Las aldeas navideñas

Creativo

Mi papá, hacía una semana atrás, había comprado el panel, lo picó a la mitad a lo largo, le colocó alfajías de 1” x 2” y lo pintó de blanco. Así se lo pidió mami, porque el año anterior había usado un panel 4 por 8 picado a lo ancho y ahora las casitas no cabían. Mi madre era particular en eso de buscar las casitas y la gentecita para su aldea de Navidad. Según pasaban los años, compraba las casitas.

El caso es que en esta Navidad, le tomó todo el día planificar la aldea - que se convirtió en dos por tener tantas casitas y el panel ser tan estrecho - montar las bombillas y establecer las aldeas. Había parejas, hombres llevando niños, mujeres llevando niños y niñas, coros, monaguillos, gente llevando árboles, patinando, unos cuantos Santa Claus (lo que no era de su agrado porque prefería Reyes Magos), bomberos, policías, gente cargando agua del río. También había animales: caballos de tiro, perros, conejos, venados. Para establecer la tradición cristiana incluyo un pesebre en cada aldea.

Un río dividía las dos aldeas. El río lo hacía de papel de aluminio y este año le añadió una cascada con cintas de papel azules y blancas risadas, simulando una caída de agua. Del río salía un brazo de agua donde montaba el molino y detrás el silo. Había un puente para cruzar el río y una poza congelada donde patinar.

Las aldeas las componían dos escuelas, tres iglesias, una librería, una repostería, dos cafeterías, un cuartel de policía, una casa de bombas, una fábrica de velas, el correo, el supermercado, la estación de tren, la vía del tren, el tren, un hotel, un hostal y varias casas de vecinos. A esto se sumaba una serie de estructuras dedicadas a los niños y las niñas: la casa de Santa, la juguetería, la casa de hacer osos, la de hacer muñecas, la de hacer dulces, etcétera. Colocaba con todo cuidado y esmero las casitas de forma tal que hubiera una coherencia en las aldeas. Igual hacía con la gentecita.

Montó sus aldeas en el balcón, para divisar sus brillantes luces desde adentro y desde afuera de nuestro hogar. En cada casita había introducido una bombillita, las sobrantes las sacaba por los huequitos del panel. Papi se ingenió hacerle unos postes de varillas de madera y le colocó una extensión de bombillas blancas de lado a lado, dándole un magnífico toque. El balcón quedaba un poco retirado de mi cuarto, por lo cual, cuando me desvelaba, me iba al balcón y me quedaba a admirar cada una de las partes de las aldeas. En la noche encontraba la gentecita ubicada de una forma distinta a como mami las había colocado. En la mañana todo estaba en su sitio. Me intrigó y determine fijarme en mi próximo desvelo. Esto ocurrió la víspera de Nochebuena. Me levanté como a las tres de la madrugada y, en vez de salir, como siempre, por la puerta principal, me asomé por la puerta francesa. Como está tiene cortinas de bambú, es fácil ver para afuera, no así desde afuera hacia adentro.

No puedo negar que me inquiete cuando me fijé en las aldeas. ¡La gentecita estaba viva! Se movían como la gente de verdad. Si escuchaba el murmullo, la música, los cánticos, los niños y las niñas jugando, las campanas de las iglesias. Todo cobró vida ante mis asombrados ojos. No sabía qué hacer, si salir, si quedarme quieto, si gritar. Mi mente se confundió y me encontré en el medio de la placita donde mami había colocado la fuente de agua. En vez de fibra óptica con luces, tenía agua de verdad. El frío era inmenso. De mi boca salía humo. Mis ojos no cabían en mis cuencos. Nadie se fijó en mí, excepto un vendedor de pascuas. Salió de una de las casitas y se extrañó de verme en ropa de dormir con aquel frío. Me preguntó qué hacía allí y en ropa de dormir.

  • No tengo la menor idea - conteste - no sé ni cómo llegué aquí.

Aunque intrigado, me invitó a seguirlo hasta su casa, cerca de allí. Era preciosa. Las flores, los colores, las luces. Su mamá abrió la puerta cuando llegamos. Cuando entré, ¡qué agradable calorcito y qué rico olía! La mesa estaba servida y sólo esperaban por el vendedor de pascuas para comenzar.

No era un lugar lujoso, más bien una vivienda regular de los países nórdicos, de dos plantas, con las habitaciones arriba. Su madre le preguntó quién era yo y mi amigo contestó lo mismo que le dije. Dirigiéndome a ella le indique que estaba perdido y muy lejos de mi casa. Mi amigo me llevó a su habitación y me entregó una muda de ropa. Era un pantalón gris de lana y una camisa de cuadritos escoceses, rojos y amarillos. Me los puse sobre la ropa de dormir. Salimos al comedor y su mamá me trajo un té caliente, unas medias que alguna vez fueron blancas y unas botas altas. Su papá salió de la cocina portando un platón con un enorme pavo, me miró y se extrañó de mi presencia. Reconoció su antigua camisa en mí y su esposa vio su cara de sorpresa. Le dijo que me había invitado a la cena y no tenía ropa adecuada. Cuando nos sentamos a la mesa, sentí el delicioso olor de la canela junto con el de pino. En la chimenea crujía la leña y un agradable calor me abrazó.

En la mesa estaba mi amigo, su mamá, su papá y dos hermanas. Se presentaron y supe el nombre de mi amigo: Fritz. Su mamá, es Elizabeth, su papá Jorgens, su hermana mayor, Marianne, y su hermana menor, Pauline. Me extrañó la celebración de ese tipo de cena una noche que no era Nochebuena ni Navidad y, para no dañar el momento, pregunté qué día era.

  • ¡Nochebuena, por supuesto!, me dijo Fritz, ¿es que no se celebra donde vives?

Titubié un poco, ¿qué contestar?

  • ¡Ah! No recordaba qué día es hoy.

La cena transcurría en alegría, tratando como cada cual había pasado el día. Mi mayor impresión era la mirada de orgullo y amor de Jorgens cuando su hijo o alguna de sus hijas hablaban. Al llegar mi turno, me presenté:

  • Soy Gustavo Luis y recuerdo que me acosté en mi cama y me desperté junto a la fuente.
  • ¡Imposible! - ripostó Jorgens - ¡De alguna forma has tenido qué venir! Lleno de compasión preguntó: ¿recuerdas dónde está tu casa?

No queriendo contrariar a tan amable familia, les dije que no recordaba.

  • Debes tener amnesia. Mañana iremos a la casa del doctor para saber qué te ha sucedido.

Durante la cena les pregunté dónde estaba. En Andorra, me indicaron, en el pueblo de Arinsal, en la parroquia de Ordino. El ríu de les Barreres lo divide en dos. No salía de mi asombro. ¿Andorra? ¿Europa? Según explicaron, era un Principado regido por el Rey de Francia y el Obispo de Urgel en Catalunya. Los andorranos siembran productos para la propia subsistencia y crían cabras y ovejas.

Terminamos la cena y todos pasamos a la sala donde había un viejo piano. Elizabeth y Pauline se sentaron al piano y comenzaron a tocar a cuatro manos, canciones folclóricas alusivas a la Navidad. Entre la música y los aromas navideños, sentí nostalgia y recordé las parrandas cuando mi abuelo las organizadas. No me atreví a mencionar nada.

No bien se había terminado la primera canción cuando escuchamos cánticos frente a la casa. Nos asomamos por las ventanas de la sala y había un grupo de personas de todas las edades, nueve en total. Entonaban muy bien y hacían distintas voces con cada canción. Al terminar la segunda canción, Jorgens y Elizabeth abrieron la puerta. Antes de entrar, cada uno se sacudían la nieve de los abrigos para colgarlos en el perchero a la entrada. Elizabeth, Marianne y Pauline habían dispuesto una mesa con golosinas. Jorgens y Fritz se apresuraron a ir a la cocina, desde donde trajeron una olla de chocolate caliente y suficientes tazas para todos. El aroma del chocolate inundaba todo el hogar. Fritz aprovechó la repartición para presentarme, cuidando de no mencionar mi condición.

Ahora fue Elizabeth quién se sentó al piano y todos comenzaron a entonar preciosas melodías. Nunca las había oído, pero sonaban como ángeles. Esta fiesta duró hasta pasada la medianoche, cuando se retiraron los visitantes y nos preparamos para ir a dormir. Fue interesante cómo se reunía la familia frente a la chimenea e hicieron una oración. Me conmovió que me incluyeran en sus plegarias.

Cada cual se fue a la cama y, aunque aún inquieto, terminé durmiendo como un lirón, en una cama mullida y cómoda, en el cuarto de huéspedes junto al baño. Estaba tan cansado que ni la ropa me quité. Me despertó la luz entrando por la ventana y lo dura de la cama. Me levanté y me fui a asear. No pude mover el grifo. Todo estaba frío. Baje de prisa a la sala. Me extrañó ver el fuego de la chimenea inmóvil. No había calor, ni olores. Me asomé por la ventana y me llevé el susto aún más grande que el inicial. Todo estaba quieto: la gente, el agua de la fuente, los niños y las niñas. Todo en silencio. Las ventanas ya no tenían cristal, sino un hueco simulando una ventana.

Tuve la suerte de caber por uno de los huecos, pues la puerta no abría. Al salir ya no hacía tanto frío. Mire al cielo y vi el techo de mi casa como si fuera en la Luna, muy lejos, muy lejos. El ambiente, los sonidos, los ruidos, todo era distinto, tan grande y lejano.

Era día de trabajo para mis padres, no así para mí, pues me encontraba de vacaciones. Mis padres me dejaban dormir hasta tarde, por lo cual no se darían cuenta de que no estaba en mi cuarto. Cuando abrieron la puerta de entrada, comencé a gritar, para que mami me escuchara. Nada. No tuve éxito. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo alimentarme mientras estuviera allí? ¿Me quedaría allí para siempre?

Abatido, me puse a visitar todas las casas. Quizás hubiese otra persona en mis mismas circunstancias. Lo encontré todo tan lejano. Sabía dónde estaba cada casa, así que mi sentido de dirección me llevó hasta el puente, para cruzar el río. Al otro lado me encontré al señor con su perro junto a las quietas llamas del fuego. No había movimiento por ningún lado. Traté de entrar a varias casas. En las que pude entrar encontré lo mismo que donde Fritz: todo estático, sin movimiento y sin vida. Afuera la nieve sintética y todo donde mami lo había colocado: la gente y las casas en su lugar. Fritz con su carrito de vender pascuas.

Se me ocurrió mover las cosas de lugar, en busca de que mami se fijará, pero todo era tan pesado, aún el banco frente al pesebre. Vagué por todas partes, me asomé por los ventanales de la repostería y la tienda de dulces, con la boca hecha agua. Me dio sed y me llegue al río, pero era de papel de aluminio. Se me ocurrió ir a la fuente. Los hilos plásticos que simulaban el agua eran eso. Sopló una brisa fría, comenzó a llover y salpicaba para parte de la aldea. Me apresuré y por lo menos me humedecí los labios y la piel.

Pasó el tiempo y mi curiosidad se sació en todas partes, no así mi hambre. Frente a la tienda de mascotas había dos señoras. Una de ellas llevaba un cachorro en una caja, quieto. En la librería no había libros. Las escuelas y las iglesias estaban vacías. La rueda del molino no se movía y en el silo no había granos. Par de casas tenían ventanas de cristal y adentro sus personajes inmóviles.

Comenzó a caer la tarde y me ubiqué en el mismo lugar donde aparecí. Se encendieron las guirnaldas, todo se iluminó, llegaron mami y papi del trabajo. Mami, como siempre, lo primero que hizo fue sentarse en uno de los sillones del balcón, quitarse los zapatos y levantar los pies sobre la mesita. Papi entró y me buscó, pero no me encontró, y preguntó a mami si sabía dónde yo estaba. Mami le contesto:

  • Anteayer me dijo que pensaba pasar el día en casa de los primos y se quedaría a dormir. Debe estar allá.
  • Voy a llamar, dijo papi.
  • Muchacho, ¡déjalo respirar! Tú sabes lo mucho que se queja de que no lo dejamos vivir y se siente abacorado.
  • ¿Y si le ha pasado algo?
  • Nos habríamos enterado ya. En el pueblo todos lo conocen. Mira, ninguna noticias son buenas noticias.

Escuchando esta conversación, me arrepentí de quejarme de que no me dejaban en paz. Por esta vez hubiese querido que me buscasen. Llegó la hora de acostarse y todo volvió a la vida. Fritz apareció donde me encontró antes.

  • Hola, Fritz.

Me miró perplejo.

  • ¿Usted me conoce?
  • No bromes, chico, ¡que tengo un hambre!
  • Perdone, pero no le conozco.
  • ¿Cómo qué no? Ayer me encontraste aquí, me llevaste a tu casa, me diste esta ropa, me alimentaste, conocí tu familia, pase Nochebuena con ustedes...
  • ¡Nochebuena es hoy! – contestó. - Usted es nuevo en el pueblo, ¿verdad? ¿se siente bien?
  • Sí, pero sigo teniendo hambre.

Ahora fui yo el perplejo. ¿Volvía a ser Nochebuena? mostró el mismo corazón de ayer y me llevó a su casa, nuevamente (para mí, no para él). Sucedió casi lo mismo. A diferencia de ayer, yo traía la ropa puesta y no se extrañaron de vérmela encima.  Esta vez, al sentarnos en la mesa y preguntarme de dónde era, sentí una nostalgia y una melancolía como nunca antes. ¡Hoy sí era Nochebuena en Puerto Rico y yo en este lugar tan frío! Comencé a relatarles:

  • Vengo de Puerto Rico y estoy de paso. Gracias al corazón tan bueno de su hijo, hoy tengo de comer. Mi país está en el trópico, en América.

Note sus caras interrogantes. Nunca habían oído hablar de mi Isla. Les conté cómo somos, lo que hacemos en Navidades, lo que preparamos para comer y hasta les canté un par de aguinaldos. Les conté de mis padres y cuánto les extrañaba. Una lágrima asomó a mis ojos, la cual limpie de inmediato, simulando picor en el ojo. Agradecí nuevamente la atención de invitarme a la cena. Aunque alegres por las fiestas que se celebraban, Jorgens y Elizabeth se notaban preocupados. Jorgens preguntó:

  • ¿Tienes donde pasar la noche?
  • No, en realidad no, conteste.
  • ¡Pues no se diga más! Esta noche la pasas con nosotros - indicó Elizabeth. Como buena madre, había notado mi añoranza y se dio cuenta de mi lágrima.

Jorgens la miró extrañado, pero no contrario a su esposa. Igual a la noche anterior, apareció el coro, entraron, tomamos chocolate. Volvieron los olores, los sabores, el crujir de la leña. Al hacer la oración antes de irnos a la cama, participe activamente pidiendo al Niño Jesús una bendición especial para esta familia y la mía. En silencio le pedí ayuda por mi situación.

Dios me escuchó y se apiadó de mí. ¡Amanecí en mi cama! Me levanté a toda prisa y corrí al cuarto de mis padres. Todavía dormían.

  • Mami, papi, ¡despierten!
  • Hijo, ¿qué te pasa? ¿cuándo llegaste?

Aún no había clareado el día.

  • ¿Qué día es hoy?
  • ¡Nochebuena! contestaron al unísono.
  • ¡No se imaginan donde estuve!
  • ¡Claro que sí! estuviste en casa de tus primos, dijo mami. ¿De dónde sacaste esa ropa?

Me miré y tenía puesta la ropa que Fritz me dio.