La República Popular China, 72 años después

Agenda Caribeña
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De la historia de esa China popular, inmensa en población, cuyos habitantes sufrieron tanta hambre y desnutrición producto de años de pillaje y saqueo por parte de las potencias Occidentales se habla poco. Se conoce más esa China que hoy emerge como potencia económica industrial, militar, tecnológica y financiera, y que día a día amenaza con desbancar de sus posiciones en el tablero internacional a las principales potencias capitalistas en el mundo.

           ¿Cuáles fueron, sin embargo, los procesos políticos, económicos y sociales que discurrieron a lo largo de las pasadas décadas que han sido responsables de la transformación de este milenario país? ¿Cuáles han sido las consecuencias internas de estos procesos y cuáles son las luchas y los retos que hoy enfrenta la República Popular China? Para entender las posibles respuestas a estas interrogantes y posiblemente a otras igualmente importantes, es necesario remontarnos un poco en la historia moderna de este país.

 

            Al cierre del Siglo XIX, China era una monarquía en decadencia, una monarquía parasitaria en la cual el culto a la personalidad del monarca, a quien se consideraba un semidios, era sostén ideológico para la opresión de su población. El poder de la monarquía tenía como pilares que la sostenían la ignorancia del pueblo, fundamentalmente del campesinado; el poder de los señores feudales y de los señores de la guerra en el campo; y el poder económico y militar que ejercían sobre ésta diversas potencias extranjeras como el Reino Unido de la Gran Bretaña, Portugal, Holanda, Bélgica, Estados Unidos, Francia y Alemania, particularmente a partir del “Acuerdo de Namking” de 1842 que puso fin a la “Guerra del Opio” desarrollada a partir de 1839.

 

La falta de una cohesión nacional que permitiera a su pueblo enfrentar de manera conjunta a las potencias extranjeras, al poder monárquico y a los señores de la guerra, sumió a China en un gran caos. A la altura de finales del siglo XIX, hablar de una China unida era una quimera. Uno de los objetivos que se trazó el movimiento nacionalista chino, además de desarrollar una revolución burguesa y anti monárquica, era la lucha contra la opresión extranjera.

 

           El movimiento nacionalista de finales del Siglo XIX bajo la dirección del Doctor Sun Yat-sen, llevó en 1911 al derrocamiento de la monarquía y a la proclamación de la República.  Luego de su regreso a China, el Doctor Sun Yat-sen, quien fundó en 1916 el Partido Nacionalista de China, denominado como el “Kuomintang”, estableció acercamientos con el Partido Comunista de China que había sido fundado en 1921 en la Universidad de Pekín (hoy Beijing).

 

           La muerte del Doctor Sun Yat-sen en 1925 allanó el camino al poder a su sucesor y yerno, Chiang Kai-shek, acérrimo militar anti comunista, quien eventualmente declaró la guerra al Partido Comunista.

 

           Los enfrentamientos militares llevaron al Ejército Popular de Liberación a una retirada estratégica en lo que se ha conocido como la “Gran Marcha” de la cual solo sobrevivió una décima parte de aquellos que la iniciaron. La invasión a China por Japón llevó eventualmente a una tregua entre nacionalistas y comunistas transformado así la guerra civil que libraban en una guerra de liberación nacional.

 

           Desde la firma del Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial, Japón había logrado obtener importantes concesiones y privilegios comerciales en China, principalmente en la región de Manchuria.

 

           Manchuria por su riqueza en minerales como carbón, hierro, cobre, aluminio, manganeso y plomo, así como también por su agricultura y ganadería, era la principal región exportadora desde la cual se abastecía el mercado japonés. Con una población estimada a comienzos de 1930 en 50 millones de habitantes y con 800 mil kilómetros cuadrados de territorio, para 1931 la región había pasado a convertirse en un protectorado del Japón.

 

           Los incidentes ocurridos en el Ferrocarril del Sur, marcaron la excusa para la invasión y ocupación militar japonesa de Manchuria en 1932. Allí Japón proclamó el Gran Estado Manchú. Utilizando un gobierno títere bajo nombre del Reino Manchuko, sometió virtualmente a la esclavitud a cerca de 5 millones de chinos, destinándolos a trabajos forzados como parte de su esfuerzo de guerra en el continente asiático. A su vez, Japón inició un proceso de transferencia de población japonesa a Manchuria, que al finalizar la Segunda Guerra Mundial en 1945 ya ascendía a 850 mil personas.

 

           Entre los días 7 y 8 de julio de 1937 se produjeron enfrentamientos entre soldados chinos y japoneses culminando con un feroz ataque total japonés sobre Pekín logrando su capitulación el día 29 de julio.

 

           Concluida la Segunda Guerra Mundial en 1945 con la rendición del Japón, como resultado del incumplimiento por parte del Kuomintang de los acuerdos previamente alcanzados con el Partido Comunista Chino, se inició una vez más la guerra civil entre nacionalistas y comunistas. Esta concluye el 1 de octubre de 1949 con la victoria del PCCh y la retirada de los restos de las fuerzas militares del Kuomintang a la isla de Taiwan, también conocida como Formosa.

 

           Los primeros años de gobierno del PCCh fueron dedicados a consolidar el país, iniciar el proceso de construcción y reconstrucción de su economía, consolidar las estructuras del nuevo régimen y desarticular la resistencia interna en múltiples focos de resistencia que aún mantenía el Kuomintang en el interior del Continente.

 

           Luego de un intenso proceso de colectivización del campo y de esfuerzos enormes para atender gigantescos problemas como eran la alimentación, vestido, educación, vivienda y salud de 450 millones de habitantes, hacia 1956, dentro del contexto del VIII Congreso del Partido Comunista Chino, los dirigentes chinos plantean que había llegado el momento de trascender el contenido de una revolución democrática popular para impulsar la construcción del socialismo en China. Este esfuerzo se conoció como el “Gran Salto Adelante”. 

 

           El fracaso del Plan quinquenal de 1952-57; el endeudamiento con la URSS; los cambios o giros políticos que daba ese país, sobre todo luego de la muerte de José Stalin en 1953, y los sucesos que se desarrollaban en los países del Bloque Socialista en Europa, donde cada vez, al control económico por parte de la URSS, seguía el control del poder político y la reducción de los derechos soberanos de las naciones colocadas dentro del marco del llamado “Campo Socialista”, se sumaron a las preocupaciones que desde Pekín también manifestaban los dirigentes chinos con relación al socialismo soviético. En 1958 se había detenido el “Gran Salto Adelante”, por lo que se planteó un “salto hacia atrás”.

 

           Las consecuencias de este “salto hacia atrás” y el advenimiento de divergencias sobre el desarrollo del modelo económico y político socialista, junto con la pérdida de prestigio en las políticas económicas que había impulsado Mao Tse Tung (Mao Zedong) con el “Gran Salto Adelante”, llevaron a nuevas fricciones dentro del PCCh. Liu Shao Chi pasó a ocupar la Presidencia del Partido mientras Deng Xiaoping pasó a ocupar la Secretaría General. Mao Tse Tung, sin embargo, retenía la dirección del Comité Militar Central del Partido. Fue desde esta última posición que Mao retoma la lucha por prevalecer en sus ideas diseñando una nueva propuesta: lanzar la convocatoria a los jóvenes para el desarrollo de una revolución cultural proletaria que corrigiera las desviaciones en el proceso de construcción del socialismo en China.

 

           Mao orientó el surgimiento de la Gran Revolución Cultural Proletaria a raíz de un proceso de crítica y destitución llevado a cabo contra un funcionario en el otoño de 1965. Este proceso generó la publicación de un artículo que precipitó un amplio debate y discusión en el seno del Partido Comunista.

 

           En su propuesta Mao señala que “la concepción del mundo de los intelectuales, incluidos los jóvenes intelectuales que frecuentan aún las escuelas, en el partido y fuera de él, era fundamentalmente burgués. De ahí que era necesario en “esta fase crucial de la lucha entre dos clases”, las dos vías y las dos líneas: (a) luchar contra los detentadores del poder que siguen la vía capitalista como tarea principal; (b) resolver el problema de la concepción de mundo y extirpar las raíces del revisionismo, como objeto. Esta lucha, independientemente de su costo, señalaba, no solo podría tomar al menos 10 años, sino que debería repetirse varias veces en un siglo. Mao concebía la Gran Revolución Cultural Proletaria como un proceso profundamente ideológico, dirigido a aquellos que si bien habían participado en la lucha revolucionaria democrática contra el imperialismo, el feudalismo y la burguesía compradora, una vez liberado el país, eran vacilantes en cuanto al camino a recorrer hacia el socialismo.

 

            La Gran Revolución Cultural Proletaria se desarrolló entre 1966-1976. En esta, cientos de miles de jóvenes miembros de la Guardia Roja abandonaron las universidades y centros de estudio, reprimiendo y persiguiendo a aquellos que consideraban por sus posiciones ideológicas o políticas, aliados de Liu Shao-chi o Den Xiaoping, a quienes identificaban como elementos burgueses y capitalistas. Decenas de miles de intelectuales, técnicos de alta gradación, obreros calificados, cuadros militares y dirigentes comunales y campesinos fueron destituidos de sus puestos, enviados a campamentos de reeducación y trabajo, y en muchos casos, reprimidos físicamente por los jóvenes guardias rojos.

 

           La época que precede a la Gran Revolución Cultural Proletaria se vio también afectada por el conflicto Sino-Soviético, resultado del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. En él, Nikita Krushchev (Jrushchov), quien había sucedido a José Stalin en la dirección del PCUS, lanzó sus fuertes denuncias contra el estalinismo e inició reformas dentro del aparato productivo soviético, todo ello dentro del marco de la Guerra Fría. En este proceso el Partido Comunista Chino denuncia a los soviéticos agrupados en el seno del Partido Comunista de la Unión Soviética como “revisionistas” de las doctrinas de Marx, Engels, Lenin y Stalin y proclama a Mao Zedong y su pensamiento, como el intérprete correcto del marxismo-leninismo en la época del imperialismo y el “socialimperialismo”.

 

           Desde el punto de vista chino, el PCUS como los partidos en el poder en los países socialistas, eran calificados como “revisionistas” y el “pensamiento Mao Zedong” defendido por el PCCh, era proclamado como la manifestación más desarrollada del marxismo leninismo

          

           Las tesis de Mao Zedong, que prevalecieron durante el IX y X Congresos del PCCh, luego de su muerte en 1979, y tras un breve mandato posterior por parte de quien fuera su Primer Ministro y cercano colaborador desde los años treinta, Chou En Lai, abrieron paso nuevamente a la reaparición de Den Xiaoping en la política china. Será Deng quien eventualmente, luego del fin de la Gran Revolución Cultural Proletaria y las muertes de Mao y Chou, iniciará el proceso de reformas en la economía china y orientará el desarrollo de los primeros pasos dentro de una relativa apertura del proceso político interno, todo ello dirigido a modernizar el país.

 

           Desde la presidencia del Partido Comunista de China, Den Xiaoping allanó el camino al regreso al poder de aquellos dirigentes desplazados en los años de la Gran Revolución Cultural Proletaria, iniciando así el proceso de cambio que ha venido sufriendo China hasta el presente.

 

           Den Xiaoping planteó la necesidad de una transformación económica de gran magnitud en China que llevara al país a su modernización radical en el terreno económico, aunque ciertamente, en lo concerniente a lo político e ideológico, los cambios se definieron en forma mucho más conservadora. Deng Xiaoping impulsó en sus políticas de desarrollo la propuesta de “dos modelos, un sistema”, donde, a la par que reivindicaba el carácter socialista del país, introducía reformas de corte capitalista en su economía.

 

           Aquellos cambios en esa China moderna, tivieron también como resultado el desmantelamiento de su sistema de salud pública, la privatización de los servicios de salud, de la educación, y otros sectores de la economía.

 

            Las políticas iniciadas por Deng, sin embargo, a pesar de que incluyeron el restablecimiento de la propiedad privada en China (aunque no afectaron el campo, ni las tierras de cultivo, ni la propiedad colectiva o en usufructo por el Estado), y el desarrollo de polos o áreas económicas donde las relaciones de producción eran esencialmente capitalistas, llevó a este país, en apenas tres décadas, a colocarse como una de las principales potencias económicas del mundo.

 

           Aquel rumbo iniciado por Deng Xiaoping es en su esencia, el mismo rumbo que al presente mantiene China bajo la presidencia de Xi Jinping.

 

           Su predecesor, Hun Jintao, al referirse al socialismo en un discurso, hizo énfasis en el carácter chino de tal socialismo; es decir, un socialismo adaptado a las particularidades de su país. Hun Jintao también mencionó los principios básicos en los cuales descansaba el desarrollo de la República Popular China y como parte de los mismos, las políticas de reforma y apertura. Esa política, indicó, es la que ha llevado a China a mejorar las condiciones de su pueblo, reafirmando de paso la aspiración de la unificación del país mediante el desarrollo pacífico de la Patria.

Como parte de ese proceso de unificación, Hu Jintao mencionó la importancia que China le adjudica a su política exterior independiente basada en la autodecisión del pueblo chino, el desarrollo pacífico y los cinco principios de coexistencia pacífica entre estados con características y modos de producción diferentes. Igualmente mencionó el papel jugado por el Ejército Popular de Liberación y las Milicias en el mejoramiento de la capacidad defensiva del país y reiteró la aspiración del China a su desarrollo teniendo como base el apoyo de su pueblo, el fortalecimiento del socialismo, la modernización de su economía y su aspiración en la construcción y desarrollo de un país armonioso.

 

            Xi Jinping por su parte, ha reiterado los principios sobre los cuales China postula su desarrollo y esperanzas de avance en el proceso de alcanzar su plena modernidad y desarrollo, lo que incluye el objetivo de haber alcanzado la total reunificación del país y la profundización de la construcción de un socialismo con características chinas, que incluirá avances en el concepto de “un país, dos sistemas”.

          

            Ha sido el socialismo con sus características chinas, el que a lo largo de estas décadas ha permitido el desarrollo de un país como el que hoy despunta en el mundo.

 

           Como bien indicó Xi Jimping en su discurso en ocasión del 70 Aniversario del triunfo de su Revolución, “la historia nos ha indicado que el camino de avance nunca es llano, pero que un pueblo unido que toma el destino en sus propias manos vencerá, sin ninguna duda, todas las dificultades, creando continuamente grandes epopeyas históricas.”