Río Piedras [un gueto urbano]

Voces Emergentes

El 25 de julio de 2021, se celebró, como todos los años, el Día de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Ese día quise pasar por Río Piedras para recordar mis años universitarios en la IUPI. Resulta triste y vergonzoso el grado de deterioro en que se encuentra la ciudad universitaria. Rodeada de edificios abandonados que, en los ochenta, vibraban con luz propia. Al pasar por la Iglesia del Pilar, vi seis adictos sentados en un banco, entre ellos una mujer inyectándose heroína, en una vena. Desde el asiento del pasajero mis ojos recorrían lo que una vez fue un Paseo de Diego repleto de gente. Era preciso ver a diario como las tiendas se llenaban en Plaza de Diego Mall, un pequeño centro comercial, que cumplía con todas las expectativas de los que vivíamos en Río Piedras. Allí trabajé en Fish and Chips un fast food al que acudía gente a comer la famosa caja de mero y papas fritas, muy al estilo británico. Visitar la Plaza del Mercado para degustar una rica batida era un ritual diario. Allí había un vendedor de lotería, al que le compraba números, que nunca se pegaron. También amaba ir los sábados al puesto de flores naturales para comprar jazmines.

En el Paseo de Diego, en la década de los ’80, había tiendas para todos los gustos. Si se trataba de maquillaje uno iba a Preciosa; si había que elegir ropa de hombre estaba la famosa Madison. Para efectos del hogar, se peleaban los clientes las tiendas Topeka, Capri, Ubiñas y La Riviera. En cuanto a zapatos para mujer y hombre, había de donde escoger: las franquicias Butler, Thom McAn, Bakers, Almacenes González, Almacenes Rodríguez, La Gloria y Humberto Vidal, entre otras. Para ropa femenina estaba Marianne, Kress y en la Ponce de León, la New York Department Store. Además de varias tiendas de ropa hindú cuyo dueño se llamaba Ram.

 

Pasé por el cine Paradise, totalmente en decadencia, y como en un deja vú recordé que iba todos los miércoles, porque era día de mujeres, y uno podía ver dos películas por $3.00. No puedo olvidar que, en ese cine, junto a mi amiga Ruty, vi dos largometrajes que me impactaron para el resto de mi vida. Fue un doble banquete de actuaciones y emociones que me hicieron llorar. La primera fue Sophie’s Choice, estrenada el 8 de diciembre de 1982. Sophie, interpretada por una joven y excelente actriz llamada Meryl Streep, me atrapó con su historia. Sophie Zawistowska, sobreviviente de Auschwitz, era una emigrante polaca, creyente del catolicismo, que mantenía una relación de amor y odio, con Nathan Landau, un científico judío disfuncional psicológicamente. En el 1984, tenía apenas veinte años; esa película me hizo reflexionar sobre la Segunda Guerra Mundial, y sus repercusiones psicológicas, en los que lograron salir con vida. El problema de la pareja consiste en que Sophie es una sobreviviente y Nathan, interpretado magistralmente por el actor Kevin Kline, vive obsesionado con el Holocausto. La protagonista de la historia, para sobrevivir, tuvo que tomar una terrible decisión que consistía en salvar a uno de sus hijos. No olvido que cuando confesó su secreto, en el cine, al que acudían muchos estudiantes y hombres a satisfacer sus necesidades biológicas, no se escuchaba ni un alfiler. La otra película que vi fue una basada en la biografía de la actriz estadounidense, Frances Farmer, diagnosticada con psicosis maniacodepresiva y luego con esquizofrenia paranoica. Su madre obtuvo su custodia legal y la internó, en un hospital psiquiátrico, por sus desequilibrios mentales. A la edad de treinta y dos años, Frances fue sometida a una lobotomía. Nunca he borrado de mi mente la escena en que es violada por guardias del hospital psiquiátrico. La película, fue protagonizada magistralmente por Jessica Lange, que fue nominada a un Oscar. En ese cine Paradise, durante siete años, vi películas espectaculares que hoy en día se ofrecerían en Fine Arts. 

Tras pasar el cine Paradise, en la Avenida Ponce de León, observé con angustia el que fue mi primer hospedaje en Río Piedras, el apartamento # 4, del edificio de la familia Bird, que quedaba frente a La Pilarica. Ellos eran dueños del famoso restaurante Los Gallitos, al que acudían profesores y estudiantes. Como si fuera poco, también tenían la Agencia de Viajes Bird. El edificio está en total abandono y ya no es la sombra de lo que un día fue. Los apartamentos que dan a la avenida, ya no tienen las puertas de cristal que abríamos, para salir al balcón a hablar con los vecinos estudiantes.

Seguí bajando la Ponce de León y el deterioro acrecentaba. El edificio hermoso donde antes estaba el Kentucky Fried Chicken es un espectro vacío. Frente a ese edificio estaba la cafetería de los Muchachos, y al doblar a la izquierda, uno se encontraba con la librería La Tertulia, a la que iba prácticamente a diario. Como por arte de magia también se esfumó. No logro entender cómo en la década del ochenta, Río Piedras era un centro urbano productivo, y en el siglo XXI, se convirtió en un adefesio. En el Café Vicente fue donde por primera vez disfruté de un espectáculo del gran actor Pantojas. Vicente conocía muy bien los gustos de los estudiantes que acudíamos a su café teatro. Además, era dueño de una galería donde llevaba trabajos artísticos a enmarcar. En esos años de actividad y vida universitaria, el actor Teófilo Torres, tuvo un café teatro llamado La casa de Teo, en el barrio Blondet, calle Fernández.

Los diferentes alcaldes de San Juan se han hecho de la vista larga, y no miran para la zona riopedrense. La explosión de gas en la tienda Humberto Vidal, el 21 de noviembre de 1996, contribuyó a que Río Piedras se convirtiera en tierra de nadie. El portón de la Universidad de Puerto Rico, donde se cruzaba un puente que daba a la Escuela Vilá Mayo, está cerrado y abarrotado de basura. La dinámica ciudad de Río Piedras no es más que un gueto poblado por deambulantes, adictos y marginales.