Demasiada ignorancia y poca planificación en el urbanismo boricua

Justicia Social

(San Juan, 11:00 a.m) Cuando terminé de estudiar mi bachillerato en sociología, decidí hacer una maestría en planificación. No por que me gustara la disciplina, más bien quería cambiarla. Llegué a la Escuela Graduada de Planificación (EGP) de la Universidad de Puerto Rico, pensando como la gran mayoría de las personas en Puerto Rico: “Aquí hay una mala planificación”. De hecho, llegué a pensar en la trillada frase de que la culpa de todos los problemas de la Isla es la mala planificación.

Ya en la EGP empecé a percatarme de que muchos de estos comentarios son mitos o más bien leyendas. Para empezar, me percaté que muchas personas no tienen la más remota idea de lo que es la planificación, pero le echan la culpa de todo. Y así me fui topando con muchos planes realizados para Puerto Rico y conociendo a excelentes planificadores. Entonces si hay tantos planes y tantos buenos planificadores y planificadoras, ¿que está fallando?

La respuesta me reventó en la cara, cuando comencé a visitar agencias de gobierno y municipios. Es ahí cuando te das cuenta de que, en la práctica, aquí quienes planifican son muchos otros profesionales de otras disciplinas. Los planificadores llevan buenas propuestas a algún político de turno y al explicarles el plan, explicarles los costos, o el tiempo de implantación la respuesta es: “no eso es mucho dinero y mucho tiempo.” Luego los asesores, que responden al partido de turno, ofrecen alternativas más económicas y realizadas en “fast track”. Esto sin medir consecuencias o analizar los impactos sociales y ambientales de las acciones.

Hace algunos años atrás forme parte de un equipo de trabajo que levantaba un perfil y las inquietudes de las personas en Vieques. Entrevistábamos casa por casa, y en una ocasión un Sr. me señalaba que “el problema de Vieques es que es una isla y está rodeada de agua por todos lados.” Yo evité estallar de la risa en ese momento. Pero luego al analizar su respuesta me percataba de cuanta verdad había en aquellas palabras. Era un reclamo por todas esas presiones que ha pasado la Isla Nena, que han repercutido en su vida diaria.

Los seres humanos hemos pretendido manipular la naturaleza a nuestro antojo lastimándola, vilipendiándola de forma descarada. La realidad es que en lugar de tomar esas acciones deberíamos ser nosotros quienes nos adaptáramos a los espacios naturales en lugar de querer transformarlos a nuestra conveniencia. Y es que son precisamente las acciones antropogénicas las que han causado éste debacle en la naturaleza.

No se trata de hallar culpables, sino de aceptar responsabilidades. Más allá de señalar que existen infraestructuras abandonadas, más bien deberíamos destacar que están sobre cargadas y con un pobre mantenimiento. Las agencias, antiguamente agrupadas como “Fuentes Fluviales”, predecesora de entidades privatizadas actualmente, aceptan la carga de ofrecer servicio a nuevas construcciones y urbanizaciones. Esto a sabiendas de que la capacidad de los equipos hace mucho tiempo que sobrepasaron su capacidad de carga.

Se continúan otorgando permisos para centros comerciales y nuevas urbanizaciones. Y esto probablemente, como resultado ese sistema global al que nos han insertado a la cañona. Se nos vendió la idea de las carreteras eran progreso y el carro era el símbolo de la modernidad. Con el podíamos hacer el famoso “commute” al trabajo, o al “mall” y de regreso a la casita con patio, marquesina y si posible una piscina. Esa idea edénica e idílica que venimos arrastrando del sueño expresado por el compositor Rafael Hernández: “Yo tengo ya la casita que tanto te prometí...”

No se trata de falta de planificación, es exceso de ignorancia, de demagogia, de favores políticos. No es solo una mala infraestructura, es falta de mantenimiento, es un mal manejo y administración de nuestros recursos. Es exceso de verde, pero del verde de los billetes que puede más que la voluntad y la integridad de querer hacer y tener un mejor país.