Escribir desde la cicatriz [de Ana María Fuster]

Crítica literaria
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La publicación del poemario Cicatrices de la memoria (2023), de Ana María Fuster Lavín, en la editorial Isla Negra Editores viene a completar todo un ciclo en la obra de esta poeta puertorriqueña que ha explorado en sus entregas anteriores una clara preocupación estética por la muerte, lo gótico caribeño y todas sus instancias. Títulos como Réquiem (2005), El libro de las sombras (2006) Última estación, Necrópolis (2018), Necrópolis [retorno a la ciudad de las sombras] (2006), La marejada de los muertos y otras pandemias (2020), entre otros, dan fe de este paradigma que preocupa a la hablante lírica y reconcilia en este último libro que aquí nos ocupa.

Es difícil abordar estos poemas en una breve reseña después de leer el prólogo “Epitafio de esqueletos y testimonios para los fantasmas de mi capilla: Cicatrices de la memoria” del profesor Carlos Vázquez Cruz en Kalamazoo College de Michigan, Estados Unidos. Porque la lectura impecable de Vázquez Cruz enmarca muy bien el texto para quien proceda a leerlo analizando todas las constantes precisas de los poemas como “un arpa de nervios en que cada cuerda dice ¡ay!, quejido que nos contagia” (15).

En sus tres partes, “Bitácora para abrazar cicatrices”, “Pretextos de la memoria: Intermezzo” y “Remedios para la fragilidad de la memoria”, la poeta nos presenta un periplo de afectos que atesora esa guía, bitácora o “caja a modo de armario, fija a la cubierta e inmediata al timón, en que se pone la aguja de marear” (DRAE) dando pretextos de los recuerdos como un intermedio y finiquitando con remedios que pretenden curar la fragilidad del olvido.

En este libro, Ana María Fuster Lavín “escrib[e] su obituario” (19) aunque “-probablemente no h[a] muerto-“ (19) y, este punto de hablada del primer poema que abre la serie, ubica a quien lee ante la interrogante del título del primer poema: “¿Y si ya me fui?” (19). Se escribe desde la cicatriz, desde uno de esos “ayes” de los que nos habla Vázquez Cruz en la imagen de la cuerda de un arpa de nervios que es todo Cicatrices de la memoria.

Dos de las más conmovedoras heridas que se hurgan en estos versos son: “La promesa (réquiem para un buen amigo)” y “Destapar tus cenizas -memoria de una hija que no abracé-”. Estas dos elegías recuerdan a Barry Santiago Bermúdez y a Elena, como dos instancias del dolor en las que la poeta se detiene para mostrar dos grados cero de la carencia, la de un “buen amigo” (38) y la de “mi niña sombra” (78). La ausencia de ambos afectos sostiene el edificio del resto de los poemas que se ocupan de testimoniar los efectos del huracán María, el otro dolor de la patria, la rabia que atraviesa todo ese dolor desde donde se escribe y las instancias en las que el cuerpo enfermo habla del límite y la vulnerabilidad de una mujer que cifra en palabras su sentir. El nivel de fragilidad y de desamparo al que se entrega la voz que nos habla va urdiendo todo un entramado. Se busca no sólo lamentar, sino también al escribir desde la cicatriz, procurar un acicate o una cura. En el último poema del libro, “Remedio para la fragilidad -memoria para hidratar semillas-“  se confirma esta idea: “germinar / ser amanecer/ sin respuestas / solo brotar / desde la flor / polinizarnos / de lo esencial / y saltar hacia el grito” (106).