleció Zenobia y le otorgaron el premio Nobel a Juan Ramón Jiménez. Él no se recuperó de la ausencia de Zenobia y falleció dos años después.

El tercer tomo del Diario de Zenobia, publicado en el 2006 y editado por Graciela Palau de Nemes, recoge sus últimos cinco años de vida en Puerto Rico. Es el más triste de los tres diarios, sin embargo y a pesar de los dolores y la enfermedad tiene también momentos de una poderosa alegría y vitalidad; las expresiones sobre la naturaleza isleña, por ejemplo, reflejan el gozo de Zenobia, leerlas desde Puerto, me permite disfrutar una cierta cercanía con ella: “Qué suaves y aterciopelados los montes de Puerto Rico! ¡Con qué ternura están formados! ¡Y qué extensión abarca!” escribe en las primeras páginas de su diario.  Zenobia ofrece también en su diario el testimonio de la amable y entrañable acogida de la que fueron objeto ambos por la Universidad de Puerto Rico y su ilusión al ir montando la Sala de estudio Zenobia y Juan Ramón que les regaló la universidad y que se convertiría después en el centro de estudios juanramoniamos más completo existente. El tercer tomo de su Diario es un documento muy valioso para entender a esta gran mujer, en el que se percibe su yo, su personalidad, sus deseos al margen del poeta y la clara conciencia en algunas ocasiones de los intentos de manipulación que trataba de llevar a cabo Juan Ramón para conseguir que ella se mantuviera a su lado. Zenobia fue una mujer emprendedora y tal y como menciona en su diario, era también de las pocas mujeres de su época que tenía permiso de conducir. En este tercer diario son constantes sus comentarios respecto a sus esfuerzos por mantener a flote la economía conyugal.  A lo largo de su vida llevó a cabo diferentes actividades:  un comercio de exportación de Arte Popular Español, alquilaba pisos amueblados para diplomáticos extranjeros, y en sus últimos años en Puerto Rico fue profesora universitaria como lo había sido ya en la universidad de Maryland.

A pesar de que el Diario en ocasiones se convierte en un texto monótono en el que Zenobia anota y resume todas las actividades que lleva a cabo durante el día: citas médicas, visitas al correo, catalogar documentos de Juan Ramón, contestar cartas, breves paseos, visitas a los amigos, también en algunos momentos utiliza el diario como una herramienta de confesión, de descanso: “ Necesito escapar un poco a la depresión de Juan Ramón para sostener mi propio ánimo”, “¿Cuándo se le pasará a J.R esta depresión, Dios mío?” son ejemplos del uso del diario como una forma de desahogo de su vida en constante tensión por la actitud del poeta.  Zenobia cancela visitas, planes, viajes, e incluso descuida su propia salud porque Juan Ramón no quiere salir a ningún sitio, obsesionado con su enfermedad y sus miedos y tampoco quiere quedarse solo.

En el Diario contrasta la actividad vertiginosa de Zenobia con la inmovilidad del poeta cada vez más encerrado, más aislado, perdido en su mundo del que no quería que Zenobia se alejara. “Juan Ramón ha conseguido espantar a todo el mundo” “me propongo salir a algo sin Juan Ramón todos los días para escapar a mis nervios” son otras expresiones que reflejan con claridad la capacidad de Zenobia de ver al poeta de una forma objetiva, como el ser oscuro, depresivo y egoísta que era. En las páginas del Diario, Zenobia expresa también una preocupación constante por la soledad en la que se ha ido sumiendo su marido, y de la que sabe que incluso ella es incapaz de sacarle.

Desde sus inicios como pareja, Zenobia y Juan Ramón trabajaron juntos. Llevaron a cabo una traducción en conjunto de la obra poética de Rabindranath Tagore, ella traducía directamente del inglés y él le daba el toque poético. Tradujeron juntos a Edgar Allan Poe y a Shakespeare. Zenobia fue también editora de la poesía de Juan Ramón, y estoy segura de que sus comentarios y las lecturas profundas e inteligentes de los poemas contribuyeron a que el poeta alcanzara su estilo de poesía desnuda.

La lectura de este último diario deja claro que Zenobia fue la que logró insuflar vida y energía a un hombre que parecía andar muerto en vida y que en ocasiones no era capaz de conseguir ni tan siquiera la suficiente energía para asearse y mucho menos para escribir.  Zenobia dedicó gran parte de su vida a evitar que su marido sucumbiera en el pozo sin fondo de la depresión y el sufrimiento. Parece que Juan Ramón se enamoró de Zenobia al escuchar su risa a través de una pared, antes incluso de verla. Esa risa vital fue quizás metáfora de lo que él necesitaba para escribir, para vivir y no tenía: la alegría de Zenobia. Cuando la vio quedó enamorado al instante.  Ella tardó dos años en darle el sí, quizás precisamente porque entrevió con miedo lo que le esperaba si unía su vida con ese ser sufriente y algo enloquecido que era Juan Ramón. Sin embargo, en todas las imágenes que hay de ella en diferentes etapas de su vida de casada aparece siempre con una sonrisa de mujer satisfecha. Se muestra vital y se percibe esa actividad incansable que enumera ella en el diario. Incluso en sus últimos meses de vida ya muy enferma del cáncer de útero con el que llevaba luchando desde el 1930, soportando a duras penas el dolor inmenso a consecuencia de las terribles quemaduras que sufrió debido al tratamiento de rayos X, trata de finalizar todos los proyectos literarios y dedica su tiempo a planificar dónde estará mejor el poeta después de muerte:  “Preocupadísima con qué solución dar al cuidado de J.R. si a mí se me acaba la cuerda” escribe en su diario seis meses antes de su fallecimiento.  Frente al deseo de Zenobia de seguir produciendo, de que la vida le diera más tiempo para finalizar sus proyectos, escribiendo y trabajando a pesar de sus constantes dolores, escribe en su diario: Juan Ramón “sigue proponiéndome el suicidio todos los días.” La obsesión del poeta con la muerte, y el miedo seguramente a quedarse solo, estuvieron presentes hasta los últimos días de Zenobia. El poeta sumido en su enfermedad y su propio dolor no fue capaz de brindar otro consuelo a su compañera.

En la actualidad existe una discusión con respecto a si Zenobia, quien escribía desde niña, fue una mujer anulada y aplastada por el poeta o si fue una mujer independiente que convirtió al poeta en su proyecto de vida.  Algunos de los títulos de ensayos dedicados a ella en las últimas dos décadas rebelan ese debate: “El cerebro a la sombra de un nobel”, “La luz del poeta”, “Zenobia, la sombra luminosa”, “El hada del poeta”, “Zenobia Camprubí: amor y dependencia”, “Zenobia Camprubí: mujer sin sombra”, “Zenobia de Camprubí: la vida mortífera”, “Zenobia Camprubí sale de la sombra de Juan Ramón Jiménez”. Sin olvidar el contexto histórico de la época, a principios y mediados del siglo pasado la mujer dependía de su marido en muchos aspectos, compartir su vida con una personalidad como la de Juan Ramón no debió ser fácil para una mujer como Zenobia: dinámica, sociable y con multitud de proyectos siempre; sin embargo, de la lectura de sus diarios se puede desprender que ella vivió su vida como la quiso vivir. Fue una mujer fuerte y polifacética que llevó a cabo múltiples tareas, fue escritora, editora, traductora, comerciante, profesora, lectora incansable, secretaria, e incluso una de las fundadoras del Lyceum Club Femenino, una asociación de mujeres que se creó en la segunda década del siglo pasado y que promovía el desarrollo educativo de la mujer.  No obstante, después de la lectura de las páginas que conforman el Diario una, como mujer y como lectora, no puede dejar de preguntarse qué hubiera sido de Zenobia, qué hubiera hecho esta mujer inteligente, decidida, vital, creativa si no le hubiera dado el sí a un hombre atormentado por la depresión, las crisis nerviosas y la manías como fue Juan Ramón Jiménez. Qué estaríamos leyendo hoy de su autoría además de los Diarios si no hubiera dejado de lado su labor creativa para construir un mundo ideal en el que poeta pudiera dedicarse a escribir.

De acuerdo con los testimonios recogidos por Graciela Palau, cuando Juan Ramón Jiménez se enteró de que había recibido el premio Nobel, estaba en el hospital junto a Zenobia al borde de la muerte, y exclamó: “Ella es quien lo merece”.  Zenobia falleció tres días después del anuncio oficial, tenía 69 años. Ella fue la responsable de darle la energía vital y el amor necesario para que él pudiera escribir su poesía merecedora de un premio Nobel.  Sin ella no lo hubiera logrado, él lo sabía y ella también. En su discurso de aceptación del nobel que dio Jaime Benítez rector de la Universidad de Puerto Rico, en nombre del poeta, afirmó: “Mi esposa Zenobia es la verdadera ganadora de este premio. Su compañía, su ayuda, su inspiración hicieron, durante cuarenta años, mi trabajo posible. Hoy, sin ella, estoy desolado e indefenso.”

Felicidades a Zenobia, el 31 de agosto se cumplen 133 años de su nacimiento, una intelectual comprometida con la palabra y la creación poética, que dedicó toda su vida adulta al trabajo literario de su marido.  Un ser multidimensional y contradictorio, como todos los seres humanos, que defendió los derechos de la mujer pero que en muchas ocasiones se olvidó de los suyos en su afán de cuidar y proteger a quien fue su compañero de vida durante cuarenta años.