En el día de la puertorriqueñidad [¿habremos rescatado el día?]

Política

(San Juan, 9:00 a.m.) Hoy conmemoramos la puertorriqueñidad, es 19 de noviembre. La efeméride ha evolucionado desde el concepto del descubrimiento por los conquistadores españoles para conceptualizar la conmemoración de la fusión de los pueblos, aborígenes, africanos, asiáticos y europeos, que con sus aportaciones lograron gestar una nueva identidad en este archipiélago que llamamos Puerto Rico. Esta celebración viene acompañada de múltiples cuestionamientos porque para muchos nuestro país se encuentra en el peor momento de su historia y nuestra identidad está a la deriva.

No podemos negar que Puerto Rico enfrenta uno de los periodos más inquietantes de su historia. La nación está abrumada por los males socioeconómicos creados por las acciones de gobiernos mediocres. La pobreza, los problemas de salud mentales y la criminalidad proliferan en medio de la ineptitud gubernamental y la incapacidad de buscar soluciones a los problemas que nos aquejan. La problemática socioeconómica nacional ha deteriorado la imagen que tenemos los puertorriqueños de nosotros como individuos y pueblo. A esto debemos sumarle la campaña de algunos sectores del país en contra de todo aquello que sea puertorriqueño.

La desconexión de los gobernantes con la cotidianidad de los gobernados ha quebrado el vínculo paternalista tradicional que caracterizó el país de los caciques y los movimientos populistas. La nación está acéfala, la gente deambula desorientada e intenta escapar de los que perciben como el apocalipsis, la hecatombe de la sociedad puertorriqueña.  Los jóvenes están desesperanzados, el mercado laboral les cierra las puertas y son forzados a emigrar dejando atrás no solo a sus seres queridos sino a una creciente población de las tercera y cuarta edades con recursos exiguos para autosustentarse.  Infortunadamente, muchos jóvenes que se quedan buscan alternativas en la economía no tradicional, o subterránea, cayendo víctima de manipuladores que los usan y desechan cuando ya no les sirven para sus intereses delictivos. El panorama desesperante empuja al hedonismo para calmar las ansiedades y minimizar la incertidumbre.

El pueblo ha perdido la confianza en las instituciones. El engaño y la mentira se han convertido en la verdad de la cotidianidad. La clase política busca en la privatización de los servicios públicos la respuesta a su incapacidad y a su enriquecimiento personal. La sociedad fundamentada en los valores ético-morales occidentales se derrumbó.  Lo que era normal para las generaciones anteriores en cuanto a familia, religiosidad, respeto, seguridad laboral, entre otros han sido sustituidos por el consumismo, la desorientación, la inmediatez, el cambio constante y la transitoriedad en factores educativos, culturales y económicos. Esta nueva normalidad ha sido denominada como modernidad líquida y ocurre no solo en Puerto Rico, sino que ha trastocado todas las sociedades planetarias.

La gran interrogante de todos es cómo mantenemos nuestra identidad como puertorriqueños en medio del caos en que el neoliberalismo y la inmediatez de la modernidad líquida nos han precipitado.

Identidad

En nuestro caso particular la identidad puertorriqueña es el resultado de la mezcla de las aportaciones culturales de los diferentes pueblos que se afincaron en el país y la redefinición que de estas hicieron sus descendientes. Cuando evaluamos concienzudamente la puertorriqueñidad podemos identificar rasgos pertenecientes a los grupos que migraron al archipiélago, pero también como estas costumbres y tradiciones fueron transformadas para convertirse en puertorriqueñas. Los elementos principales de cohesión lo definieron las mujeres que en su mayoría fueron aborígenes o negras. Es probablemente por esto que cuando se toca un tambor, el ritmo de apodera de las caderas y los hombros y no podemos evitar la necesidad de candonguear.

La cultura es un ente vivo que evoluciona con el tiempo, pero que preserva elementos de resistencia que evitan su desaparición y facilitan su adaptabilidad. En este sentido los puertorriqueños somos geniales, hemos convertido el pavo en pavochón y adoptado a Santa Claus sin que nuestros Reyes Magos sean postergados. Ahora bien, el ataque contra nuestro sentido identitario es cada vez mayor. Recordemos el famoso chat del depuesto Ricardo Rosselló Nevares donde sus amigos se ufanaban de que dentro de poco tiempo lograrían su objetivo de desaparecer la puertorriqueñidad.

El caso anterior solo confirmó como el trastocamiento social ha redundado en un rechazo al sentido identitario por algunos sectores anexionistas y fomentado la pérdida del sentido de pertenencia. Usando los medios de comunicación y las redes sociales estos sectores han logrado generar una apatía hacia a lo puertorriqueño. La solución para estos grupos desafectos de la puertorriqueñidad es aferrarse a lo estadounidense porque ser puertorriqueño es un estigma negativo.

Tristemente existe un plan maquiavélico para cercenar la raíz del árbol de la puertorriqueñidad. El primer hachazo fue dado contra la familia, el segundo hacia la educación y el tercero fue generar vergüenza hacia nuestra idiosincrasia. Estos golpes certeros han lacerado severamente los vínculos socioculturales que nos han mantenido unidos como un pueblo único entre las sociedades planetarias. A esto debemos sumarle la influencia generada por las políticas socioeconómicas y políticas de la globalización y su medio masivo de comunicación, la internet, que busca desmantelar las naciones para crear una sola sociedad mundial,

La identidad es un fenómeno subjetivo, de elaboración personal, y se construye simbólicamente en interacción con otros. Esta unicidad identitaria está asociada a un sentido de pertenencia a distintos grupos socioculturales con los cuales consideramos que compartimos características en común. De acuerdo con Lorena Moro de Dalt, en su ensayo “Identidad”, el proceso de formación identitario es dialéctico y surge a consecuencias de la representación imaginaria o construcción simbólica de la identidad (autodefinición) y la identidad social se elabora a partir del reconocimiento, en la propia identidad, de valores, de creencias, de rasgos característicos del grupo o los grupos de pertenencia, también definitorios de la propia personalidad. La identidad, en fin, es un acuerdo interior entre la identidad personal centrada en la diferencia con respecto a los otros y la identidad social o colectiva que pone el acento en la igualdad con los demás. 

La identidad permanece inalterable en medio de un mundo cambiante. Ese factor de continuidad interior fue denominado por Erik Erikson “mismidad”, es decir, el sentido del ser unido a la percepción de continuidad de la propia existencia en el tiempo y en el espacio, unida a la noción de que los demás reconocen tal existencia.  Esta “mismidad” nos permite sentir que somos y nos compele a volver a lugares y tiempos con los cuales nos identificamos. La mismidad es lo que ha mantenido viva la identidad entre las poblaciones puertorriqueñas radicadas en Estados Unidos.

Para evitar la erradicación identitaria puertorriqueña hay que desarrollar estrategias que impacten a nuestros niños y jóvenes porque es en este periodo donde se forja el sentido de pertenencia y se acentúa la identidad.

Es en este proceso formativo donde educadores e historiadores juegan un papel prominente.  La identidad se enseña, pero se solidifica en el conocimiento del pasado. Los valores patrios están construidos sobre el recuerdo de nuestros ancestros y sus gestas. La memoria colectiva debe enfatizar la grandiosidad de nuestros hombres y mujeres, la diversidad étnico-cultural de la patria y las aportaciones de los puertorriqueños al enriquecimiento de las artes y ciencias, en fin, la cultura universal. Este conocimiento empoderará a nuestros jóvenes y los motivará a transmitir a sus descendientes el orgullo de sentirse puertorriqueños.   

Los historiadores somos los guardianes de la memoria. Sin embargo, en el caso de Puerto Rico la memoria se convirtió en la historia de San Juan. No es hasta la segunda mitad del siglo pasado cuando iniciamos el proceso de investigar la historia de las comunidades y romper con paradigmas limitantes que ocultaban la valiosa aportación de otros grupos a la identidad nacional.

El sentido identitario puertorriqueño está siendo atacado en todos los frentes, sucumbe ante el conocimiento utilitario y las presiones económicas. Rima Simón acertó al decir que el estudio del pasado, la reflexión pausada de los acontecimientos que conforman nuestro mundo son elementos incómodos para los principios de las sociedades líquidas e inútiles bajo parámetros cuantitativos.  La realidad virtual surge entonces como sustituto a la enseñanza, de la identidad y el folclore porque permite a través de su uso la producción en serie, homogeneización cultural, control y administración de las administraciones públicas, predicción y cálculo de beneficios.

Mientras los intelectuales nos dedicamos a teorizar, la identidad, tal como sucedió en el pasado, abandonó las ciudades y las universidades para refugiarse en los corazones del pueblo. En Puerto Rico existe una explosión cultural que nos define como una identidad hibrida que se aferra a sus raíces negras para sobrevivir y a la vez formar nexos con los otros pueblos del Caribe. La bomba, la plena y la música tradicional de la montaña, con fuertes raíces africanas, se apoderaron de las barriadas, los residenciales y las comunidades marginales e iniciaron una revolución musical que llamamos reguetón, que no es otra cosa más que la sexualidad africana de los bailes frente a la catedral que Abad y La Sierra describe en sus memorias. Esta revolución se ha extendido también a las Bellas Artes y otras áreas como es el retorno a la agricultura por los jóvenes y las ansias de ver coronado con laureles a nuestros atletas.

Enfrentamos un momento crítico donde guardar silencio y mantenerse inamovibles no son una opción. Los educadores e historiadores debemos unirnos a las guerrillas culturales que están rescatando espacios para fomentar la identidad. Debemos retomar las calles y las plazas para educar y fomentar el sentido de pertenencia. Es hora de romper el aislacionismo de las universidades y terminar con el confort del aire acondicionado y salir a las calles para reactivar organizaciones como los Centros Culturales que fueron ideados con el propósito de conservar las culturales regionales. Debemos hacer uso de la tecnología para fomentar orgullo patrio.

Lo puertorriqueño sobrevivirá si fomentamos una visión positiva de quienes somos, nos enorgullecemos de nuestro pasado y nos consagramos a construir un futuro solventado en el legado de nuestros ancestros. Es importante romper con la manipulación imperialista y el servilismo colonial, pero eso solo se logra a través de la concienciación.  Ser puertorriqueño no debe estar en conflicto con la inmediatez, es más debe potenciar el desarrollo de individuos integrados capaces de reinventarse sin olvidar quienes somos y a donde pertenecemos. La resiliencia boricua fundamentada en un arraigo a la cultura identitaria forjará un nuevo espacio que permita a todas las generaciones a reinventarnos para ser competitivos en un mundo en constante cambio.

Es responsabilidad de los historiadores y de los gestores culturales romper con las políticas que buscan desmantelar la fibra social que nos une como puertorriqueños. La verdad es que somos un pueblo exitoso capaz de jugarle el juego a dos imperios y aportar grandes talentos a la humanidad. El mayor reto de todos es romper con la inamovilidad para trabajar con las comunidades, rescatar su legado y fomentar orgullo por nuestros ancestros.

¡Feliz Día de la Puertorriqueñidad!