Una mañana dantesca

Creativo

[Nota del autor: 20 de febrero de 1973 y un cuento…Este cuento inédito del escritor, Antonio Ramírez Córdova, recoge un hecho trágico e histórico en el hipismo puertorriqueño acontecido el 20 de febrero de 1973. Hace cuarenta y ocho años se llevó a cabo una huelga entre los jinetes, la unión que pretendía representarlos y los dueños de establos, por diferencias sobre la paga de las montas y las comisiones que estos debían cobrar. La huelga llevaba varias semanas sin resolverse, ante el tranque, una banda de asesinos decidió quemar el establo Clinton, de Rafael “Fonso” Escudero. Este evento le asestó un duro golpe al hipismo en la isla.  Perecieron, cruelmente en el fuego, 22 valiosos ejemplares del deporte. La pérdida económica ascendió a sobre $568,000. Este horrendo crimen jamás fue resuelto. Nunca fueron identificados, arrestados ni procesados legalmente los autores de tan cobarde acto. Se conjeturó mucho sobre los responsables pero no pasó de quedarse impune y en la infamia de la aficción. Muchos ya han muerto llevándose consigo dicho secreto.
Entre los caballos que perecieron en el siniestro estaba el campeón Temporal, que fue enterrado en el campo central del hipódromo en conmemoración de todos los muertos. Fighting Admiral, ganador del Clásico de Navidad 1972, Zarpazo, Tinajero, Reyes Magos, entre tantos otros, siendo San Germán, el único caballo que escapó de las llamas aunque con serias quemaduras.
El autor del relato es poeta, dramaturgo, ensayista, narrador, crítico literario y catedrático universitario retirado. El 18 de mayo del corriente, la Dra. Nellie Bauzá Echevarría reseñó por este medio, Dichos de Antón (desde la fonda Los Tres Platos) libro que recomendó de este escritor puertorriqueño nacido en el 1941.]

   

Los dos hombres atravesaron la plaza de recreo con enorme disgusto. Ernesto, haciendo gestos ornamentales y largos arabescos con sus manos huesudas volvió a rezongar.

-Son noticias que sacan a uno de quicio.

El otro hombre se pasó lentamente el revés de la mano por los bigotes húmedos y dijo moviendo la cabeza con gran pesadumbre.

         -Los ojos de los que vimos aquello eran ojos de incredulidad. Aspiró hondo, aguantó el coraje y recordó la furia de felicidad que lo volvió loco de la alegría a la vez que ganó, en el Hipódromo Quintana, un caballo del Establo Clinton que llamó Kellog II.

        -En 1952 me gané un dineral en la banca con un caballo de esa gente. Y otro domingo me eché a correr como un loco en el Comandante viejo para aplaudir a Yunque una vez que ganó de punta a punta con la monta P.G. Díaz.

El Clinton siempre ha tenido caballos buenísimos y su blusa violeta con aros amarillos ha prestigiado el hipismo puertorriqueño dentro y fuera del país. Con Tinajero ganaron cuatro clásicos en los Estados Unidos. Uno de ellos en Belmont Park, afirmó Ernesto cuando bajaron a la acera.

       -  Al rucio Tinajero yo lo vi ganarse por 18 cuerpos al campeón americano Fantomas después de un descanso de cinco meses con Pepe Ulloa sobre los lomos, dijo el hombre llevándose la mano al sombrero para saludar a una dama bayamonesa.

      -  Por algo rompió tres o cuatro récords de pista, dijo Ernesto recorriendo la calle con una mirada. El hombre movió la cabeza desalentado y dijo alzando una ceja:

     -   No sé, pero los que hicieron esa barbaridad merecen que los quemen a fuego lento y que la policía no se ablande con ellos. Entonces respiró hondo pensando que si pudiese les gritaría a voz en cuello que deberían sepultarlos en medio del polvo y que gimiesen sin consuelo como los condenados en la hoguera de la Edad Media.

    -   Es que en este país últimamente la gente está frita, enfatizó Ernesto abriendo los brazos y dejándolos caer pesadamente.

    -    Pero más vale esperar a ver qué sucede- dijo posando su mano blanda y pesada sobre el hombre de su amigo.

    -    Quisiera Dios que lo agarren, dijo el hombre sin abandonar su anterior expresión, sintiendo otra vez que una rabia impotente se anidaba en su garganta.

    -     El demonio se metió dentro de esa gente, dijo Ernesto imaginándoselos en la alta noche con los ojos duros, fríos, inflexibles.

Una sonrisa desganada pasó a sus labios.

-Seguramnte son lo que siempre fueron, unos canalla, dijo en voz baja entre maldiciones silenciosas.

-¡Qué mañanita, chico! Mejor ni acordarse, dijo el hombre fijando sus ojos en el sol tardecino que se escurría lentamente por los negocios del pueblo y sin poder evitarlo volvió a recordar los contornos grotescos de aquel suceso y la sensación de horror que lo acometió mientras deambulaba por los alrededores de la cuadra.

-¡Qué lástima que todavía existan tantos hombres capaces de negarse a mismos! aseveró cerrando el puño. Un dolor finísimo, agudo, taladraba su nuca.

- Lo que pasó por allí fue un torbellino. Un monstruo roncador de otros tiempos, dijo el hombre deteniéndose delante de su oficina de Abogado Notario.                                                

-Entonces recordó una vez más que cuando llego allí miró con asombro, sobresaltado, el cadáver chamuscado de Fighting Admiral que todavía echaba humos entre veintidós caballos achicharrados y como quien continúa un monólogo, prosiguió diciendo que un momento dado la gente se vuelve loca y hace cosas horribles.