[Con los nervios de punta]

Creativo

Dedicado a mis amigas Yolanda, Pilar y Raquel

 

La primera vez que leyó Érase un hombre a un celular de Luis Rafael Sánchez, decidió que le asignaría el ensayo a sus estudiantes para que aprendan a compartir, comunicarse entre ellos, socializar, soltar los móviles y las tabletas por un rato. La tecnología si se usa bien es excelente; por el contrario, si la manejamos de forma incorrecta, el resultado puede ser una sociedad de mutantes. Seres disfuncionales que van a un restaurante para compartir y cada uno está metido en su celular sin expresar una palabra. La tecnología se convirtió en la nueva droga que hace que muchos de los que la consumen, sean incapaces de transmitir un pensamiento ordenado. Peor aún, ver adictos tecnológicos desde la niñez, que hacen berrinches y manipulan a sus padres, si les pides que se desconecten. Apenas hablan y viven en su mundo. No obstante, hay que reconocer la parte positiva de la tecnología, porque con sentarte a buscar, tienes las mejores bibliotecas del mundo a la mano. Ahora no hay que montarse en un avión para viajar, porque puedes hacerlo desde la pantalla de una computadora. Por otra parte, las redes sociales logran que personas que no se ven por décadas, vuelvan a conectarse. Eso le sucedió a Amanda, que volvió a encontrarse con su comadre por medio de Facebook. Sin saberlo, compartían amistades en común a través de esta red social.   Las amigas habían dejado de verse, porque ella atravesó por unas situaciones difíciles, que la llevaron a sumergirse en una fuerte depresión. Perdió el contacto con su comadre y con su ahijado que ya se convirtió en padre. Todavía recuerda que Myrna, le dijo que cuando tuviera hijos, ella sería la madrina de uno y lo cumplió. Lastimosamente, la mujer de ojos verdes rompió el acuerdo al poner distancia con su amiga. Se reencontraron por las famosas redes sociales y así volvieron a retomar la amistad donde la habían dejado. Su comadre pasó borrón y cuenta nueva, la llamó por teléfono, y mantuvieron una conversación de dos horas, repasando sus vidas y con nostalgia, recordando sus tiempos universitarios.

Entonces Amanda comenzó a preguntar por los amigos de Salinas, Coamo, Santa Isabel, Guayama, Patillas y Arroyo. En su mente, repasaron las locuras que hacían en la que fue su primera casa de estudios. Sin esperarlo, mediante solicitudes de amistad, a través de Facebook, fueron llegando los antiguos panas que compartían los alimentos en la cafetería de la universidad, como Cristo, con sus discípulos. De hecho, Amanda tuvo la brillante idea de subir su tarjeta de estudiante de 1981 y retó a los otros a que hicieran lo mismo. Myrna y María colocaron en la red sus tarjetas; sin saberlo, abrieron la caja de Pandora, porque comenzaron los comentarios sobre sus años juveniles. Amanda rememoraba cuando ella y María metían la cabeza en la fuente de la universidad que ya ni la prenden. Por qué lo hacían, el calor ponceño era insoportable. Su amiga, que vivía en otro planeta y apenas estudiaba para los exámenes, los tomaba y rompía la curva. Amanda nunca supo cómo lo hizo, porque en cambio, ella tenía que estudiar y prepararse. Pasaba horas marcando el material en colores; luego volvía a escribirlo en páginas limpias y así no olvidaba lo aprendido. Cabe señalar, que María era estudiante de Administración de Empresas y Amanda de Literatura; eran polos opuestos en cuanto a estudios, almas gemelas para disfrutarse sus años universitarios.

Amanda no lograba comprender por qué estaba tan nerviosa, si solo se iba a reunir con sus amigas, a las que no veía por lo menos treinta años. Como si fuera una adolescente, dos días antes del encuentro, le brotaron en la frente unas ronchas y ella pensó que era una de sus alergias a productos faciales. Tomó 50 miligramos de benadryl pero no le hizo ningún efecto, porque a la mañana siguiente, descubrió que eran espinillas. Durante la pubertad, nunca le salieron, como suele pasarles a muchos jóvenes y ahora, un simple reencuentro, la tenía con los nervios de punta. En su interior se mezclaban diversas emociones, porque recordaba a sus amigas Myrna, María y Rosibel, como cuando las conoció en la universidad para la década de los ’80. Desde que su comadre y ella se conectaron, se intercambiaban mensajes, reflexiones, cuentos, casi a diario, a pesar del trabajo arduo de cada día. María también comenzó a darle likes a todo lo que Amanda publicaba. Por cierto, el encuentro entre las cuatro sería el 1ro de julio de 2021 y Amanda no lograba entender por qué estaba tan nerviosa. Por cierto lo sabía, ya no tenía la cinturita de avispa de bombón; sus carnes parecían gelatina Jell-O y la celulitis, marcaba la piel que una vez fue lozana y firme. Que decir de las patas de gallina y de las líneas en la frente parecidas a las de la Autopista Las Américas. Para colmo, ahora sufría de artritis reumatoide y dermatitis atópica en los párpados que siempre estaban hinchados. Tomaba plaquenil y methotrexate pero aún así, tenía que aguantar los dolores de las articulaciones, porque los relajantes musculares tenían aspirina y ella era alérgica.

Por cierto, no dejaba de pensar en el encuentro y qué ropa usaría para que las libras demás no se notaran; sobre todo, para disimular la barriga y el abdomen. Trataría de no exagerar en el maquillaje porque cuando se pasa de los cincuenta, puede resultar peligroso embarrarse la cara y parecer un payaso. Decidió volver a leer el ensayo Érase un hombre a un celular para repasar las reglas de oro que, según Luis Rafael, había que seguir.  En su escrito, mencionaba qué hacer o no, en el almuerzo que compartirían. En primer lugar, no hablar de enfermedades, del sobrepeso y mucho menos de la vejez. En segundo término, silenciar el móvil para poder conversar tranquilamente y pasar un buen rato. También debían evitar dialogar sobre sus problemas personales, económicos y definitivamente, la política y la religión no sé tocaban. Amanda en la universidad había sido de la FUPI y se la pasaba en cuanto piquete; ahora, como los líderes de la huelga del ’81, ella se había convertido en una yuppie, que disfrutaba vivir en la región montañosa.

Amanda quería que el encuentro fuera perfecto, y decidió llevarle a sus compañeras un pequeño detalle, para festejar la vida y la amistad. Fue así como le pidió a su esposo, que le comprara tres paquetes del café de Adjuntas gourmet Latitud 101. Ella no contaba con que se avecinaba la tormenta Elsa que traería fuertes lluvias y pasaría por el área sur. Las pseudo meteorólogas del país, necesitan tormentas, huracanes, sunamis, terremotos para poder tener trabajo. Lamentablemente, hubo que cancelar el encuentro por el paso de Elsa, que no dejó ni una gota de agua en su recorrido. Entonces, acordaron reunirse el sábado, 10 de agosto de 2021. Amanda no cree en las casualidades, por eso comprendía, que el encuentro debía ser un sábado. El plazo de una semana era perfecto, porque pudo ir a su estilista y le pidió que le pintara el pelo para ocultar las odiosas canas. Resulta triste afirmar, que después de cumplir los cincuenta, los años pasan volando y ya Amanda tenía rastros de nieve en la cabellera. Llegó el esperado día y se encontraron en Coamo para ir a almorzar a los Llanos. Amanda se bajó de su automóvil con mucha timidez, pero la esperaban su comadre y su amiga María con los brazos abiertos. En época de pandemia no se supone que las personas se abracen, pero como iba a evitarlo. Por lo menos, estaban vacunadas y fueron a almorzar a un restaurante donde podían estar al aire libre. Por supuesto, como adultas responsables, usaban mascarillas. Rápido inició el interrogatorio, las tres necesitaban saber qué era de sus vidas. Hablaron de la universidad, de los amigos en común, de sus planes, en fin, que tema no tocaron. De pronto, llegó la cuarta mosquetera Rosibel y también hizo un recuento de su vida. Amanda les llevó un pequeño detalle, el café Latitud 101 que había enviado a comprar. Entre historia e historia, se descorchaban botellas de vino y Amanda, no pudo regresar ese día a su casa. ¡Es importante pasar la llave! Las cuatro amigas se quedaron a dormir en la casa de la comadre que vivía en Patillas. Como colegialas, hicieron una especie de pijama party porque todas, se reunieron en la habitación destinada para Amanda. Hablaron hasta el amanecer, como las famosas urracas parlanchinas.

Al otro día, a pesar de las pocas horas que durmieron, se levantaron felices. Amanda le pidió a su comadre que le preparara un café, pero ella no sabía cómo hacerlo. Los ojos verdes de Amanda quedaron estupefactos cuando María le comunicó que ella no bebía café. Rosibel, en cambio, recibió el regalo con mucho placer, porque era cafetera como Amanda. Juntas fueron a desayunar ricas alcapurrias en Patillas y Myrna, le sirvió de guía a su amiga Amanda, llevándola por distintos puestos para degustar las delicias que el sureste ofrece. Así fue como culminó el encuentro entre las cuatro amigas y parecía que no habían pasado tantas décadas sin verse. Amanda se despidió de ellas, ya no tenía los nervios de punta, porque descubrió que los años también han hecho mella en sus compañeras.