A Quique Ayoroa Santaliz
En olvido y en silencio vergonzoso
ha muerto en Ponce la ceiba milenaria.
Sucumbió triste, sedienta, solitaria,
sin verdor, en desamparo ignominioso.
Parecía invulnerable el prodigioso
árbol que adoró la raza originaria
que en Borinquen elevaba una plegaria
al Padre Yaya fecundo y generoso.
La calandria, el ruiseñor, decepcionados;
el zorzal, la reina mora, compungidos;
el turpial y el zumbador, desconsolados,
cantan dulces su elegía, conmovidos.
Inabón y Baramaya quebrantados,
hoy discurren por sus cauces, abatidos.