Con Christie [y no... la Barbie] me reafirmé como mujer negra

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La mía era Christie, no Barbie
Sí, creo que tendré que ir a ver la peli nueva esa de Barbie. La película, digo yo, y no me refiero a la ridiculez esa de vestirse de rosa y creerse la muñeca para canalizar los deseos ocultos como hace tanta gente por ahí en televisión, en las redes sociales y en las calles.  Me refiero a eso de recordar lo que fue la muñeca para toda una generación de niñas que hoy somos madres, tías y abuelas, y cómo esas imágenes nos formaron.
Allá cada cual con sus gustos, deseos y frustraciones internas. Si quieren vestirse de rosa y creerse plásticas, cada loco o loca, con su tema. Pero para las que crecimos en los 80, no podemos olvidar que esa muñeca representaba posibilidad. Nos decía que podíamos ser doctoras o modelos o maestras o astronautas o fotógrafas o principales de escuela, y a la misma vez, tener un guardarropa envidiable, una casa multipisos y una corveta donde dejar atrás al idiota y estúpido de Ken. Tan plástico y bobo, que él era, no entendía el universo imaginario de las niñas con sus sueños de ver mundo y de ser gente, en esa era, y siempre, a decir verdad.

Barbie y Ken en muñecos y en la película…¿O será viceversa?
Por eso es inevitable sucumbir ante el encanto de esa muñeca y todo lo que representó para la generación de ochentosas como yo, que crecimos con Barbie como el juguete de moda.
Pero para mi era una Barbie distinta. No la rubia platinada de siempre. Mi Barbie era negra y no era Barbie. Era Christie. Esa fue la muñeca con la que me reafirmé como negra, cuando la tuve por primera vez en mis manos, teniendo yo tan sólo siete años. La miré y fue mi toma de conciencia, sin saberlo.
Confieso que mientras crecía, como era la mayor entre tantos hermanos y primos varones, mis abuelos, titis, padrinos y tíos me regalaban montones de Barbies. Siempre tenía entre 150 y 200 en un momento, pero mi favorita era la Christie porque era donde único yo me veía. Bueno, en algo.
 
La Christi tenía mi color de piel, pero no el pelo. El mío era salvaje, grueso y rizado, que sólo se domaba con trenzas o moños o alisados. La Christie tenía el pelo "estirao" y un mechón rubio al estilo de Beyoncé que para esa época yo sólo había visto por la televisión en figuras como Iris Chacón, o más bien, Celia Cruz.
Pero negra al fin, la Christie me hacía ser parte del sueño. Imagínate yo, la única negra en el mi salón de clase en Sagrado Corazón de la Parada 19 en Santurce, con la única muñeca que tenía mi color de piel y que se “parecía”, entre comillas, a mí. Era mi pase a la felicidad y a la posibilidad.
Pero Mami que siempre ha sido sabia, me decía que pensara de manera más práctica. Yo no entendía por qué Mami insistía en que la “Barbie” tenía que ser más inteligente que los hombres, y ser princesa y heroína a la misma vez.
Fue ella la que me regaló otra muñeca que no era la Barbie sino la Princesa Leia de Star Wars.  Esa que ahora es de colección porque era la imagen fiel de la actriz Carrie Fisher. Así que Mami desde nena me moldeó en eso que yo tenía que ser: liberada como Christi y aguerrida como la Princesa Leia. No plástica ni estirada como la Barbie del montón, como decía Mami.

Y fue así. Con mi Christi y con mi Leia fabriqué mundos insospechados. Viajé por planetas y fuimos exploradoras. Goberné países, defendí niños en África, asesiné forajidos en guerras intergalácticas, me escondí de zombis, ayudamos al presidente de México y de los Estados Unidos contra los rusos, hice compra en supermercados que en mis juegos siempre fueron el Pueblo de la Avenida De Diego, y fui a la playa a recoger caracoles, para construir un castillo que nos protegiera de los dragones y de los tiburones. Visité las pirámides de Egipto, mucho antes de que Indiana Jones surgiera como referente, porque Christie sabía leer mapas y Leia era aventurera. O sea, tenía lo mejor de los dos mundos.
Y cuando regresábamos a mi país de origen, que era mi cuarto, allí nos encontrábamos con el resto de las Barbies en su estudio de fotografía, con sus muebles plásticos color rosita y la ropa de ensueño.  También con mi casa de Barbies que era la envidia de todas mis compañeras de la Academia del Sagrado Corazón, donde cursé hasta el cuarto grado.
No era la casa multipisos color rosa con ascensor. Papi era investigador en el Departamento del Trabajo para entonces, y no había dinero para el lujo de comprar la casita de Mattel. Mi casa de Barbies me la hizo Mami con cuatro cajas de cartón duro que empapeló con los sobrantes de los que había en mi casa. Los pisos eran también sobrantes de alfombras reales, y los asientos y las mesas, eran latas de salchichas a las que Mami pintó de colores, y las coordinó con cojincitos hechos de distintas telas, lamparitas pintadas de flores y mucho amor.
 
Lo único real de mi casa de Barbies era la caja que servía de marquesina donde yo estacionaba la corvetta violeta que me regaló abuela Sara, y que en mis juegos usaba Christi o la Princesa Leia. En fin, mis amiguitas eran locas con esa casa y les pedían a sus madres que le hicieran otras iguales. Y Mami, bien chavá, la vi tendiéndole que explicarles a las madres de algunas de esas nenas, cómo fue que se inventó hacerme mi casita de muñecas.
Así que mi historia con esas muñecas fue distinta porque me obligó a crear, literalmente los mundos en donde nadie se burlaba de una por ser negra, o pobre. Donde te respetaban por ser líder y encabezar las expediciones imaginarias.
Supe después que la Christie fue la primera y “única” Barbie negra que inventaron en el 1968, y que debía era como la “sidekick” o amiga de la Barbie rubia. O sea, debía tener un papel secundario en la historia de Mattel. Christie no tenía sus propios “outfits” pero como el cuerpo era igual al de la Barbie, pues, podían ponerle la misma ropa. O sea, el mensaje implícito era que, a la negra, como en la época de las esclavas, le tocaban las sobras. No señor. Para mi no lo era. Ella era el personaje principal, Leia el secundario, y las Barbies el relleno de mis aventuras infantiles.
 
Margot Robbie interpreta a Barbie en la película
Supe que después crearon una muñeca trigueña y latina, que se llamaba Teresa. Así Mattel llenaba todas las cuotas vigentes. A Teresa, como a la Christie, las descontinuaron en el 2005 y años después empezaron a crear muñecas altas, bajitas, gordas, con facciones más orientales y de todo tipo, para que parecieran más gente “normal”. Hasta una Barbie puertorriqueña con traje de bailadora de bomba, pero de tez blanca porque era ver como un retrato de Dayanara Torres, ellos hicieron.
Con el paso del tiempo me tocó a mi comprarles las muñecas a mis sobrinas Alexandra, Patricia, Gina y Dianita. A mi hija Mariela la llené de Barbies que eran sirenas, sus favoritas, o de Frida Khalo. La veía jugar y vicariamente, me transportaba a mis aventuras.
Pues sí, Mattel nos llevó a crear mundos mágicos inigualables que guardamos en el corazón. Confieso que nunca quise olvidarlos del todo porque todavía conservo a mi Christi y a mi Princesa Leia… y sí, me tocará ver la película…. A ver qué pasa.