Frio en el ombligo

Caribe Imaginado

Acabo de sentir frio en el ombligo. Por primera vez, me percato de mi ombligo. Qué extraño que el punto de nuestro cuerpo por donde nos dieron la vida nuestras madres no sea tan relevante.

Todos tenemos un ombligo. Pienso que los únicos que no tienen un ombligo son Eva y Adam, no sé por dónde les entró el soplo de vida. Siempre hablamos de que alguna persona nos rompió sentimentalmente el corazón. Sin embargo, el primer rompimiento emocional es cuando nos cortan el ombligo.

Gonzalo observaba por las rendijas de la ventana el vaivén de las ramas por los vientos huracanados. El sonido feroz producido por los vientos y los fragmentos de los árboles contra las ventanas y la casa de madera lo aterraban e incrementaban su nerviosismo. La lluvia copiosa sobre el techo de zinc no se detenía, se escuchaba estruendoso. Apenas recuerda desde cuándo comenzó a llover. La memoria lo traicionaba. Contemplaba a lo lejos el crecimiento vertiginoso de la pequeña quebrada que pasaba por el patio aledaño que cada vez estaba más cerca de la casa reclamando su espacio.

Los meteorólogos afirmaron que este huracán solamente traería mucha lluvia. Hasta treinta pulgadas de agua, informaron. El viento nunca me ha preocupado, esta casa siempre los ha aguantado. Me preocupa más el crecimiento del río. Esto se está poniendo feo. El flujo de agua está creciendo. Aquí solo, los espacios se sienten más estrechos y el ruido del silencio se rompe con los latidos del corazón agitado por este miedo a lo desconocido.

El frio comenzó por los pies. ¿Me estaré muriendo? ¿En dónde estarán los seres queridos que tanto extraño en momentos como estos de tanta incertidumbre? ¿Los volveré a abrazar? Aunque no recuerdo la última vez en que los abracé. ¿Se preguntarán por mí? Pienso que no. He sido un ingrato con ellos, no deben ni recordarme. Nadie sabe que estoy aquí. Solo la soledad me acompaña.

La quebrada se ha convertido en un río caudaloso. Recuerdo lo que pasó hace cinco años. El río salió de su cauce, pero nunca llegó a la casa. ¿Llegará ahora a la casa?

El frio pasó al cuello. Ahora entendía el refrán “tener el agua al cuello”. Los muebles flotaban en el agua junto a todos los recuerdos y pocas pertenecías. El retrato de su madre. Me dijeron que debía abandonar la propiedad. ¿Cómo abandonar mi fortaleza y lo poco que en ella quedaba? Se preguntaba Gonzalo.

Comenzó a sentirse mareado. Ya el frio lo sentía en todo el cuerpo frio y paralizado. El vaivén de las borrascosas aguas de la pequeña quebrada convertida en río caudaloso arrastraba la fortaleza de madera, los muebles, el retrato de la madre, los escombros, los recuerdos, la soledad y el cuerpo inerte de Gonzalo hasta lograr conectar el ombligo a ese final sin fin en la búsqueda de otro útero.