¡DICEN QUE LLEGARON…! A 125 años de la Resistencia a la Invasión Norteamericana de 1898 [de Edgardo Pratts]

Historia

Introducción

Buenas noches a todas las personas en esta actividad dedicada a la presentación del más reciente libro del amigo, compañero y hermano masón Edgardo Pratts, titulado ¡Dicen que llegaron…! A 125 años de la Resistencia a la Invasión Norteamericana de 1898. De Coamo a la Trinchera de Asomante. Es la segunda ocasión en que he tenido el privilegio de ser tomado en consideración por el autor para comentar su investigación relacionada con lo que se ha conocido como la “Batalla de Asomante”. La primera vez en el año 2006, mi participación giró en torno al libro publicado por el autor del presente texto en 1998, titulado En la última trinchera: La Batalla de Asomante.

Este episodio militar se relaciona con los combates librados entre soldados regulares y voluntarios españoles, frente al avance de las tropas estadounidenses desplazadas desde Coamo hacia Aibonito en el contexto de la Guerra Hispano-Cubana-Americana. Entonces, expuse mis comentarios en el ensayo escrito en 2006, el cual actualicé en 2012, titulado La Afirmación Nacional puertorriqueña en el drama de la Guerra de 1898: la experiencia de las batallas de Coamo y Asomante.

Como cita el autor en su libro exponiendo uno de nuestros señalamientos, en aquel encuentro de 2006 donde compartimos impresiones sobre Asomante con el Lcdo. Juan Manuel García Passalacqua,  indicamos:

 “…en los procesos de lucha de los pueblos, la pérdida de la memoria colectiva es quizás una de sus mayores limitaciones. En los pueblos coloniales, la historia como proceso social y económico, es la historia de los conquistadores. Ese es el mecanismo de excelencia para la dominación ideológica del colonizado. Una historia sin referentes propios, sin lucha, sin victorias, sin triunfos, todo ello facilita la dominación. Es por eso que en la formación de la conciencia e identidad nacional de un pueblo, cada rescate de esa historia propia que le arrebatemos al enemigo, al contrario o al adversario, para colocarla como referente para el desarrollo futuro de nuestros procesos emancipadores, se convierte en objetivo necesario.”

Dicho lo anterior, también en aquella ocasión expresé que, en la valoración de los sucesos de resistencia como los habidos en Coamo y en la trinchera de Asomante, no deberíamos extrapolar su significado imprimiéndole “características épicas o mitológicas que no estuvieron presentes.”  De ahí la importancia de abordar los sucesos ocurridos en el contexto de 1898 a la luz de sus circunstancias específicas.

 

Puerto Rico: bastión militar

          Históricamente hablando, Puerto Rico siempre se consideró por el imperio español como bastión militar estratégico. Constituía el territorio insular más adentrado en el Océano Atlántico. Por su ubicación geográfica, la Isla queda ubicada frente a las rutas de navegación que desde América del Sur discurrían hacia Europa. Puerto Rico ocupaba, además, una de las llaves de acceso a la región de América Central y el Mar Caribe. Como tal, fuimos desde muy temprano en el período colonial presa apetecible para distintos poderes imperiales europeos; y ya desde inicios del siglo XIX, para el emergente imperio estadounidense. Será la Guerra de 1898 la que selle, al menos hasta el presente, el destino de nuestro país. Para una mejor comprensión del conflicto es necesario echar una mirada histórica al desarrollo militar español en Puerto Rico en siglos anteriores.

En 1759 ascendió al trono de España Carlos III. Se indica que con su reinado comenzó el período conocido como “despotismo ilustrado”. Fue un período de reformas, impulsado principalmente por el creciente incremento del poder de Inglaterra, lo que llevaría al Rey de España a establecer un tratado o alianza militar con Francia. Los acuerdos alcanzados conllevaron que Inglaterra declarara la guerra a España.

          Los escenarios en los cuales se libraron los enfrentamientos entre ambas potencias, muy pronto tocarían las puertas del Caribe con la ocupación por parte de los ingleses de La Habana, en julio de 1762. Un año después, mediante el Tratado de París de 1763, se puso fin a las hostilidades entre ambos países. La experiencia de la ocupación temporal de La Habana, sin embargo, llevó al Rey español a designar al Mariscal de Campo Alejandro O’Reilly como “Comisario Regio” de su Majestad Católica. Como tal se le encomendó visitar, entre otras posesiones de la Corona, las islas de Cuba y Puerto Rico, formular sus recomendaciones para el mejoramiento de las defensas en la capital cubana y “convertir la plaza de San Juan en un gran fuerte militar”.

Indica Héctor Andrés Negroni, que luego de revisar las defensas existentes en Puerto Rico y evaluar la capacidad defensiva de la llamada “Milicia Irregular Urbana”, O’Reilly propuso la creación de nuevas milicias. En el examen que efectúa sobre el estado de las tropas regulares españolas en Puerto Rico encuentra lo que llamó el autor “un cuadro patético”. De 400 efectivos regulares acantonadas en la Isla, sólo 274 estaban aptos para sus funciones militares.

A partir de las recomendaciones de O’Reilly, se organiza el “Cuerpo de Milicias Urbanas”. Este no era otra cosa que la restructuración de las antiguas “Milicias Irregulares Urbanas”, existentes en Puerto Rico desde 1692. Este cuerpo pasó a ser el “componente de reserva” desde donde, en parte, también se nutrían en sus filas las “Milicias Disciplinadas”. A diferencia del Cuerpo de Milicias Disciplinadas, las Milicias Irregulares Urbanas estaba compuesto íntegramente por puertorriqueños, salvo una unidad denominada “Fijo” o “Guarnición”, que era mixta. A este cuerpo pertenecían todos los varones entre las edades de 16 a 60 años. Cumplían funciones policiacas, velando por la tranquilidad y el orden en sus pueblos. Hacia 1813 tenía en sus filas 38,070 milicianos y 1,240 oficiales. Aunque se indica que la Orden militar para su eliminación surgió en 1855, su extinción se lleva a cabo en 1860.

          Tomando en consideración las recomendaciones de O’Reilly, el 20 de septiembre de 1765, el Rey autorizó la creación del “Cuerpo de Milicias Disciplinadas” y la creación del “Cuerpo de Milicias Urbanas”. El Cuerpo de Milicias Disciplinadas integraba en sus filas hombres blancos, pardos y negros. Hacia 1775 este cuerpo ya contaba con 20 compañías de infantería (100 efectivos por compañía) y 4 de caballería.

          Cuando se produjo el Ataque Inglés a San Juan en 1797, había cerca de 2,500 efectivos dentro de esos cuerpos castrenses. Se indica que durante la Invasión Inglesa, la defensa de San Juan y sus vecindarios, al igual que la lucha sin cuartel desarrollada contra las fuerzas invasoras hasta su eventual expulsión, estuvo a cargo del Cuerpo de Milicias Disciplinadas y del Cuerpo de Milicias Urbanas. Concluidas las operaciones militares, en 1798 el Cuerpo fue reorganizado a partir de la estructuración de un regimiento, batallones y compañías, elevándose su número a 3,000 efectivos.

          Se ha debatido en cierta medida si la defensa de San Juan ante el Ataque Inglés y la férrea defensa de la cual participaron destacadamente criollos, negros y pardos provenientes de distintas partes de nuestra Isla, constituye la primera experiencia de la defensa nacional de los puertorriqueños de su suelo patrio frente a un poder extranjero.

           Ciertamente, a la altura de 1797, el hilo histórico, sicológico, territorial, idiomático y económico a través del cual se forja una conciencia nacional y como secuela de ella la nacionalidad de un conglomerado humano, estaba ya hace mucho tiempo en proceso en nuestra Isla. Independientemente de que la defensa de Puerto Rico se hubiera dado desde la perspectiva de la defensa de un territorio bajo la bandera y estandarte español frente a otra potencia colonial, el sentido de la defensa de la patria en aquel momento, no la española sino la defensa de la patria desde el concepto que nos define Eugenio María de Hostos, la patria como “punto de partida”, ya estaba presente en muchos de los que murieron y arriesgaron su vida como puertorriqueños.

Este ejemplo histórico, sin embargo, tiene a su vez elementos de coincidencia parcial con lo que ocurriría un siglo más tarde en el contexto de la Guerra Hispanoamericana– también conocida por muchos como Guerra Hispano-cubana-americana–, aunque también, importantes elementos que la diferencian.

El crecimiento de las tropas españolas regulares y de los Cuerpos de Milicianos (Milicias Disciplinadas y Milicias Urbanas), llegó a alcanzar, en vísperas del Grito de Lares cerca de 7,900 efectivos.

Entre 1812 y 1898 existió otro cuerpo castrense denominado “Instituto de Voluntarios”, organizado por España a partir de su experiencia en el resto de América Latina con el desarrollo de las guerras de independencia. Allí la experiencia española con la organización de cuerpos de milicias integrados total o parcialmente por criollos, tuvo como resultado que en gran medida, los ejércitos organizados para las guerras de independencia, tuvieran como embrión en su conducción a integrantes de cuerpos similares a las Milicias Disciplinadas y Milicias Urbanas existentes en Puerto Rico. Así las cosas, hacia 1813, el Gobernador Militar de Puerto Rico en funciones, a la par que establecía que los milicianos solo podían utilizar armas blancas, organizó el “Cuerpo de Voluntarios Distinguidos”. Este fue integrado por civiles conservadores  españoles que hubieran nacido en España, o los hijos de éstos de primera generación. Hacia 1864 el “Cuerpo de Voluntarios Distinguidos” pasó a llamarse “Instituto de Voluntarios”. Sería este cuerpo militar auxiliar uno de los componentes participantes junto a las tropas regulares de las operaciones españolas en la Guerra de 1898.

La misión de dicha organización militar, según expresada en su Reglamento, era:

“La fuerza de Voluntarios de la isla de Puerto Rico tiene por principal misión la defensa del territorio, la protección de los intereses públicos y el sostenimiento del orden.”

          A partir de 1873 este Instituto había pasado formalmente a convertirse en la reserva activa de las tropas regulares españolas en Puerto Rico. Para entonces contaba con 14 batallones y cada batallón estaba formado por cuatro compañías de 100 efectivos. Ya desde entonces, en Ponce se encontraba destacado el Noveno Batallón, mientras en Coamo se encontraba destacado el Décimo Batallón. En otros lugares en los cuales se libraron los combates durante la Guerra de 1898 también existían unidades del Instituto de Voluntarios. Tales fueron los casos de Mayagüez, Maricao, Sábana Grande y Guayama.

Es a este estamento militar al que el autor del libro que presentamos, hace constante referencia al referirse a las unidades de defensa españolas localizadas en Coamo y Asomante como complemento auxiliar de las tropas regulares de infantería española y las unidades de artillería.

 

1898: Puerto Rico de cara a una invasión

De acuerdo con el Capitán Ángel Rivero Méndez, en su libro Crónica de la Guerra Hispanoamericana en Puerto Rico, el total de efectivos militares españoles en Puerto Rico ascendía a 18,000 tropas, de los cuales 7,930 eran parte del “Instituto de Voluntarios”. Indica que habían 2 batallones de infantería regulares, “Patria” y “Alfonso XIII”, compuesto por 800 efectivos cada uno; cinco batallones de infantería provisionales y 2,300 efectivos de otras ramas auxiliares. La fuerza expedicionaria de Estados Unidos en Puerto Rico, sin embargo, estuvo compuesta por 15,472 efectivos agrupados en 4 Brigadas de infantería, unidades de Caballería, Ingeniería y de Artillería. En estos números no se encuentran incluídos los efectivos militares pertenecientes a la Marina de Guerra a bordo de las unidades navales. En el desembarco en Guánica participaron 3,415 efectivos, conducidos en 10 transportes de tropas y 5 buques de guerra.

          El 15 de febrero de 1898 ocurrió la voladura del buque USS Maine en la bahía de La Habana. Si bien es cierto que desde el 20 de abril de 1898 el gobierno español había recibido un “ultimátum” de parte del Gobierno de Estados Unidos, las operaciones militares por tierra no llegaron a Puerto Rico sino hasta el 25 de julio de 1898. El 12 de mayo, sin embargo, la escuadra naval del Almirante Sampson bombardeó la ciudad de San Juan. En este enfrentamiento surgieron las primeras bajas de ambas partes. Sangre española, estadounidense y puertorriqueña fue derramada.

          Los hechos del 12 de mayo establecen que no es correcto, históricamente hablando, decir que la Guerra comenzó en Puerto Rico a partir del 25 de julio con el desembarco en Guánica; o que la campaña militar en Puerto Rico solo duró 17 días. 

          La realidad es que desde el 21 de abril de 1898, fecha en que se suspende por el General Manuel Macías Casado, Gobernador y Capitán General, las garantías individuales que confería la Carta Autonómica de 1897, ya Puerto Rico ya vivía un virtual estado de guerra. Las operaciones militares a partir del intento de bloqueo marítimo al puerto de San Juan el 10 de mayo de 1898, se ampliaron en la mañana del 12 de mayo con el bombardeo a San Juan.

          Tampoco es correcto minimizar las operaciones militares en días siguientes a invasión terrestre. Sin tomar en consideración las maniobras navales en diferentes puntos de nuestras costas y las militares en tierra, durante la guerra se efectuaron las siguientes acciones bélicas:

(a) El inicio del primer disparo de artillería desde el Fuerte San Cristóbal sobre el crucero USS Yale el 10 de mayo ;

          (b) El bombardeo de San Juan el 12 de mayo; 

(c ) El enfrentamiento naval de la escuadra de Sampson con buques de la armada española como resultado de un intento de bloqueo al puerto de San Juan el 22 de junio, donde resulta muy averiado el buque español “Terror”;

(d) El enfrentamiento de buques de la escuadra de Sampson con buques de la escuadra española entre la noche del 27 de junio y el día 28 de junio, donde resulta destruido el buque español “Antonio López” y averiado (varado en la playa) el “Isabel II”;

(e) El desembarco de tropas al mando del General Nelson A. Miles en Guánica el 25 de julio de 1898.

          (f) El combate entre fuerzas de tierra en Yauco el 26 de julio;

          (g) El combate entre fuerzas de tierra en Arroyo el 1 de agosto;

          (h) El combate entre fuerzas de tierra en Guayama el 5 de agosto;

(i) El combate entre fuerzas de tierra en las alturas de Guamaní el 9 de agosto;

          (j) El combate entre fuerzas de tierra en Coamo el 9 de agosto;

(k) El combate entre fuerzas de tierra en San Germán el 10 de agosto;

(l) El combate entre fuerzas de tierra en Hormigueros el 10 de agosto;

(m) El combate entre fuerzas de tierra en las alturas de Asomante el 12 de agosto;

(n) El combate entre fuerzas de tierra en Las Marías (El Guasio) el 13 de agosto;

(o) Las operaciones de desembarco y combate por parte de unidades de la Infantería de Marina en Fajardo durante los días 1 al 9 de agosto.

Las operaciones militares en Puerto Rico se suspenden el 13 de agosto como resultado de la firma el día anterior del “Protocolo de Armisticio entre España y Estados Unidos”, estando en pleno desarrollo el combate  y duelo de artillería en las alturas de Asomante en Aibonito. A partir de tal momento, pasarán días en lo que comienza la desmovilización de las tropas españolas en Puerto Rico. Este proceso tardó semanas culminando el 23 de octubre con la partida del último contingente español de nuestro país y la transferencia oficial de poderes del Reino de España a los Estados Unidos.

          Ciertamente la corta duración de la campaña militar y el repliegue de las tropas españolas en los primeros días del conflicto hacia otras posiciones militares en el interior de la Isla influyeron en que los combates y las bajas registradas fueran menores. A pesar del estado precario del componente militar español en Puerto Rico, no es correcto asumir que España no tenía en Puerto Rico tropas preparadas para ofrecer una mayor ya más prolongada resistencia; sería asumir que las tropas regulares españolas en Puerto Rico eran distintas a las que había en Cuba; o asumir que España no tenía previsto un control sobre Puerto Rico que le permitiera defender esta plaza militar, como indicamos, al menos por un tiempo mayor.

 

Las operaciones militares en Coamo y Aibonito descritas por Edgardo Pratts en su libro

El libro que hoy presentamos aborda con mayor detalle las operaciones militares de los Estados Unidos en el contexto de la Guerra de 1898, enfatizando los enfrentamientos armados entre fuerzas estadounidense y españolas en el pueblo de Coamo; y más adelante, en el repliegue de españoles y la resistencia armada desarrollada por éstos últimos frente a las tropas invasoras desde sus posiciones defensivas en Asomante, Aibonito.

Las operaciones militares contra el pueblo de Coamo por parte de la fuerza invasora comenzaron en la mañana del día 9 de agosto con fuego de artillería a partir de las 6:00 a.m. Los movimientos de tropas desde diferentes posiciones y el intercambio de disparos y las acciones de hostigamiento, mantuvieron las operaciones de combate hasta entrada la tarde. En el proceso las tropas estadounidenses hicieron varios prisioneros españoles que se rendían. Las tropas españolas  destacadas en Coamo eran 248 hombres, entre ellos músicos de la banda militar y 42 caballos. No disponían, a diferencia de las fuerzas invasoras, de cañones.

 El Comandante Rafael Martínez Illescas, oficial a cargo de las tropas españolas en Coamo, entendía que sus órdenes para la defensa del pueblo eran tan solo temporales. Así las cosas, no estableció las defensas necesarias para resistir un asedio por tiempo prolongado. Posiblemente Martínez Illescas tampoco esperaba un ataque tan inmediato por parte de las tropas estadounidenses. Ante un avance por sorpresa de parte de las fuerzas invasoras temprano en la mañana, optó por organizar sus tropas para partir en retirada hacia Aibonito. Al organizar la marcha, dispuso para que en la retaguardia permanecieran, junto a algunos efectivos, los capitanes Frutos López y Raimundo Hita protegiendo a la columna.  López era un puertorriqueño dentro de la tropa regular española.

Mientras el resto de la columna española se replegaba hacia Aibonito, comenzó el combate, el cual duró por espacio de varias horas.  En medio del intercambio de disparos, a eso de las 9:00 a.m., en momento en que el Comandante Martínez Illescas arengaba a sus tropas en medio del combate para sostener la defensa de la posición que ocupaban, recibió un disparo mortal. El Capitán López, quien era el segundo al mando, al intentar socorrerlo, también fue alcanzado por otro disparo mortal. Se indica, sin embargo, que el Capitán Hita, ante la situación, eventualmente optó por rendirse junto a algunos de sus soldados. Otros efectivos regulares de menor rango se negaron a rendirse y procedieron a bordear a las fuerzas invasoras, llegando finalmente a entrar en contacto con fuerzas españolas que venían en auxilio de los defensores de Coamo, desde donde se dirigieron a Asomante.

El valor demostrado por estos dos militares españoles caídos en combate frente a una fuerza superior en número y armamento enmarca en aquellas palabras pronunciadas por Don Pedro Albizu Campos al despedir el duelo de los mártires nacionalistas caídos en la Masacre de Río Piedras cuando dijo:

“El valor es lo que permite al Hombre pasearse firme y serenamente sobre las sombras de la muerte; y cuando el Hombre se pasea firme y serenamente sobre las sombras de la muerte es que entra en la inmortalidad.”

En Asomante, las tropas españolas, mal apertrechadas como estaban, se organizaron para enfrentar el avance de las tropas estadounidenses. Desde una posición favorable a la defensa dada su elevación topográfica y localización respecto a las vías de comunicación existentes, se dispuso la organización de la defensa. Los españoles contaban con una fuerza compuesta por 1,280 soldados, 70 caballos y dos cañones con 40 municiones de artillería cada uno.

La oficialidad española dispuso la organización de la línea de defensa. En el proceso de planificación de su ofensiva, las fuerzas estadounidenses diseñaron un movimiento táctico envolvente: primero, con el desplazamiento de una parte de sus tropas hacia Barranquitas, para desde allí caer sobre el pueblo de Aibonito y luego sobre las defensas de Asomante. En segundo lugar, a la par que  esto ocurría, la columna del General Brooke, que había desembarcado por Arroyo y ya se había desplazado hacia Guayama, se preparaba para el combate en las alturas de Guamaní y Jájome, a donde se habían replegado también las fuerzas españolas para al igual que en Asomante, para desde una mejor posición defensiva presentar combate a las fuerzas invasoras. De ser tomada dicha posición por las tropas estadounidenses, entonces, la columna podría desplazarse hacia Cayey para desde allí, en dirección Norte a Sur aproximarse hasta el pueblo de Aibonito y Asomante.

          Las operaciones militares sobre las defensas de Asomante dieron comienzo los días 10 y 11 de agosto, dedicadas principalmente a operaciones de reconocimiento y planificación. El día 12 de agosto el mando estadounidense ordenó el desplazamiento de fuerzas de artillería y tropas de infantería contra posiciones españolas. En el duelo de artillería entablado, a pesar de la superioridad numérica en piezas de artillería de las fuerzas invasoras, la posición topográfica favorable de las fuerzas españolas y la calidad de alcance de sus limitados cañones, dieron la victoria en el duelo de artillería a éstos últimos.

          En Coamo como en Asomante las tropas españolas pelearon mientras estuvo al frente de dichas tropas una oficialidad que les imprimió el ejemplo. Pelearon como soldados, sin embargo, lo hicieron en defensa de la Corona española, no en defensa de la nación puertorriqueña, mucho menos en defensa de su libertad o independencia.

Concluidas las operaciones militares de ese día, sin que se diera un avance masivo de las tropas estadounidenses sobre las posiciones españolas, llegó la noticia del Armisticio. Horas adicionales transcurrirían hasta que al Capitán General en la Isla, General Macías, recibiera la confirmación por parte de las autoridades españolas de que, en efecto, había entrado en vigor un armisticio entre las partes beligerantes.

El pueblo de Aibonito, nos indica el autor, fue ocupada el 24 de septiembre de 1898 la Casa Consistorial, arriandose la bandera española. Mas adelante, indica, el 9 de octubre “se dirigieron al Ayuntamiento las compañías del ejército estadounidense y formaron en la plaza pública frente a la alcaldía bajo el mando del comandante de Armas Henry N. Newton, capitán de la tercera compañía del Regimiento de Wisconsin.” En el acto, indica Pratts, el alcalde Don Juan Sifonte, el teniente alcalde Don José Jesús Rodríguez, el consejal Juan Merly y el síndico Diego Becerra, entregaron la plaza y procedió a izarse la bandera de los Estados Unidos.

 

¡Una mirada final al libro Dicen que llegaron…!

El libro que hoy nos obsequia Edgardo Pratts constituye no sólo una importante narrativa de los combates desarrollados en el pueblo de Coamo y más adelante, luego del repliegue defensivo español, del desarrollo de las operaciones militares en el Asomante de Aibonito. Se que en la valoración de una defensa heróica a la luz de los limitados medios disponibles por parte de las tropas españolas al enfrentar a las estadounidenses, se impone destacar la resolución y firmeza de sus principales oficiales. Sin embargo, reafirmo mi convicción de que, a diferencia de la defensa del país ante la invasión inglesa de 1797, aquí la defensa fue como españoles y no desde una perspectiva nacional como puertorriqueños.   

El texto nos introduce, además, a varias interpretaciones sobre la respuesta de los puertorriqueños al hecho consumado de la invasión del país. Nos acerca al drama del “temor” al invasor en algunos; del “orgullo” de defender la corona española en Puerto Rico en otros; de la calidad en la “recepción” en algunos sectores de la población hacia las tropas invasoras; del “comportamiento” de las autoridades civiles bajo el régimen español y su conducta tras el armisticio; y también, la “resistencia” de los llamados “macheteros” que como guerrillas, hicieron frente a las tropas invasoras o llevaron a cabo acciones armadas contra peninsulares.

Otra gran aportación que nos hace el autor, entre las páginas 127-141 del libro, es la explicación en detalles del desarrollo de las operaciones militares entre las partes beligerantes en los enfrentamientos en Coamo entre los días 7 al 9 de agosto; del repliegue desorganizado de parte de las fuerzas españolas que no se rindieron hacia las alturas de Asomante; y de la reconcentración por parte de los españoles de sus fuerzas para enfrentar el avance de las tropas estadounidenses aprovechando la posición ventajosa que les proveía la topografía del área para organizar la resistencia.

El texto integra como parte de la narrativa que nos presenta el autor, diversos relatos de puertorriqueños(as) que dan testimonio oral de algunas vivencias en aquellos días; las impresiones del conflicto armado por parte de personal de las fuerzas invasoras; múltiples referencias a obras tales como La Crónica de la Guerra Hispanoamericana en Puerto Rico, del Capitán de Artillería español Ángel Rivero Méndez; la excelente carta testimonial del Capitán de Artillería a cargo de las defensas españolas en Asomante, Ricardo Hernáiz; de su relación con el coronel Larrea y el comandante de infantería Nouvilas; el cuento escrito más adelante en 1910 por Antonio Blanco Fernández, combatiente en Asomante, titulado Desde las trincheras; combinado con múltiples fotografías, planos geofísicos, páginas de periódicos y reproducciones de ilustraciones de la época. Destaca también en la obra la referencia a la utilización del telégrafo como mecanismo de comunicación entre los mandos militares y la tropa en el campo de batalla; y expresiones artísticas como la Décima escrita por la cantautora Raquel González, titulada La Batalla de Asomante.

No puedo dejar de mencionar la “Cronología” incluida en uno de los capítulos finales del libro. En ella, el autor nos lleva de la mano, a partir del mes de abril de 1897, cuando se construyen en Aibonito y Cayey dos cuarteles de infantería y lo que fue a partir de ese momento, la preparación militar asumida por el gobierno insular español ante la inminencia del conflicto entre el Reino de España y los Estados Unidos de América.

 Como texto elaborado por un historiador, no podía faltar que Edgardo incluyera en su libro una amplia “Bibliografía”; así como en un apartado distinto, donde él añade las “Fuentes Consultadas”. Hago notar que con sobrada humildad, nuestro hermano masón omite mencionar en dichas fuentes su anterior libro sobre el tema, Aibonito en 1898: La Batalla de Asomante, (aunque ciertamente sí figura mencionado en la “Presentación” del libro que nos hace el propio autor).

No quisiera concluir esta presentación sin darle gracias a Edgardo por el título seleccionado para este libro: ¡Dicen que llegaron…! evocando el verso hecho canción de Antonio Cabán Vale, El Topo, en referencia a estos “barbaros” que llegaran hace más de un siglo por la Banda Sur, a quienes como indica la canción, daremos un día, “a golpe de bomba y plena o como quiera tú”, la merecida despedida a “los barbaros Trucutús”. Muchas gracias.