En las letras, desde Puerto Rico: Enrique Laguerre, en sus propias palabras (lo que sobrevivió de una conversación, en su totalidad)

Crítica literaria
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Ya van siete años de la partida del maestro. En el 2005, casi cumpliendo su centenario el novelista puertorriqueño más prolífico se despedía de su amada tierra. Maestro, novelista, columnista, embajador de la cultura boricua ante el mundo. Su nombre: Enrique Arturo Laguerre.

El próximo mes de octubre se cumplen 20 años de que Don Enrique Laguerre me recibiera en su hogar, en Hato Rey. Para mí, quien apenas salía de un capullo literario, en el que había ensayado intentos de poesía y colaboraciones esporádicas en una pequeña revista católica, aquello fue todo un acontecimiento. Para entonces comenzaba a vagabundear por peñas y eventos literarios. Eso sí, desde el 89 comencé a leer todo lo que me topaba de Tolstoy, y la misma fascinación que sentí con el universo del escritor ruso, la experimenté con la obra de Laguerre.

Había leído diez de sus novelas cuando me permitió el privilegio de escucharle. Aquel encuentro fue motivado para cumplir con una tarea de una clase universitaria. Y sucedió que antes de entregar la grabación comencé a transcribir su contenido. No continué porque el tiempo de entrega apremiaba, y tenía la promesa del profesor de que la devolvería. Sin embargo, nunca regresó a mis manos. Por eso atesoro lo que sobrevivió.

A Enrique Laguerre le tengo mucho respeto. Su obra novelística, que consta de 15 novelas, es, sin duda, una especie de Episodios Nacionales boricuas, a lo Galdós. Cubre pasajes históricos de importancia acontecidos en los tres pasados siglos, deteniéndose de forma particular en el siglo XX.

De aquella conversación recuerdo la suavidad de su voz y el sosiego con que impartía su lección. Porque si algo saqué claro aquel 31 de octubre de 1992 con respecto al escritor, es que él consideraba su experiencia en el magisterio como su experiencia de vida más trascendental. Yo, como lector suyo, entendí lo que me comunicaba. En una de sus novelas más singulares, El 30 de febrero, el autor registra toda esa etapa de formación que lo llevó a ser maestro.

Pasar revista por la trayectoria novelística de Laguerre, es… (meterse en el mundo de la industria azucarera en La llamarada. Visitar la zona cafetalera en Solar Montoya. Ir a la primera época de la universidad y encontrarse un Río Piedras diferente, con sus típicos personajes y hospedajes, en El 30 de febrero. Viajar al último tercio del siglo XIX, y ser testigo de la justa gesta de Dolorito Montojo en La resaca. Es posible caminar con una mujer dentro del mundo obrero y la lucha sindical en Los dedos de la mano. Conocer la experiencia del puertorriqueño en Nueva York en La ceiba en el tiesto. En pleno Trujillato, escuchar la denuncia en contra del dictador en El laberinto. Entender la compleja transformación de una sociedad agrícola a una urbana en Cauce sin río. La lucha existencial y la crisis de identidad en El fuego y su aire. La sociedad mediada por los medios y la fragmentación, en Los amos benévolos. Las repercusiones de una base militar en el noroeste del País en Infiernos Privados. La presencia caribeña en suelo boricua en Por boca de caracoles. El pasado mítico indígena y la aventura marina en Los gemelos. El perfil nacional en la travesía del corsario Miguel Henríquez en Proa libre sobre mar gruesa. Instancias íntimas en las fisuras del ser en Contrapunto de soledades.) Pasar revista por la trayectoria novelística de Enrique Laguerre es ingresar a un dinámico universo apalabrado, con cuidado en el contenido como en la estructura.

A continuación, En las letras, desde Puerto Rico, en Página o, publica por primera vez en su totalidad, aquello que sobrevivió de la entrevista que me concedió el Maestro. Más allá de la opinión de unos y de otros, el lugar que ostenta Enrique Laguerre en la literatura puertorriqueña es más que merecido. Quienes se dedican a criticarle sin leerlo evidencian su ignorancia. Y aquí me detengo.

Con ustedes dejo la voz del novelista y del maestro. Con ustedes, Enrique Laguerre, principal novelista puertorriqueño durante el siglo XX.

Enrique Laguerre: En sus propias palabras

(Lo que pudo sobrevivir, en su totalidad; entrevista realizada el 31 de octubre de 1992).

*UNO ESCRIBRE

Siempre hay elementos autobiográficos en cien novelas que uno escriba o cien dramas. Sí. Uno no puede prescindir de ellas. Uno no puede escribir nada si no hay elementos autobiográficos en lo que se escribe, porque esas son las primeras experiencias que uno tiene. Son las experiencias más importantes de un escritor, las experiencias vitales, suyas. Claro está, eso no quiere decir que uno no utilice otras experiencias, como, por ejemplo, la experiencia de otros -que es lo que he llamado la experiencia vicaria- que llega a través de otras personas y que uno hace suya. Y lo que se lee en los libros o escucha en la televisión, esas son experiencias vicarias. Pero si uno tiene un accidente, esa experiencia es primaria; si el accidente es de otro entonces sería una experiencia vicaria. Y además hay otra experiencia como la de ser puertorriqueño, esa es una experiencia colectiva. Y hay todavía otra más que es la universal; la experiencia de ser uno un ser humano, es decir, que lo mismo que le sucede a un esquimal me puede suceder a mí; lo mismo que le puede suceder a un japonés también me puede suceder. Esa es la cuarta experiencia importante y todo eso está de una manera tácita, aunque no explícita en mis obras.

En una obra como La llamarada hay muchos elementos autobiográficos, de mis experiencias iniciales. También en Solar Montoya y en La Resaca, están presentes esas experiencias; la niñez de Dolorito puede tener experiencias mías, de mi niñez. Mi última novela, Los gemelos, tiene muchos elementos autobiográficos. La experiencia que hay allí, de los dos gemelos, son experiencias que tuve con un hermano mío que fue marino mercante y que viajó por distintos países; las experiencias de ese personaje en la novela son las experiencias de mi propio hermano.

Quiero decir que no puedo escribir nada si no hay una experiencia autobiográfica en lo que escribo, en una u otra forma; ya sea utilizando mis propias experiencias, las experiencias de la gente cercana, las experiencias de mis conciudadanos, o las experiencias vitales de ser universal. Yo amo, yo detesto, me enojo y me da ira, lo mismo que le da a cualquier otra persona en el mundo, a unos con más intensidad, a otros con más dominio de sí mismo, pero todos tenemos las mismas experiencias sensoriales.

*LA LLAMARADA

Cuando mi libro sale, se hablan cosas negativas y cosas positivas. Contrario a lo que la gente cree, las críticas negativas estimulan a leer libros, pero Pedreira con su crítica apagó todas las críticas negativas, porque en el momento él era el principal crítico literario que teníamos en Puerto Rico. Pedreira tenía una columna que se publicaba semanalmente en el periódico El Mundo sobre las obras que aparecían en Puerto Rico, de modo que, al parecer, Pedreira, que fue siempre tan estricto elogiando una obra recién aparecida de un escritor novel, llamó poderosamente la atención cuando se expresó en esos términos sobre La llamarada. El libro se vendió en poco tiempo, se vendió, como yo a veces digo, como pan caliente”.

CEC: ¿Cuando escribió La llamarada era usted maestro?

Enrique Laquerre: Sí, entonces yo era maestro rural, en Aguadilla y en Moca. Recogí todos los datos siendo maestro rural. Luego vine aquí, al asilo de niños (frente al teatro Paramount) y estuve colocado unos seis o siete meses como preceptor de los estudiantes, con la esperanza de estudiar en la universidad porque tenía ocupado todo el tiempo. Y fue en el asilo donde terminé de escribir y transcribir La llamarada. Esa obra pertenece a mi etapa de maestro en la escuela rural.

Yo venía en tren desde Aguadilla a Río Piedras, los sábados y durante las vacaciones, en el verano, para tomar cursos en la UPR. Y cuando La llamarada salió en Julio, yo estaba en la universidad. Me acosté completamente desconocido un sábado y el domingo ya era conocido. Para mí fue una sorpresa inolvidable. Hubo hasta especulaciones de que un agrónomo, como el protagonista Juan Antonio Borrás, había escrito la obra. Apareció ese trabajo un domingo y ya el lunes todo el mundo me conocía.

*LAGUERRE Y LA NATURALEZA

Con mis novelas, yo empecé a hacer historia de Puerto Rico, por eso algunas personas me han asociado con los Episodios Nacionales de Galdós, porque aunque La llamarada es mi primer libro, es una novela sobre el momento que yo viví en los 30 y que luego, en el tiempo, se ha convertido en historia. Por ejemplo, cuando escribía eso había 35 centrales azucareras pero hoy día hay tres; han desaparecido 42, de modo que ahí está. En La llamarada está, posiblemente, la raíz para explicar por qué desaparecieron estas 42 centrales.

Hoy día si fuera a escribir una novela sobre la zona cafetalera, hay algo que me ha estado preocupando intensamente, y es que están tratando de sembrar café que no necesita sombra; eso plantea un problema porque el café salvó la floresta de Puerto Rico. El oeste de Puerto Rico es más montañoso que la parte desde Corozal a Fajardo, porque desde Corozal a Fajardo se sembró mucho más tabaco y mucha caña de azúcar. Ni el tabaco ni la caña de azúcar necesitan sombra, por el contrario, se cortan los árboles para poder sembrar caña, se cortan los árboles para poder sembrar tabaco. El tabaco además necesitaba eliminar el gusano que traía, y para eso usaban verde paris. El verde paris envenenaba a los gusanos y los gusanos envenenaban a su vez a los pájaros, de modo que desaparecieron los pájaros por el tabaco, desaparecieron los que comían gusanos envenenados. De modo que tanto el tabaco como el azúcar, en cierta medida, son responsables de que Puerto Rico esté despoblado de árboles, del desmonte horroroso y de la extinción de muchos pájaros en Puerto Rico (por ejemplo, de la paloma del ‘llano’ de Cidra quedan unos pocos ejemplares). Aquí había muchas cotorras y ya no las hay. Ahora el café, lo que hizo fue mantener los árboles y los pájaros se refugiaron en el oeste. Todavía el Turpial existe en la zona de los montes secos de ‘Guánica’ pero por acá (área metro) ya no hay Turpiales. La cotorra casi ha desaparecido; El Yunque es su último refugio. Tengo esa preocupación de que desaparezcan los montes del oeste, y da la casualidad que en los montes del oeste existe lo que puedo llamar el hontanal de los ríos, o sea, la fuente de donde nacen casi todos los ríos de Puerto Rico. El Río Grande de Arecibo, Río Manatí, Río Camuy, El Guajataca, El Añasco, El Culebrina, El Yagüez, El Guanajibo, El Tinajón, El Estero, El Yauco, El Guayanilla, El Portugués. En fin, casi todos los ríos de Puerto Rico nacen ahí, en ese sitio que se está desmontando.

Ahora para leer Solar Montoya, que tiene acción en esa región, habría que leer Los gemelos. Los gemelos se desarrolla también en esa zona. Solar Montoya presenta un problema social, y era que estaban abandonando a los cafetaleros por motivo de los temporales. Un café que era conocido por el mundo entero. El temporal San Ciprián, a finales del siglo XIX, y San Felipe en 1928, vulneran el cafetal de una forma que casi no se podrá recuperar. El café de Puerto Rico, que fue conocido por el mundo entero y era el producto principal de exportación en el siglo XIX, sufrió una gran caída.

Ahora están intentando levantar el cultivo del café, pero están utilizando un café que no necesita sombra, lo cual puede traer como consecuencia el desmonte del oeste, tal como ocurrió con el tabaco y la caña en el este. Y eso sería fatal porque entonces se secarían las fuentes de los ríos. Teníamos 52 ríos importantes hasta 1915 y 1916, pero con el desmonte han desaparecido las corrientes de los ríos y los manantiales.