La Sentencia

Crítica literaria
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Estaba sorprendido por la sensación de tranquilidad que lo embargaba. Le molestaba el frío que sentía. Nunca le gustó el frío. Vestido con el uniforme anaranjado observaba la sala con sorpresa. Se veía igual de grande que en las películas. El salón estaba vacío, dos personas sentadas al lado de la silla del juez, el fiscal y el abogado.  Hoy lo sentenciaban por poseer unas armas con la serie mutilada. El abogado asignado por el Tribunal le indicó que era un procedimiento sencillo y que le pudo conseguir un arreglo de siete años, porque el informe social salió positivo y era su primer caso. Que no se preocupara que el tiempo pasaba rápido.

El Cano, como lo llamaban desde pequeño por el rubio del cabello, pensaba en las palabras que la abuela siempre le repetía: -Las amistades te van a llevar a la miseria-, ahora la entendía. En el caserío no había muchas oportunidades hasta el día en que lo invitaron los amigos a ganarse un dinero sin trabajar mucho. Solamente tenía que guardar unas armas y llevarle otras a un “cliente”. No iba a tener ningún problema porque el era un tipo tranquilo y pasaba debajo del radar. La abuela no estaba equivocada, en una redada en el caserío uno de los amigos lo choteó. Debajo de la cama del cuarto encontraron dos armas mutiladas y lo arrestaron.

Cuando lo llevaron al tribunal federal de San Juan observó un gentío de periodistas a la entrada del edificio. Sabía que no era por él. Las noticias indicaban que ese día también sentenciaban a un productor de música de mucho dinero acusado por poseer armas mutiladas. -Igual que a mí- pensó.

Por la ventanilla pudo observar a un tipo elegantemente vestido rodeados de periodistas y camarógrafos. -Gente importante, de seguro saldrá bien- se dijo.

-Todos de pie-, entró el juez a la Sala. Apenas éste lo miró. Preguntó al fiscal y al abogado si estaban listos para la sentencia. Ambos asintieron sin mediar otras palabras. El juez le preguntó a él si tenía algo que decir. El Cano, con las palabras entrecortadas, le dijo que no. En el silencio de la Sala solo escucho- siete años de cárcel y tres de probatoria. -Todos de pie- y el juez se retiró. En cinco minutos habían dictaminado su futuro por los próximos diez años.

El productor vestido mejor que los tres abogados que lo acompañaban, apenas podía controlar el frío que sentía. Parecía calmado, pero por dentro no aguantaba los nervios que lo estaban consumiendo. La Sala estaba atestada de reporteros y familiares. Era la segunda ocasión en que se sentaba en la misma Sala. Hoy lo sentenciaban por poseer unas armas mutiladas que él alegaba que no eran suyas. Pensaba en el negocio, la familia, los hijos, la joven esposa y la niña de un año. Los abogados le indicaron que no se preocupara porque iba a cumplir en la casa y que podría ver a la niña caminar. Era mucho el dinero gastado en la representación legal.

-Todos de pie-. El juez se sentó en el estrado. Observaba al productor, a los fiscales y al séquito de abogados. Tenía la sensación de importancia que le provocaban la presencia de tantos reporteros y la sala atestada de artistas. Preguntó a los fiscales y a los abogados si tenían algo que decir. Por más de una hora estuvieron hablando a favor y en contra del acusado. Preguntó al acusado si quería añadir algo adicional. El productor se levantó. Miró al juez, trató de hablar todo lo que le habían escrito y practicado. El era un productor importante, que colaboraba con las comunidades desventajadas y regalaba a los niños pobres en las navidades. Tenía una buena familia y una niña de un año que quería ver caminar. Habló por quince minutos, hasta lloró compungido.

-Eso es todo lo que tienen que decir? póngase de pie- le indicó al acusado. El productor se levantó. Miró a la joven esposa, a la familia, a los amigos artistas y a los reporteros. Yo soy un guerrero, pensaba.

- Lo sentencio a cuarenta y uno meses en la cárcel y tres años de probatoria, más la multa- señaló el juez luego de arengar una alocución sobre las armas y la criminalidad. Se retiró del estrado.

Los pies se le aflojaron y una lágrima acompañó la bofetada que sintió al escuchar al juez. El guerrero prominente había sido vencido. Atrás quedaban los negocios, la joven esposa, la familia, los amigos artistas y los reporteros. Miró a los abogados.

El productor caminaba por la sala de estar de la cárcel federal. El uniforme de confinado le quedaba ajustado. No comparaba con las ropas de diseñador a las que estaba acostumbrado. El frío del salón le molestaba. Un confinado se le acercó, le tenía cara conocida.

-Cabrón te dije que te iban a coger- le dijo el Cano, y siguió caminando.