En la era de lo transhumano, ¿hay futuro para ti?

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El transhumanismo promete un futuro en el que la tecnología esté al servicio del mejoramiento humano. Ese biomejoramiento se augura con tal promesa de futuro en tres aspectos fundamentales: mayor longevidad, superinteligencia y bienestar como nunca antes, como resultado de tecnología invasiva en el cuerpo humano, la farmacología y la ingeniería genética.

Se pronostican seres humanos con capacidades que excederán por mucho a las de los humanos actuales y que los hará diferentes y superiores.

Con la superinteligencia se superarían las capacidades actuales del cerebro humano en sus aspectos más diversos, en cuanto a creatividad, habilidades sociales, memoria y concentración, entre otros aspectos.

Mediante el uso de fármacos habrá mejoras cognitivas, a lo que se añadiría la tecnología informática de computadoras portátiles, dispositivos denominados “smart”, tales como teléfonos móviles, biosensores implantados, tatuajes biométricos, sistemas de filtrado de la información, software de visualización, interfaces neuronales o implantes cerebrales. En suma, todos los desarrollos de la llamada Inteligencia Artificial (IA). Se trabaja arduamente en la posibilidad de introducir contenidos cerebrales en dispositivos electrónicos.

El denominado “superbienestar” prometido con la IA y el transhumanismo permitiría tener vidas más saludables, cómodas y felices con el uso de tecnologías biomédicas y farmacológicas, como algunas que ya están en uso y otras que seguramente aparecerán: medicina personalizada, fármacos nano-transportados, medicina regenerativa, terapias génicas, etc.

Finalmente, la “superlongevidad” pronosticada alargaría la vida mucho más, además de permitir elegir a los humanos cómo morir y cuándo.

El resultado es poder modificar la evolución del ser humano. Es algo que los transhumanistas consideran filosófica y moralmente como una obligación hacerlo, tomando en consideración que con ello se eliminaría o disminuiría el sufrimiento del ser humano, aprovechando al máximo las posibilidades naturales y artificiales disponibles en el futuro.

El filósofo español y epistemólogo Antonio Javier Diéguez Lucena, doctor en filosofía de la Universidad de Málaga y catedrático de lógica y filosofía de la ciencia en dicha universidad, indica al respecto lo siguiente:

“Cuando tantas promesas hechas por otras utopías que han dejado de ser creídas, el transhumanismo se presenta con promesas renovadas, no mucho más irrealizables que las de las viejas utopías, pero sí más potentes, deslumbrantes y atractivas. Una parte importante de su fuerza está precisamente en que ya no encuentran una competencia respetable, excepto desde el lado –también renovado- de las religiones. Pero su principal reclamo radica en haber sabido conectar con los deseos insatisfechos de amplios sectores de la población en los países desarrollados; deseos un tanto difusos, que el transhumanismo ha tenido la habilidad de centrar en objetivos que parecían fuera de nuestro alcance y que ahora, sin embargo, se presentan como seguros y de disfrute irrenunciable para quienes buscan novísimas formas de consumo o estar simplemente al día respecto a lo que la tecnología marca como la siguiente oleada de avances. Se convierte así en el único proyecto de salvación laica”.

El transhumanismo plantea transformar al ser humano. En tal propuesta, el transhumanismo va más allá de la lógica de las utopías tradicionales. Empero, contrario a concebirse a sí mismo como un futuro distópico y decadente, los transhumanistas es concebido como la superación de las limitaciones humanas.

Más allá de lo utópico y de lo que no pocos consideran como mera ciencia ficción, el transhumanismo es una propuesta concreta de poner el desarrollo tecnológico al servicio del mejoramiento y el bienestar del ser humano.

No obstante, no faltan las advertencias del lado obscuro del transhumanismo que ven en toda esa biotecnología y desarrollo de la IA la pérdida intrínseca de la libertad, al terminar siendo el ser humano por concomitancia un mero objeto manipulable por toda esa invasión antinatural en su interior biológico de artificios tecnológicos, con lo cual se teme pudiera controlarse la voluntad y libre albedrío.