PULSIÓN DE MUERTE

Voces Emergentes

Sostiene Freud, que desde el nacimiento la vida humana se debate entre dos pulsiones (o impulsos que conducen a realizar algún tipo de acción para satisfacer una necesidad) – una pulsión de vida y otra pulsión de muerte. La primera conlleva al instinto de garantizar la supervivencia, a la reproducción de la especie, la segunda procura una vuelta a la nada, al reposo y la seguridad absoluta, a la regresión del estado inorgánico del que emergió.

Por otro lado, Martin Heidegger, contemporáneo de Freud, hace de la muerte punto de inflección de su filosofía. Su existencialismo nos devela a un “ser-ahí” – arrojado en un país frío – contrario al existencialismo de Camus, que exuda sal, sol y Playa Argelina. 

Y en su propia vida es testimonio de carpe diem, aunque definitivamente no de existencia inauténtica. 

El ser humano, a diferencia de todos los otros seres con los cuales comparte el mundo, es el único ser que tiene constancia de su finitud. De la inexorabilidad de la muerte. La finitud de la vida confronta al ser humano con la temporalidad de sus posibilidades de elección. Este conocimiento de su finitud debe tenerlo presente siempre, no ignorarlo o evadirlo, para así poder realizar su proyecto de vida como ser auténtico. La muerte representa para el ser dejar de ser posibilidad. Esto, a decir de Heidegger, le produce angustia. Pero sin la existencia de la angustia nuestra existencia se perdería en la mera rutina y en lo satisfecho. En lo que Heidegger caracteriza como vida inauténtica: esto es cuando dejamos de pensar por nosotros mismos y optamos que otros lo hagan por nosotros. El resultado de vivir una vida inauténtica es llevar una existencia anónima e impersonal, dirigida siempre por la prisa y el hambre insaciable de modas, novedades, nimiedades y frivolidades, que nos conducen irremisiblemente a la mediocridad. A la conformidad, convertirnos en uno más del rebaño. Al hombre masa, como lo definió Ortega y Gasset. 

En un país donde las estadísticas arrojan que trabajan menos del cuarenta por ciento de las personas aptas, nos envuelve una gran cosecha de sangre que cada vez se percibe más abundante. Cada día que transcurre, la prensa escrita, los telediarios, dan buena cuenta de sus víctimas más recientes. Y en un País donde es proverbial el desempleo, el sicariato parecería haberse convertido en la industria con más alto desarrollo. 

A esto habría que añadir, el significativo decrecimiento en la natalidad anunciado por los demógrafos. 

Todo esto  nos refleja una manifiesta asimetría, un evidente desbalance en favor de la pulsión de muerte en relación a la pulsión de vida.

En las propias palabras de Heidegger, quizás “es la noche de la huida de los dioses, en la que ya siquiera somos conscientes de la pobreza y la miseria en la que nos encontramos”.

Y como propone el filósofo alemán, no nos queda más remedio que atrapados en la angustia, procurar ser auténticos sin pausa. No queda de otra.