A Barry Santiago Bermúdez (1968-2023)
mi noble y amado amigo, no te olvidaré…las despedidas son peces para las gaviotas
otras, invaden un horizonte dormido
colmándolo de borrascas
como en esta noche de duelos:
de ti de nuestros propios vendavales
y de botellas mensajeras al mar
para un manojo de cicatrices
que quizá lea algún desconocido
frente a mi reflejo incómodo
de mujer incorregible obstinada torpe
que pretende recuperar pasados
en este rompecabezas de incertidumbres
a la espera de un arcoíris
las despedidas son saudade para la muerte
y me emberrincho en esta nostalgia insomne
pues me juraste que ganarías
al doloroso veneno
que se alimentaba de ti
cuando me enviabas fotos sonriente
en cada larga sesión de quimio
como las veces que renegábamos
de las horas esperando la guagua
al salir de clases, y te inventaba
sonrisas macabras para el tedio;
mi afán era crear amorosos libros sombríos
el tuyo, ser presencia cotidiana como los abrazos
al final, yo raíz hogareña, tú infinito vuelo libre
fuimos torbellino de emociones
y desencuentros…
las despedidas son una patada en la calma
una angustia amarrada a un torpe adiós
como mis recuerdos, como tu vitalidad
aferrados ambos a demasiadas espinas
y tú en el hospital, yo en un hotel de Lisboa
cuando el final llegó en una llamada
--la voz de Pedro, no del apóstol
sino nuestro mejor amigo que yo--
y sé que ya no estás ni estarás
al otro lado, el temblor de la muerte
abisma cualquier pronóstico
hacia un “siempre vivirás en nosotros”
--frase trillada para no sentir frío--
pues ya resides en nuestras cicatrices y júbilos
en cada canción metallera o de Serrat
en cada película de terror o de Almodóvar
en cada partido de futbol aunque fuésemos rivales
en cada temporada distanciada
tan desmesuradamente separados
pero siempre unidos
las despedidas son sed para el olvido
inútiles ante el milagro de querer
amigo, amordazaré mis palabras
para versar mi promesa
de nunca despedirme de ti