Fue un sábado en noviembre de 2018 que escuche por primera vez, en un retiro de la iglesia, que no tenía fe. Ese momento cambio por completo la trayectoria de mi vida espiritual y puso en marcha mi proceso de deconstrucción. Es el mínimo requerimiento de la religión cristiana, en mi caso católica; la fe puede ser considerada la unidad básica de cualquier religión.
No entendía como, después de años de ir a la iglesia 2 veces en semana, a veces 3, haciendo oraciones en la mañana del domingo y casi todas las noches, no tenia fe. Creo en Dios, ¿eso es la fe, no? ‘Hasta el diablo cree en Dios y no tiene fe’, fue la explicación de mis catequistas. ¿Entonces, si creer en Dios no es equivalente a tener fe, que es realmente la fe? ¿Desde donde podemos definir y determinar quien tiene fe o no? Tomó años, pero he podido entender que significa tener fe, como se ve, como obtenerla, y porque no estoy del todo segura de que la quiero.
La fe, según lo predicado, es la confianza total de que Dios lleva tu vida, no tu; es dejarte llevar por su palabra y sus mandamientos con la certeza de que no se equivoca y de que todo lo que pasa en tu vida tiene una razón de ser, reconociendo el pecado que llevas dentro.
Es mucho más complicado que solo creer que existe un poder mayor que creo este mundo. Choca encontrarse de frente con tal aseveración sobre una de las bases del cristianismo, quizás la más esencial. Tomar esta definición de fe en cuenta significa renunciar a áreas de tu vida que no sirven al plan mayor de Dios o a los mandamientos que están escritos. Significa renunciar a ti. Y eso pesa más que simplemente aceptar la existencia de Dios como ser creador y omnipotente.