Recordando y conversando con Georgina Herrera: su persona y poesía.

Crítica literaria
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Escribo este texto para hacer un homenaje a Georgina Herrera de una manera bastante subjetiva y personal. Me imagino que converso con ella y la recuerdo porque se lo merece, no sólo como escritora, sino también como persona. Mi historia con ella empezó cuando, allá por el año 2010, comencé a leer sus poemas en un curso que la Dra. Juanamaría Cordones-Cook impartía sobre literatura afrocubana en la Universidad de Missouri-Columbia. Yo lo tomaba como parte de mis requisitos para completar mi doctorado.

Poco después, la Dra. Cordones-Cook organizaría, con el apoyo del Afro-Romance Institute de la misma institución, un congreso dedicado a nuestra poeta titulado Georgina Herrera: A Twentieth-Century Maroon. Fue entonces, el 29 de abril de 2011, cuando conocí a nuestra querida escritora en persona. Creo recordar que era su primer viaje a los Estados Unidos y esto tuvo que ser muy especial para ella. La sala del congreso estaba llena de estudiantes y estudiosos en la materia, y ella… atentísima a todo en primera fila. Yo me sentía muy pequeña ante todos aquellos ojos que me miraban cuando fue mi turno para presentar una interpretación que había hecho sobre su poesía. ¿Y qué pensaría ella?, me preguntaba nerviosa. Básicamente, yo era una estudiante sin nombre y Georgina Herrera una de las poetas más importantes de Cuba. Para mi sorpresa, Georgina no sólo me escuchó, sino que se emocionó al oír lo que yo decía sobre sus versos en aquella presentación titulada "África: Madre mítica afro-cubana". Para acompañar mis interpretaciones, recité aquel poema suyo titulado “África”: 

Cuando yo te mencione

o siempre que seas nombrada en mi presencia

será para elogiarte.

Yo te cuido.

Junto a ti permanezco, como al pie

del más grande árbol… (África 20)

 

Al acabar de pronunciar estos versos la miré y vi que dos lágrimas emanaban de sus ojos. Este poema poderoso escrito por ella misma la hizo llorar de emoción. Y es que las mujeres negras cubanas que aparecen en la poesía de Georgina Herrera ya no se sienten desprotegidas o “en busca del árbol que las cobije”, como aparece en el poema “Despidiendo el duelo de Rose Parks” (África 15-16). Han encontrado finalmente en África, vista como una ceiba sagrada restablecida, la protección divina que necesitaban. Georgina también se emocionó por ser una mujer de corazón tierno, capaz de apreciar las pequeñas cosas y a aquellos que valoraban su escritura y la perspectiva desde la que ella escribía.  ̶ Escribes como una mujer negra ̶ , me dijo una vez. No recuerdo qué le contesté en aquel momento, pero sí que pensé que ciertas experiencias de opresión unían a los oprimidos por solidaridad. Y eso es algo que yo también había leído en su poesía.

 Después de aquel primer encuentro de 2011, llegaron nuestras conversaciones y la promesa por mi parte de ir a Cuba para visitarla. Era una promesa muy difícil de cumplir para una estudiante pobre frente a todos los impedimentos legales que había que sortear para entrar en Cuba desde los Estados Unidos, pero lo pude conseguir en 2013 con un programa organizado por la asociación Simunye, un año antes de terminar mi doctorado. Yo había decidido escribir un capítulo para mi disertación sobre su poesía y lo llevaba conmigo impreso para poder comentarlo con ella. Eran casi cuarenta páginas. Nos encontramos y estuvimos conversando largas horas. Después se llevó el capítulo a su casa y al día siguiente volvimos a quedar. ¡Ya se lo había leído y quería que lo comentáramos juntas! Me permitió grabar sus palabras que ahora vuelvo a escuchar, emocionándome, porque puedo imaginarme que estoy de nuevo conversando con ella.

De aquellas páginas y conversaciones salieron dos trabajos publicados posteriormente, el capítulo de mi disertación y un artículo titulado “El discurso desincretizador y womanista de Georgina Herrera: hacia una descolonización de la espiritualidad de la mujer negra cubana” (2017). En este último discuto cómo Georgina Herrera rompe con la idea del sincretismo religioso y aboga por la vuelta a las raíces, a su África mítica ancestral, anterior al contacto con el cristianismo. La salida del sistema católico se justifica en el poema “Dios de mi casa y de mi sangre: Olofí” por la superficialidad del sincretismo religioso, según la experiencia mostrada en sus versos. De hecho, la voz poética se proyecta orgullosa de pertenecer a una familia de descendencia directa africana no sincretizada:

Familia negra en la que no hubo

mezcla alguna:

negros los ojos, la piel, el pelo duro;

y el alma, pura,

casi salvaje, porque

el origen era la selva. (Gatos y liebres 41)

 

La descripción de la familia no se detiene en los rasgos físicos, sino que incluye el alma, asociada con la selva y con Olofí. No niega, sin embargo, el contacto con el catolicismo, aceptado por los familiares superficialmente y por lástima, con condescendencia y a la fuerza. La imposición religiosa es recordada con violencia en el hogar familiar:

¡Qué pobreza de hogar!; en las paredes

solo un retrato. Colgaba un Cristo rubio,

impuesto

sobre la piel a quemaduras desde

quien sabe cuándo.

Y así, las cosas

no entran o entran mal.

pero a ese pobre hubo que amarlo,

nos daba pena verlo […]

casi por lástima lo aceptamos […]

pero en la sangre, a su albedrío. (Gatos y liebres 41)

 

La alusión al libre albedrío remite al principio cristiano por el cual el Dios católico ha concedido al ser humano la facultad de tomar sus propias decisiones, en contra de un destino preconcebido. La voz poética sigue esta idea cristiana para reclamar a otro dios y para establecer su derecho de continuar con las prácticas religiosas de sus ancestros africanos. Por ello, se reclama a Olofí como “un solo rey universal” (41). Este dios rebelde y en constante actividad es el que parece correr por su sangre, “frenando potros o soltándolos,/ fundiendo soles, apretando lunas,/ saliendo, entrando y, como el viento, nunca/ tranquilo” (41). Hablamos de este poema sentadas en la cafetería de la Asociación Cultural Yoruba de Cuba, cerca del Capitolio de La Habana, y rodeadas de las estatuas de todos esos dioses que Georgina había incluido en sus creaciones líricas. Fue una bonita experiencia.

Pero aparte de hablar de los poemas, tuvimos muchas otras conversaciones sobre nuestras vidas y milagros. Lo que más me gustaba de ella era su inconformismo que, ya desde su adolescencia, la motivó a salir de la opresión de la estructura familiar. Ella había buscado y labrado su propio camino con muchas dificultades en busca de un destino creado por ella y para ella. Así se ve en “Oriki para mí misma” (África 5), donde la voz poética es transgresora, rebelde y cimarrona. Vive en constante enfrentamiento contra aquellos que tratan de someterla, comparándose con las esclavas de antaño:

Yo soy la fugitiva,

la que estruendosamente abrió

de par en par las puertas

de la casa–vivienda

“y cogió el monte.” (África 5)  

 

Georgina era libre de espíritu, pero vivía en un mundo lleno de limitaciones y había aprendido a navegar por ellas. Hablando del pasado, me comentó que en ese mismo hotel donde yo me hospedaba, años atrás, ella no hubiera podido entrar. Y aunque ya parecía que esas discriminaciones habían desaparecido de las dinámicas nacionales, la verdad era que existían en otros campos. Así pude vivirlo cuando me ofrecí a acompañarla para pedir un taxi que la llevara de vuelta a su casa, después de nuestro segundo encuentro. Entonces me di cuenta de la división de los taxis. Había taxistas que conducían coches cómodos y relativamente nuevos que sólo ofrecían sus servicios a los extranjeros. Georgina no tenía el derecho o los recursos para montarse en ellos. A mí me paraban porque me reconocían como extranjera, pero cuando les decía que no era para mí, sino para ella, se iban sin más explicación. ̶ Crúzate a la otra acera para que no me vean contigo ̶   me dijo Georgina,  ̶ es que si no se creen que yo soy extranjera también ̶ . Y así fue cómo pudo montarse con dificultad en uno de los taxis llenos de otros clientes que paró cuando ella levantó su brazo, entendiendo el lenguaje de los taxistas para locales. Para mí, Georgina Herrera era muy grande, pero con aquella experiencia comprendí su forma de ser en una sociedad que quería hacerla sentir pequeña todo el tiempo. Ella se adaptaba a las circunstancias, a esa pequeñez, encontrando su valor en la misma, bien como miembro de su sociedad, como madre, como amante, como intelectual, como escritora, o como guía espiritual. Así se ve en su poema “Mínimo elogio para mí misma”:

A los que la conocen, digo:

Permítanme

este elogio por Georgina,

por su oficio de lámpara pequeña,

porque, dócil

a tu capricho vuelve

al primer día de amor sobre la tierra. (Granos de sol y luna 26)

 

Su rebeldía y su docilidad mantenían un diálogo constante, un ir y venir para adaptarse a las circunstancias, sortear las dificultades, y salir airosa de trampas y conflictos. Así se ríe ella misma de esta dinámica en “Oriki para mí misma”

No hay trampa por sobre la que no haya saltado.

No han encontrado nunca las huellas

que conduzcan a mi palenque.

Al parecer

he sabido hacer muy bien las cosas.

Río

bajito e intensamente […] (África 5)

 

Aquella semana en Cuba y mis conversaciones con Georgina me supieron a poco. Nos seguimos comunicando después de vez en cuando y por correo electrónico, pero viajar a la isla siempre era tan difícil… que no he podido volver. Mi último intento fue al querer llevar estudiantes como parte de un programa que organizamos en la Universidad de West Georgia en 2017, pero este fue cancelado por los ataques sónicos y el cierre de la embajada estadounidense en Cuba. También quise traerla como poeta invitada a la Universidad de West Georgia, pero igual, las dificultades eran demasiadas, a las que se añadían los problemas de su salud en sus últimos años. Georgina era consciente de sus limitaciones físicas ya en su vejez, pero siempre estaba dispuesta a hacer cosas y proyectos dentro de sus posibilidades. Ella quería disfrutar al máximo de lo que le quedase de vida y le agradecía a la muerte que no se la hubiera llevado todavía. Así lo explica la voz poética de “Gracias a la muerte”:

No me soporta.

Si nos cruzamos, se desata como una tempestad.

Enloquecida,

busca refugio donde encuentre,

siempre lejos de mí.

Le estoy agradecida,

pero no siento lástima cuando

la muerte, contrariada,

no entiende

el tibio olor de la vejez que asumo.

           […] Yo, ligera, cada vez más lejos

de su rumbo, pongo

una flor entre mis labios, echo

agua fresca sobre mi rostro,

juego

con un zunzún a no agarrarlo

cuando en verdad no puedo.

Así, el tiempo que me queda

se hace eterno.

Gracias

a la Odiosa. Gracias… (Poesía completa 434)

 

Recibir la noticia de su muerte ocurrida el 13 de diciembre de 2021 por complicaciones asociadas con el COVID-19 fue un golpe duro para mí y para tantas otras personas que la queríamos tanto. Georgina era una mujer muy querida. Cuando pensé en cómo homenajearla, simplemente pensé que esta vez quería escribir no tanto sobre su obra y sus posibles interpretaciones, sino sobre su persona conectada con su poesía. Quería volver a conversar con ella de cualquier cosa que pasara a nuestro alrededor o volver a nuestros recuerdos. Y en estos pensamientos me imaginé que estábamos hablando sobre la guerra en Ucrania y sobre su poema “Las muchachas” (Granos de Sol y luna 16-17).

Cuando Georgina Herrera escribió su poema “Las muchachas” estaba pensando en las mujeres que lucharon en Kiev contra los nazis en una guerra desigual, y cómo terminaron siendo víctimas de ellos, según lo había visto interpretado en la película Los amaneceres aquí son apacibles (1972) del director Stanislav Rostotsky. Como ya dije, Georgina Herrera tenía una sensibilidad que iba más allá de las razas para analizar ideologías opresoras y ver cómo los oprimidos, fueran de la raza que fueran, quedaban unidos por vínculos de solidaridad. En su poema, como reflejo de lo que sucede en la película, una de aquellas mujeres ucranianas “pasó a ser flor acuchillada, y otra/ en oficio de paloma, fue a perderse/ en el temblor apretado de un pantano…” (16). En tiempos de la Segunda Guerra Mundial, la voz poética cubana del poema, al igual que Georgina Herrera que había nacido en 1936, era una niña: “estaba yo de camino de la escuela” (17). De alguna manera, el ataque nazi a aquellas mujeres ucranianas aparece equiparado al trato recibido por la voz poética como niña negra en Cuba durante los mismos años en los que se estaba produciendo la Segunda Guerra Mundial. El mismo poema acaba con un juego temporal y espacial entre el pasado y el presente, entre las realidades de las mujeres de Kiev y las mujeres negras cubanas de aquellos entonces:

Ahora, me aparezco;

escribo versos tristes, digo

que me es imposible ser dichosa,

invento

una burda visita a los siquiatras,

porque, digo,

los sufrimientos de la infancia me trastornan. (17)

 

A solo unos meses de la muerte de Georgina, me pregunto qué impacto le habría supuesto saber acerca de la guerra de Ucrania infringida por Rusia. En mi imaginación, me siento en el porche de mi casa y la invito a unirse a mí para comentar las noticias, las guerras pasadas y presentes, la maldad de algunas personas y la bondad de otras. Georgina era una persona con la que se podía hablar de todo, no tenía maldad y, por eso, ella no entendía cómo había quien pudiera ejercerla en contra de otros.

           También me hubiera gustado contarle acerca de mi maternidad. El día en el que Georgina Herrera murió, yo acababa de descubrir que estaba embarazada, aunque todavía mi embarazo no estaba confirmado por los médicos. Con ella, yo había hablado extensamente de mi deseo de ser madre, pero me había tomado demasiados años y tratamientos de fertilidad. Cuando por fin logré quedarme embarazada, ya no pude anunciárselo, al menos, no por correo electrónico, aunque sí espiritualmente. Y ahora sus versos de madre que adora a su hija Anaísa resuenan en mi ser:

Ojos de etíope, dime,

resuelve tú que puedes

este amasijo de ternura

en el que me debato.

¿Por qué te quiero hasta pisar los límites

del llanto? […]

¿Por qué no cruzo el mar

sino contigo, junto al pecho, como un resguardo? (Granos de sol y luna 37)

 

Por alguna extraña coincidencia, yo también me llamo Ana Isabel, como la hija de Georgina, y espero una niña llamada Isabela, pero… en esta hora que escribo, experimento el miedo de perderla por la insuficiencia renal que le han diagnosticado. Entonces pienso en el dolor que tuvo que sufrir Georgina cuando perdió a su hija por un accidente de autobús. Eso lo relata ella misma en su testimonio Golpeando la memoria (2005), en la sección titulada “Ritual de las comidas en fechas señaladas” (147-151), en la que explica que “nadie es capaz de sospechar o imaginarse la medida de mi duelo. Era mi beso más alto el que había caído” (150). Finalmente, Georgina encontró paz en la espiritualidad africana, en la religión yoruba y en el mundo mítico de sus dioses, donde África era concebida como una madre protectora para ella y para todos los afro-descendientes. Yo espero de corazón que su espíritu se haya reencontrado con los dioses que ella adoraba y con sus seres queridos. También deseo que descanse junto a ellos en un mundo de luz, de paz y de descanso.

̶ Georgina, ven cuando quieras y seguiremos conversando. Te espero. Y si no puedes venir, ya iré yo a verte cuando sea mi hora, querida amiga del alma.

Obras citadas

Herrera, Georgina. Granos de sol y luna. Ediciones Unión, 1974.

---. África. Matanzas: Ediciones Manglar y Uvero, 2006.

---. Gatos y liebres o Libro de las conciliaciones. Ediciones Unión, 2010.

---. Poesía completa. Compilación de Juanamaría Cordones-Cook y Gabriel Abudu. Prólogo y notas de Juanamaría Cordones-Cook. Letras Cubanas, 2016.

Herrera, Georgina y Daisy Rubiera Castillo. Golpeando la memoria. Ediciones Unión, 2005. 

Zapata-Calle, Ana. "África: Madre mítica afro-cubana." Georgina Herrera: A Twentieth-Century Maroon. Afro-Romance Institute of University of Missouri-Columbia. April 29, 2011. Presentation.  

---. “El discurso desincretizador y womanista de Georgina Herrera: hacia una descolonización de la espiritualidad de la mujer negra cubana.” Cuestiones de género. De la Identidad y la diferencia. Vol. 12, 2017, pp. 79-100.