Los diversos rostros del terrorismo

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Introducción

A juzgar por el comportamiento de sus distintos gobiernos, un fantasma de cien cabezas recorre Europa y Estados Unidos: el fantasma del terrorismo.

Con frecuencia cada vez mayor, Barcelona, París, Bruselas y Nueva York nos piden que lloremos por sus muertos, luego de ser objeto de algún acto de violencia terrorista. Quieren que compartamos su sufrimiento y nos contagiemos del espanto al que están sometidos continuamente. Que encendamos veladoras y acumulemos peluches y ramos de flores en alguna esquina de nuestras capitales, en homenaje a las víctimas anónimas de esos actos. Que marchemos por las calles de nuestras ciudades del sur en solidaridad con el desasosiego que se apodera de vez en vez en esas y otras ciudades del norte. Y que luego celebremos cuando-- como fue el caso, según la nota de prensa-- un tribunal parisién le imponga largas condenas de cárcel a los implicados en 12 asesinatos perpetrados en enero de 2015 contra miembros del semanario satírico Charlie Hebdo, que previamente se había dedicado a publicar imágenes ofensivas de Mahoma, y que desde la década de 1970, “se había burlado de dios y del diablo y no habían dejado ninguna religión indemne”, (1) con la impunidad que se supone brinde la libertad de expresión en ese país europeo.  

Es sin duda una experiencia terrible,  estar expuesto a que alguien pueda ejecutar actos de violencia, discriminada o indiscriminadamente, para hacer daño y provocar sufrimiento a  diversas personas.

 

“…Europa se ha inflado de manera desmesurada con el oro y las materias primas de los países coloniales; América Latina, China, África. De todos esos continentes, frente a los cuales la Europa de hoy eleva su torre opulenta, parten desde hace siglos hacia esa misma Europa los diamantes y el petróleo, la seda y el algodón, las maderas y los productos exóticos. Europa es, literalmente, la creación del Tercer Mundo. Las riquezas que la ahogan son las que han sido robadas a los pueblos subdesarrollados.

También los Estados Unidos…” (2)

 

Los actos de terror cometidos en estos tiempos no surgen de la nada. El terrorismo que azota a Europa y Estados Unidos tiene alguna razón histórica, política, económica, cultural, humana. El extremismo no florece silvestre, como ningún sentimiento tampoco. Por eso no basta con la condena mediática, o con procesos judiciales contundentes, o escarmientos ejemplares. Primero que todo, es preciso comprender la naturaleza altamente compleja de este tipo de violencia en un contexto histórico mayor— me refiero a la que hemos presenciado y la que muchos han sufrido en las pasadas décadas-- en un planeta que se ha distinguido por la violencia incesante desatada a diestra y siniestra por los países que presumen de ser los más cultos y civilizados y cercanos a Dios.

 

“Se encuentran acorralados entre nuestras armas que les apuntan y esos tremendos impulsos, esos deseos de matar que surgen del fondo de su corazón y que no siempre reconocen, porque no es en principio su violencia, es la nuestra, invertida, que crece y los desgarra.” (3)

         

Memorias históricas divergentes

La memoria histórica de los europeos —y de los estadounidenses y otros también— suele ser corta y limitada. Parecería que no recuerdan cómo obtuvieron grandes fortunas y a costa de quiénes alcanzaron sus enormes niveles de desarrollo económico y social para llegar a ser grandes potencias. Podría pensarse que han olvidado el terror provocado por sus guerras de rapiña, de conquista y de control hegemónico. Han de haber borrado de sus mentes las montañas de muertos, la destrucción y el caos resultante de sus guerras, de sus operativos e iniciativas bélicas, geopolíticas y geoestratégicas.

O quizá les resulte algo normal y hasta rutinario, promover por mucho tiempo tanta violencia y las matanzas para su beneficio. Desatar el terrorismo.

Basta acercarse a sus libros de historia para constatar como, reiteradamente, justifican sus actos, se gozan en sus aventuras expansionistas y de conquista, se reafirman en su superioridad indiscutida, levantan monumentos y proclaman efemérides en honor a los genocidas—lo mismo un conquistador despiadado que un mercader de esclavos, un asesino de indios o un general racista confederado--, desprecian a los pueblos dominados, justifican como si de actos heroicos se tratara la violencia que vuelcan para imponer su voluntad…

Pero a eso ellos no le denominan terrorismo. No. Es la impunidad de la que aseguran gozar quienes se han repartido el planeta y sus riquezas, quienes han decidido sobre multitudes, quienes se creen con el poder de determinar la medida entre el bien y el mal, y se sienten imagen divina y celestial exentos de pecado y con licencia para hacer lo que les venga en gana.*

Esa es la lógica consecuencia del predominio de sistemas y gobiernos pretendidamente superiores sobre sociedades catalogadas inferiores. Adquiere la forma de la teoría del espacio vital nazi-fascista, o la similar visión segregacionista y brutal del mundo que ostenta el sionismo. O antes la hegemonista y preconizadora Doctrina Monroe, o el iluminador y determinista Destino Manifiesto. O antes aun, la mirada que de los pobladores de Nuestra América hicieron personajes como Juan Ginés de Sepúlveda, quien con la mayor tranquilidad afirmara que,

 

“…con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros  del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como los niños y las mujeres a los varones, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de gentes fieras y crueles a gentes clementísimas, de los prodigiosamente intemperantes a los continentes y templados, y estoy por decir que de monos a hombres”. (4)

 

En cambio, la memoria histórica de los oprimidos, explotados y discriminados suele ser más profunda y permanente. Su existencia misma ha sido en muchos casos una criatura del terror, la opresión y la muerte violenta. Han sido amamantados con el dolor y el sufrimiento, que ha pasado de una generación a otra. Soñar con alguna venganza, por más injustificada, ilegal o inmoral que se le considere, puede estar anidado en sus conciencias. La distancia puede ser corta para llegar a los extremos, a la guerra santa, al acto terrorista de otro tipo. Porque, como bien ha señalado el gran teólogo y luchador social Paulo Freire,

 

“Toda relación de dominación, de explotación, de opresión ya es en sí  violencia. No importa que se haga a través de medios drásticos o no. Es, a un tiempo, desamor y un impedimento para el amor. Obstáculo para el amor en la medida en que el dominador y el dominado, deshumanizándose el primero por exceso y el segundo por falta de poder, se transforman en cosas. Y las cosas no aman. En verdad, la violencia del oprimido, además de ser mera respuesta en que revela el intento de recuperar su humanidad es, en el fondo, lo que recibió del opresor…es con él con quien el oprimido aprende a torturar. Con una sutil diferencia en este aprendizaje: el opresor aprende al torturar al oprimido. El oprimido al ser torturado por el opresor.” (5)

 

Europa y Estados Unidos se afligen hoy por los zarpazos que le llueven de todas partes.  De repente se sienten víctimas  incomprendidas. Es como si se tratara del retorno renovado de los enfrentamientos entre civilización y barbarie. Nosotros los cultos, que tenemos todo el derecho del mundo a vivir en paz, plácidamente, dicen los del primer mundo. Ustedes, el resto, en el mejor estilo de la Roma antigua, los bárbaros, que no tienen porque re-sentirse, porque nunca han sentido, como nosotros.

Podríamos preguntarnos, en medio de esa violencia y de esos actos de terror que suceden en Europa y Estados Unidos, qué pasará por la mente de la población originaria —indígena— de América, luego de los incontables maltratos, el genocidio y la explotación cometidos durante siglos en su contra por los conquistadores europeos, antecesores de estos que hoy reclaman nuestra atención y sentimientos. Todavía en la actualidad sufren las infinitas vicisitudes de la humillación y el desprecio, de la pobreza y la desigualdad. Apenas van recuperando, contra viento y marea, espacios de dignidad y respeto, como elocuentemente ha sucedido en Bolivia durante las pasadas décadas. Pero las heridas siguen ahí, sin cicatrizar.

Valdría la pena conocer el parecer de los nietos, biznietos y tataranietos de los más de 20 millones de africanos negros que fueron traídos como esclavos a América por los colonizadores europeos, a producir incalculables riquezas mientras sufrían maltrato, discrimen y desprecio inusitado. Mucha de esa riqueza ensangrentada está depositada hoy en las arcas de la próspera Europa y de ella se siguen beneficiando, tantos siglos y tantos millones de vidas secuestradas después.

De entre esos esclavos surgió el primer país independiente de Nuestra América, Haití, que ha tenido que pagar duramente hasta nuestros días tanta insolencia liberadora, tanto afán de ser gente, tanto atrevimiento de quebrar la dominación despiadada. Del proceso accidentado y brutal de la conquista y la colonización, de la mezcla resultante de razas, culturas, costumbres, religiones, valores y esencias, surgieron muchos de los pueblos de Nuestra América, No gracias a ellos. A pesar de ellos y sus despropósitos.

Bélgica, sede de la todopoderosa Unión Europea, es también centro de museos que ofrecen rostros distorsionados de la historia, particularmente de su historia y de ciertas historias. Se resisten a reconocer los hechos espantosos cometidos por su realeza: más de diez millones de africanos --¡diez millones!-- asesinados en el denominado Congo Belga, víctimas del capricho colonial del muy civilizado y muy europeo rey Leopoldo II de Bélgica.

Todavía hay quienes se atreven a decir que se trató de un genuino esfuerzo de llevar la civilización, la cultura y la salvación del alma a aquellas tierras pobladas de salvajes primitivos. Y que, en todo caso, sus descendientes debieran estar agradecidos. En fecha reciente y muy a destiempo han aparecido en escena, como si tal cosa, algunas excusas, algunas admisiones y reconocimientos de los espantos provocados en fecha no tan lejana. No sólo ejercieron el más inhumano y genocida colonialismo en África durante décadas, sino que, cuando se avizoraba en aquella tierra inmensa y rica la posibilidad de la forjación de un país independiente a principios de los años sesenta del siglo pasado, no titubearon en asesinar, con la complicidad de Estados Unidos y otros países europeos, a Patricio Lumumba, gran dirigente que aparecía como una esperanza para salir de tantos años de sufrimiento. Lo asesinaron y literalmente lo desaparecieron, para que no quedara rastro ni de sus restos ni de su ejemplo; y luego entregaron el país que seguían controlando a personajes sumisos y corruptos.** Claro, Lumumba era el terrorista. Sus asesinos eran los salvadores de la civilización occidental. Era inadmisible que prevalecieran, él y sus ideas y propósitos liberadores que aterrorizaban a europeos y estadounidenses por igual. (6)     

¿Qué opinarán de los bombazos en París o Bruselas los millones de africanos y africanas que sufrieron tantos vejámenes por parte de la minoría de origen británico-holandesa en Suráfrica y Namibia, con la imposición del Apartheid? Esa minoría política-económica-militar-racial, por más resoluciones que se aprobaran en su contra en la ONU, era de hecho sostenida y cortejada por el gran capital estadounidense y europeo y desataba su odio racista contra la población mayoritariamente negra con absoluta impunidad. Costó mucha sangre y sufrimiento, décadas de lucha y enfrentamientos, de sostenida solidaridad internacional y años de cárcel a seres emblemáticos como Nelson Mandela y otros, antes de que el régimen del apartheid se desplomara. Pero las heridas, los recuerdos, y los resentimientos, siguen ahí.

¿Tendrán algo que decir sobre el terrorismo en París los descendientes del millón de argelinos que fueron asesinados por las tropas colonialistas francesas, en su lucha por la independencia? ¿O los miles de vietnamitas, laosianos y camboyanos que enfrentaron al imperialismo francés por largo tiempo y enfrentaron la misma violencia imperialista-terrorista? Guiados por esa política del terror, luego de morder el polvo en la histórica batalla de Bien Dien Phu, en 1954, las derrotadas tropas francesas fueron enviadas a Argelia, a aplacar la sed de libertad de ese pueblo, considerado entonces la joya de la corona imperialista francesa, ocupada brutalmente en 1830. Toda la violencia ejercida en el sudeste asiático la multiplicaron en el norte de África, con la complicidad de grupos terroristas como la tenebrosa Organización Armada Secreta (OAS); en nombre de la civilización. Igual tuvieron que abandonar ese inmenso país norafricano, que tras largo y desigual enfrentamiento armado, proclamó  su independencia en 1962.

 

“…la comunidad internacional aún no ha adoptado una definición general de terrorismo…incluye ‘actos criminales con fines políticos concebidos o planeados para provocar un estado de terror en la población en general, en un grupo de personas o en personas determinadas’…” (7)

 

¿Y que decir de los cientos de miles de palestinos que viven en condiciones de vida deplorables en la Franja de Gaza, Cisjordania y en numerosos campamentos de refugiados, mientras su tierra es ocupada y son asesinados por los sionistas, con la complicidad de esa misma Europa y Estados Unidos?

Hace casi dos décadas, el periódico español El País publicó esta noticia estremecedora, que llega a lo más hondo de quien tenga un corazón en el pecho:

 

“Lina Aisa, de tres años, apenas tenía biografía. Falleció el jueves por la madrugada en el campo de refugiados de Bureij, en el corazón de la Franja de Gaza, como consecuencia del miedo sufrido durante una incursión del ejercito israelí.

“Eran las tres de la madrugada, cuando nos despertó el estruendo de las bombas, los disparos de los tanques, las ráfagas de las ametralladoras y el aleteo de los helicópteros de combate Apache…Los niños, mis cuatro hijos se despertaron y se pusieron a llorar. Lina lo hacia de manera inconsolable explica la madre, Mend.”. (8)

 

El régimen sionista de Israel es una de los ejes mundiales del terrorismo de Estado. No solo asesinan a mansalva a la población árabe palestina. Además se apoderan de sus tierras y de las tierras de países vecinos, todo esto a sangre y fuego. Así como los nazis se sentían legitimados por la teoría expansionista del “espacio vital”, a los sionistas les inspira su obstinada y manipuladora creencia de que son el pueblo elegido de Dios, que les ha dado carta blanca para forjar el Gran Israel, cuyas fronteras han de llegar hasta la Mesopotamia.

Mientras centenares de resoluciones aprobadas por la ONU insisten en la creación del Estado de Palestina en los territorios ocupados ilegalmente por Israel y la conversión de Jerusalén como capital de ambos Estados, el gobierno sionista levanta poblados ilegales, construye muros, incentiva el empobrecimiento progresivo de la población palestina y afirma que su control sobre la totalidad de Palestina es irreversible. Esa posición contraviene tajantemente el derecho internacional vigente. Pero igual le da al sionismo, mientras cuente con el apoyo incondicional del gobierno de Estados Unidos y otros países, incluyendo a regímenes árabes altamente conservadores. El gran objetivo, evidentemente, es hacer desaparecer al heroico pueblo palestino, por medio de la violencia genocida, la marginalidad, el empobrecimiento y la desesperanza.  Eso sí es terrorismo.

Calcémonos los zapatos de los ciudadanos de Irak, Libia y Afganistán, en el momento en que las fuerzas de la OTAN —Europa y Estados Unidos— invadieron sus países, destruyeron sus ciudades, asesinaron mandatarios, robaron sus riquezas naturales, profanaron su religión. ¿Cuáles han de ser sus sentimientos? ¿Habrán olvidado que sus países fueron ocupados, tomados y controlados, sus ciudades bombardeadas, sus dirigentes masacrados, sus riquezas naturales repartidas entre los vencedores como vulgar botín de guerra, sus vidas marcadas por la violencia y el desprecio?

El terror llegó a Bagdad, Trípoli y Kabul en los barcos y aviones de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y otros. Osama Bin Laden es una criatura de la CIA y el Departamento de Estado estadounidense, dirigido a enfrentar la presencia soviética en Afganistán. Los arsenales de Irak bajo la presidencia de Saddam Hussein, que alegadamente constituían una amenaza a la paz mundial, estaban repletos de armamento estadounidense proporcionado a ese país durante la guerra que sostuvo con Irán, entre 1980 y 1988. El Califato Islámico o Isis, con su extremismo y fundamentalismo distintivo expandido por todo el Medio Oriente, ha sido en el fondo una respuesta al hegemonismo occidental, el ‘Gran Satán’, visto como el representante de los cruzados cristianos de hace siglos, quienes tras la fachada religiosa mal disimulaban sus aspiraciones de conquista económica, política y militar.

Miles de hombres, mujeres y niños provenientes de los fallidos Estados africanos creados  por los europeos —recordemos la repartición de África en la Conferencia de Berlín de 1883-1884-- hoy se lanzan a la aventura mortal de cruzar el mar Mediterráneo en endebles embarcaciones, buscando alguna esperanza, precisamente en esa Europa que les ha despreciado y humillado por siglos. Huyen desesperados de su tierra. Intentan zafarse de la vida infame que les ha tocado vivir.

El mar se los traga, en ese esfuerzo tan desesperado como infructuoso. Embarcaciones destartaladas cargadas de africanos se hunden frente a las costas de Libia, de Argelia, o de Túnez. Para esos no hay peluches ni veladoras, mucho menos manifestaciones masivas de dolor.

Los que llegan a la otra orilla no son bien recibidos. Europa no quiere africanos, negros, miserables, enfermos, analfabetas, hambreados. Alguna vez le fueron útiles como esclavos. Luego se apoderó de sus tierras y sus riquezas naturales —aterrorizando pueblos enteros-- para transformarlas en bienes, en sus máquinas revolucionarias que darían paso al capitalismo moderno. Siempre han sido cosas, utilidades, no seres humanos.

De poco han valido los reclamos del Papa Francisco quien hace varios años, al referirse a uno de tantos naufragios, en el que perecieron por lo menos setecientos africanos frente a las costas de Libia, reaccionó  estremecido:

 

“Son hombres y mujeres como nosotros, hermanos que buscan una vida mejor; hambrientos, perseguidos, heridos, explotados, victimas de guerras…Hombres y mujeres como nosotros. Buscaban la felicidad.” (9)

 

Terrorismo de Estado

Nos dice la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en la Introducción del Folleto Informativo de esa institución número 32 (Los derechos humanos, el terrorismo y la lucha contra el terrorismo) que “la lucha contra el terrorismo y por la protección de los derechos humanos se complementan y refuerzan mutuamente”. Añade que, “…el terrorismo tiene efectos muy reales y directos sobre los derechos humanos, con consecuencias devastadoras para el ejercicio del derecho a la vida, la libertad y la integridad física de las víctimas ”.

Dicha organización mundial --que se supone sea garante de la paz y el respeto entre los gobiernos y pueblos del mundo-- hace una admisión realmente alarmante, al afirmar que, “En los últimos años…las propias medidas adoptadas por los Estados para luchar contra el terrorismo con frecuencia han planteado graves retos a los derechos humanos y el imperio de la ley. Algunos Estados han recurrido a la tortura y otros malos tratos para luchar contra el terrorismo, en tanto que se ha solido dejar de lado salvaguardas jurídicas y prácticas cuyo objeto es prevenir la tortura o de otros abusos graves de derechos humanos… Se han utilizado medidas represivas para ahogar las voces de defensores de los derechos humanos, periodistas, minorías, grupos indígenas y la sociedad civil.” (subrayado mío)

Esa importante rama de la ONU insiste en que, “El respeto de los derechos humanos y el imperio de la ley deben constituir la base fundamental de la lucha global contra el terrorismo.” Mientras tanto,

 

“En 2020, en Colombia ha habido 66 masacres, con 225 muertos en las mismas. Desde la firma de los acuerdos de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC-P, el 26 de septiembre de 2016, 1,091 defensores de los derechos humanos han sido asesinados. De esos, 695 bajo el gobierno del actual presidente, Iván Duque.” (10)

 

Las casi cien páginas del documento citado prestan atención a diversos aspectos del terrorismo y los derechos humanos. Se reclama continuamente la participación activa, responsable y ecuánime de los Estados miembros en la eliminación del terrorismo. Se asume que una cosa son los Estados constituidos y otra cosa es el terrorismo; que los unos no tienen nada que ver con la ejecución de lo otro.

 

“La prohibición de la tortura, la esclavitud, el genocidio, la discriminación racial y los crímenes de lesa humanidad, y el derecho a la libre determinación, se reconocen ampliamente como normas perentorias, lo que se refleja en los artículos de la Comisión de Derecho Internacional sobre la responsabilidad de los Estados.” (11)

 

Al mismo tiempo confiesa que,

 

“El marco jurídico internacional vigente…enuncia obligaciones con respecto al terrorismo sin dar una definición amplia de la expresión. …dejan a cada Estado que entienda por éste lo que él defina. Esto abre la posibilidad de dar cabida a abusos de derechos humanos e incluso al uso deliberado del término.” (12)

 

Sin embargo debemos preguntarnos, ¿cuáles Estados son esos que con la excusa de la lucha contra el terrorismo aplican a sus anchas el terrorismo de Estado, la “…tortura y otros malos tratos…abusos graves de derechos humanos…medidas represivas para ahogar las voces de defensores de derechos humanos”? ¿Cuáles son esos Estados que se aprovechan del privilegio de ser la única institución legalmente armada y organizada militarmente y sufragada con el dinero del pueblo, presuntamente para protegerle y que en cambio se dedican a reprimir y perseguir a esos mismos pueblos?

El documento de la ONU omite sus nombres y se conforma con establecer un cronograma que se inicia el 11 de septiembre de 2001, cuando ocurrió el derribo de las Torres gemelas de Nueva York. Fue ese precisamente el día en que se conmemoraban 28 años de un vil acto de terrorismo auspiciado por Estados Unidos, el golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende en Chile. Para algunos es como si el terrorismo hubiera nacido en Nueva York ese día, en esos edificios, en algunas de cuyas oficinas quién sabe cuantos golpes de Estado, violaciones a los derechos humanos y a las soberanías nacionales y actos terroristas se planificaron en nombre de la libertad y el respeto al derecho ajeno.

A partir de entonces el concepto terrorismo adquirió, de forma amplificada, un sentido distinto. Con enorme fuerza ser terrorista entonces y hasta ahora, implicaba ser árabe, musulmán, negro, indio, mulato, tercermundista. Entonces, la mentada comunidad internacional comenzó a garabatear definiciones, todas las cuales encuadrarían en la visión hegemónica, excluyente y xenófoba de las potencias primermundistas. En todo caso, justificada o injustificadamente, había otro a quien responsabilizar y marcar con el carimbo de terrorista, mientras numerosos Estados continuaban cometiendo desmanes contra el derecho a la vida y la integridad humana, impunemente. Ejerciendo, de la manera más descarnada, con las armas pagadas por los propios pueblos, el terrorismo de Estado.

Dice el texto citado de la ONU que, “Por terrorismo se entienden comúnmente actos de violencia dirigidos contra los civiles procurando objetivos políticos o ideológicos. Amenaza la dignidad y la seguridad de los seres humanos en todas partes, pone en peligro o cobra vidas inocentes, crea un entorno que destruye el derecho de la población a vivir sin temor, pone el peligro las libertades fundamentales y tiene por objeto destruir los derecho humanos”. (13)

Todos conocemos la larga historia de terror ejercida por diversos gobiernos, utilizando ejércitos, policías, agencias de inteligencia, torturadores, y todo lo que tuvieron a su alcance para hacer daño; siempre con el asesoramiento técnico y el respaldo total del gobierno de Estados Unidos y su Doctrina de Seguridad Nacional. Entre estas: las dictaduras genocidas de Paraguay y Stroessner, uno de los epicentros de la tenebrosa Operación Cóndor; Chile y Pinochet, con miles de asesinados y desaparecidos; Perú y Fujimori y el asesinato de cientos de peruanos; Uruguay y sus militares torturadores; Brasil y los militares que sometieron a ese gran país durante más de dos décadas, notorios por la picana eléctrica y el pau de arara, que el presidente fascista Jair Bolsonaro ha amenazado con volver a aplicar contra el pueblo brasileño; Argentina, Videla y las decenas de miles de asesinados y desaparecidos; Guatemala y los militares genocidas; el régimen asesino de Colombia; los regímenes genocidas instalados por potencias europeas en sus antiguas colonias africanas; el régimen sionista, racista y genocida de Israel; la dictadura genocida de Suharto en Indonesia; el régimen racista y genocida del apartheid en Suráfrica, el propio gobierno de Estados Unidos y sus centros de tortura, cárceles clandestinas y centros de detención como el que ha impuesto en el territorio cubano ocupado ilegalmente en Guantánamo…

El día 14 de enero de 2020 el periódico puertorriqueño Primera Hora publicó la siguiente noticia:

 

“Autorizó  el asesinato de Soleimani

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, autorizó el asesinato del poderoso general iraní Oasem Suleimani, hace siete meses, siempre y cuando provocara la muerte de algún ciudadano estadounidense…” (14)

 

“Lo detuvimos rápido y en frío…bajo mis órdenes(15), se jactó  posteriormente Trump.

Así, tan sencillamente el presidente de Estados Unidos se vanagloriaba de haber mandado a asesinar al general Suleimani, de violar flagrantemente la soberanía nacional de Irak lanzando sus cohetes mortíferos a la salida del aeropuerto de Bagdad, de haberle quitado a su vez la vida a otras personas que acompañaban a Suleimani, en fin, de haber tomado la justicia en sus manos para aplicar la pena de muerte unilateral y groseramente.

Trump y su gobierno son gatilleros internacionales, confiados en contar con toda la impunidad del mundo para hacer lo que le venga en gana. Es un presidente que se burla del derecho internacional y el respeto a los demás países y pueblos. Es el cabecilla planetario del terrorismo de Estado.

El acto terrorista ordenado por Trump generó de inmediato el regocijo de sus socios de la Alianza del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de muchos correligionarios del terrorista confeso. Como el grupo de ricachones que se gozaron la narración que les hizo Trump del asesinato, paso a paso, en una actividad electoral de recaudación de fondos celebrada poco después.

Se sienten con licencia para asesinar a quien sea. Para el terrorismo de Estado no hay fronteras, no hay derechos, ni leyes, ni tribunales. Trump el terrorista, no es diferente a los señores de la droga de Colombia o México, que matan por ver la sangre chorrear.

Y para colmo luego insisten, convencidos, en que hacen lo correcto, lo necesario, lo adecuado. Que cumplen su deber y debemos reconocérselo.

El 27 de noviembre de 2020 fue asesinado Mohswen Fakhrizadeh, Jefe de la Organización de Investigación e Innovación del Ministerio de Defensa de Irán. Fakhrizadeh era el principal científico del programa nuclear iraní. El sofisticado operativo del que fue víctima —denominado eufemísticamente ‘ejecución extrajudicial’-- evidencia la mano de los principales enemigos de Irán en la región, Israel y Arabia Saudita. El propósito del magnicidio está relacionado con la intención de estos dos regímenes, auxiliados por Estados Unidos, de detener el programa nuclear de Irán.

En 2015 el gobierno de Estados Unidos, bajo la presidencia de Barack Obama, y otros países, suscribieron un acuerdo para garantizar el uso pacifico de la energía nuclear en Irán. Dicho acuerdo fue cancelado por la administración Trump, que en cambio ha asumido una actitud amenazante contra dicho país.

Este caso de terrorismo de uno o más Estados miembros de la ONU contra otro Estado miembro, como lo es Irán, no ha sido el único. Entre 2010 2012 otros cuatro científicos iraníes fueron asesinados.

Otro caso emblemático de terrorismo de Estado lo fue el asesinato del destacado periodista saudita Jamal Khashoggi, activo opositor de la dinastía ultraconservadora que controla la familia Al Saud, el 2 de octubre de 2018. Dicho asesinato ocurrió nada menos que en el consulado de Arabia Saudita en Estambul e involucró a personajes de las más altas esferas de dicho régimen. Tras asesinarle, el cuerpo de Khashoggi fue despedazado con una sierra eléctrica y desaparecido por el escuadrón de la muerte que le quitó la vida.

No es incidental, entonces, que exista una relación tan estrecha —literalmente un pacto de sangre-- entre los regímenes de Israel, Arabia Saudita y Estados Unidos.

El 23 de septiembre de 2005 el dirigente revolucionario puertorriqueño Filiberto Ojeda Ríos fue asesinado por agentes de la policía política de Estados Unidos, denominada Buro Federal de Investigaciones (FBI en inglés). Fue un operativo calculado, violento y vengativo. Decenas de agentes rodearon su hogar y la emprendieron a tiros, hasta que le hirieron y, no conformes, le dejaron desangrar hasta que murió. Fue un asesinato en el que brilló la impunidad total. Un espantoso ejemplo de terrorismo de Estado, contra un pueblo que lucha por su autodeterminación e independencia.

Son harto conocidos las decenas de intentos de asesinato de que fue objeto el dirigente revolucionario cubano Fidel Castro, por parte de la CIA estadounidense. En ese afán de creerse guardianes del universo que imponen su voluntad a como dé lugar, las agencias policiacas de Estados Unidos han violado flagrantemente la soberanía nacional de Cuba y atentando contra la vida y seguridad de sus dirigentes, en una muestra descarada de terrorismo de Estado que esta vez les resultó infructuoso.

Una situación similar la hemos visto en Venezuela, sobre todo durante los pasados años. Intentos de asesinato contra el presidente Nicolás Maduro, desfachatadas agresiones armadas con la participación de mercenarios estadounidenses, continuas provocaciones en la frontera con Colombia y desde otros países, intento de sublevaciones en las fuerzas armadas venezolanas, han sido algunas de las muestras de terrorismo de Estado que aún hoy se siguen fraguando contra la República Bolivariana de Venezuela. 

La lista de casos de terrorismo de Estado es inacabable. Basten los ejemplos incluidos aquí como una muestra irrefutable de la responsabilidad histórica en la comisión de dichos actos, de quienes se pintan como mansas víctimas, manipulando los foros internacionales y engañando a la población mundial, con la singular complicidad de numerosos medios de comunicación de masas.

En efecto, es sin duda una experiencia espantosa, saber que en cualquier momento y en cualquier lugar cualquier institución policiaca, militar o paramilitar puede ejecutar actos de violencia, discriminada o indiscriminada, para hacer daño y provocar sufrimiento y zozobra, a luchadores sociales o a personas que podrían no haber tenido nada que ver con nada. Cualquiera de nosotros y nosotras puede ser víctima del terrorismo de Estado. Podría estar allí en ese preciso instante, como militante, como sindicalista, como ambientalista, como mujer, o como trabajador, turista, estudiante o simplemente como visitante fortuito, y ser una víctima más del terrorismo de Estado.

 

El terrorismo y las luchas de liberación nacional

          Haciendo un uso demagógico, oportunista e indiscriminado del concepto terrorismo, los pueblos que luchan por su autodeterminación e independencia y que en pleno siglo veintiuno siguen sometidos a la dominación colonial, son estigmatizados y criminalizados por las grandes potencias. Asimismo los pueblos que se organizan y combaten por su libertad en países que han alcanzado la independencia formal pero que viven bajo el sometimiento neocolonial, donde se ha mantenido o se ha impuesto inalterada la hegemonía de antiguas o nuevas potencias.

Es lo que se conoce como luchas de liberación nacional, encabezadas asimismo por movimientos de liberación nacional.

          En la lógica imperialista los movimientos de liberación nacional no se supone que existan, ni en las colonias ni en las neocolonias. Esos pueblos sometidos deben mostrar lealtad, agradecimiento y sumisión. Su condición subordinada ha de ser vista como normal y permanente. El quiebre de esa normalidad es inadmisible para los dominadores. Quien lo intente será tachado de terrorista, extremista y violador de la ley; sobre todo y particularmente si decide hacer uso de la violencia revolucionaria para alcanzar su propósito libertario. De hecho, la violencia revolucionaria o lucha armada suele reconocerse como legítima por esos Estados sólo para procesos acaecidos hace siglos, como la guerra de independencia de las trece colonias estadounidenses o la guerra de independencia de las colonias españolas en América. Pero eso es cosa del pasado, que no se supone que ocurra hoy, cuando el orden planetario se ha establecido para siempre jamás.

          Por eso no debe extrañarnos que en el documento de la ONU sobre terrorismo citado previamente se afirme que,

 

          “La Asamblea General procura actualmente elaborar un convenio general contra el terrorismo…

          Si bien los Estados Miembros han convenido en muchas disposiciones del proyecto de convenio general, opiniones divergentes en cuanto a si se debe o no excluir a los movimientos de liberación nacional (subrayado mío) del ámbito de aplicación han impedido el consenso acerca de la aprobación del texto completo…

          Muchos Estados definen el terrorismo en su legislación nacional sobre la base de esos elementos en diferente medida.” (16)

 

Es decir, que los Estados nacionales con colonias pueden ejercer la violencia “institucional” contra los pueblos de las mismas si estos se arman y se rebelan, tachándolos de terroristas, pero esos pueblos no pueden ejercer su derecho a la autodeterminación e independencia ni a la autodefensa, haciendo uso de los medios a su alcance.

Jorge Washington, Toussaint L’Overture y Simón Bolívar han de haber sido considerados “terroristas” o su equivalente de la época, para la corona británica, francesa o española, respectivamente. Pero al vencer y ser proclamados héroes libertadores, lograron imponerse como tales históricamente hablando. Hoy serían considerados definitivamente unos connotados promotores del terror.

Pero ni se diga de figuras como Nelson Mandela, Agustino Neto, Samora Machel, Fidel Castro, Ernesto Che Guevara, Pepe Mojica, Pedro Albizu Campos, Hugo Chávez, los Nacionalistas puertorriqueños que atacaron el Congreso y Casa Blanca, Manuel Marulanda Vélez (Tirofijo), el subcomandante Marcos y Filiberto Ojeda Ríos; u organizaciones armadas como las FARC-EP, el ELN, el MIR, el Frente Polisario, los Tupamaros o los Macheteros. Ni hablar de pueblos que aun luchan por su autodeterminación e independencia, como Puerto Rico, Palestina, el pueblo saharaui y el pueblo kurdo. Mientras por un lado la Asamblea General denomina ésta (2021-2030) como la Cuarta década por la descolonización total, esos y otros tantos pueblos, organizaciones y personajes son, según esa manera de pensar, terroristas, merecedores de la prisión o la muerte.

          Por un lado se dice reconocer el derecho a la autodeterminación e independencia y se aprueban montañas de resoluciones al respecto. Por otro lado se criminaliza a quienes intenten convertir la letra escrita en hechos concretos y se les reprime de mil formas. ¿Quién es el terrorista?

 ¿Qué tal si, después de todo y aunque parezca un contrasentido, algunos de los espejos históricos donde se han mirado esos dirigentes y organizaciones “terroristas” son nada menos que la consigna revolucionaria y subversiva aquella de “libertad, igualdad, fraternidad”, y la declaración de independencia de las primeras colonias en alcanzar la independencia en América, violando la ley, conspirando, aliándose con potencias enemigas, armándose y haciendo la guerra? Así se expresaban los terroristas de entonces:

 

“Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro y tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e igual a que las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza le dan derecho, un justo respeto al juicio de la humanidad exige que declare las causas que lo impulsan a la separación.

“…cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, evidencia en designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad.

“…los representantes de los Estados Unidos de América, convocados en Congreso General,…solemnemente hacemos público y declaramos:

“…que estas colonias Unidas son, y deben serlo por derecho, Estados libres e independientes; que quedan libres de toda lealtad a la Corona británica…y que, como Estados libres o independientes, tienen pleno poder para hacer la guerra, concertar la paz, concertar alianzas…” (17)

 

Ecoterrorismo

Según lo afirmado en el documento de la ONU citado antes,

 

“La Asamblea General procura actualmente elaborar un convenio general contra el terrorismo que…en su proyecto de artículo 2 contiene una definición de terrorismo que incluye señalar que ‘comete delito quien ilícita e intencionalmente y por cualquier medio cause: (…) b)daños graves a bienes públicos o privados, incluidos lugares de uso público, instalaciones de infraestructura o el medioambiente’…” (18) (subrayado mío)

 

¿A qué se refiere el texto con “instalaciones de infraestructura o el medioambiente”? Quizá se está pensando en la colocación de un explosivo en una refinería de petróleo o en una embarcación cargada de algún material contaminante. En todo caso, claro está, ningún Estado miembro de la Naciones Unidas llevaría a cabo semejante acto de terror. El responsable indiscutido sería un grupo “terrorista-extremista-radical-comunista-fundamentalista”, o un movimiento de liberación nacional, que para esos efectos es lo mismo en la lógica de la ONU.

          Pero, ¿qué se dice de los millones de hectáreas de selvas y bosques destruidos por el napalm y el agente naranja que lanzó Estados Unidos contra Vietnam, de la destrucción sistemática de ecosistemas y la contaminación de suelos y cuerpos de agua, durante largos años de agresión militar contra ese heroico pueblo? ¿Y sobre el bombardeo y destrucción de diques contenedores de grandes cantidades de agua con la intención de masacrar poblados enteros en ese país del sudeste asiático? ¿Aplica la definición de terrorismo?

          Por muchos años Cuba ha denunciado a Estados Unidos, por bombardear extensas áreas agrícolas con plaguicidas y agentes químicos destructivos. Semejante agresión bioterrorista forma parte de las múltiples agresiones dirigidas a impedir el desarrollo de la Revolución en esta isla-nación ubicada a apenas noventa millas de las costas estadounidenses. Se ha hablado incluso de los intentos de manipulaciones de fenómenos atmosféricos en temporadas de huracanes, para hacer daño a la economía y la sociedad cubanas.

          El planeta entero se muestra escandalizado ante la progresiva destrucción de la selva del Amazonas promovida intensamente por el régimen neofascista de Jair Bolsonaro. Según información publicada por el Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (INPE), entre agosto de 2019 y julio de 2020 fueron destruidos 11,088 kilómetros cuadrados de cobertura vegetal, cifra superior a años anteriores. La destrucción de la Amazonia constituye un flagrante atentado bioterrorista, no sólo contra la fauna, la flora y los cuerpos de agua de esa región, sino contra la población originaria que habita en la selva y más  allá, contra la humanidad entera.

 

“¿Dominar la naturaleza? El hombre todavía es incapaz de controlar su propia naturaleza, cuya locura lo lleva a dominar la naturaleza perdiendo el dominio de sí mismo. ¿Dominar el mundo? Pero si no es más que un microbio en el cosmos gigantesco y enigmático. ¿Dominar la vida? Pero si aunque pudiera un día fabricar una bacteria lo haría como copista, reproduciendo una organización que jamás fue capaz de imaginar.

“Ese hombre debe recuperar la finitud terrestre y renunciar a los falsos infinitos de la omnipotencia de la técnica, de la omnipotencia del espíritu, de su propia aspiración a la omnipotencia, para descubrirse ante el verdadero finito que es innombrable e inconcebible. Sus poderes técnicos, su pensamiento, su conciencia deben de aquí en más orientarse no a dominar sino a ordenar, mejorar, comprender.

“¿Un planeta por patria? Sí, esa es nuestra raíz en el cosmos… Es aquí en nuestra casa, donde están nuestras plantas, nuestros animales, nuestros muertos, nuestras vidas, nuestros hijos. Debemos conservar, debemos salvar la Tierra-patria.” (19)

 

          Cuando se habla de cambio climático, suele atenderse el tema como uno de carácter ambiental. Pero lo que suceda en el ambiente es consecuencia y no causa. El deterioro del lugar donde habitamos miles de millones de seres humanos y de seres vivos ha sido objeto de una sistemática agresión por parte de las grandes potencias capitalistas, por lo menos desde el desarrollo de la Revolución Industrial, en la segunda mitad del siglo XVIII, hasta nuestros días. Desconocer esa dura realidad implica ser cómplice de la destrucción progresiva de la vida en la Tierra. Reconocerla y aun así continuar lanzando gases tóxicos a la atmósfera manteniendo inalterada la estructura industrial, de transporte y de un modo de vida altamente contaminante que caracteriza al capitalismo moderno, es ser igualmente cómplice.

          La razón económica, política e ideológica del cambio climático lo sitúa como el más espantoso acto de bioterrorismo que enfrenta la humanidad en el siglo XXI.

Recapitulando

          Para millones de habitantes del planeta sobran las razones para acusar a Europa, Estados Unidos y otros tantos gobiernos cómplices; para resentir su utilización indiscriminada de la violencia terrorista con tal de imponer su voluntad.

Fue Europa la que se apoderó de América hace medio milenio; y se repartió África, Asia y Oceanía. Saqueó esos continentes a sangre y fuego, en nombre de la civilización y la cristiandad. Estados Unidos ha hecho la guerra y ejercido terrorismo de Estado contra numerosos pueblos. Asesinó a cientos de miles de japoneses con bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Provocó más de un millón de muertes en Vietnam.

 

“Ya no hay más torres del comercio mundial. ¡Que frágiles son, después de todo! Deben estar espantados y, lo peor es que reaccionarán desde el espanto, para desgracia de todos…

“El día 14 de septiembre estaba de regreso en Tokio, para participar en el Simposio Internacional sobre el Movimiento de Países  No Alineados que se iniciaba al día siguiente. Sucedió algo sorprendente: cientos de personas reunidas en un auditorio, panelistas de Vietnam, Malasia y Japón, y a nadie se le ocurrió mencionar los estremecedores sucesos ocurridos en Estados Unidos el once de septiembre, es decir, tres días antes. Solo a mi.

“Aunque llevaba mi ponencia preparada desde Puerto Rico, allí mismo escribí una cuartilla en inglés boricua, en ánimo de llamar la atención a los presentes sobre la gravedad de unos acontecimientos, que aunque vistos a través de un prisma diferente desde Japón —desde el Japón de las dos bombas atómicas, no lo olvidemos— se podría anticipar el impacto enorme que tendrían sobre la humanidad entera.” (20)

 

Europa, Estados Unidos y sus socios menores han sido los responsables principales de la comisión de actos terroristas durante los pasados siglos.

Ahora están desesperados con los monstruos que han engendrado, y nos piden, a quienes hemos sido también víctimas de su atropello, que seamos solidarios.

Quienes ejercen el terrorismo en las capitales europeas—cuyos actos son absolutamente condenables-- son, después de todo, discípulos del terrorismo de Estado de los países que auspician, en pleno siglo veintiuno, campos de concentración, prisiones secretas, centros de tortura, asesinatos selectivos y magnicidios; que exhiben sus arsenales atómicos, sus armas todopoderosas y su tecnología destructiva.

El pasado en el presente, como una misma realidad tenebrosa:

 

“Lo vio el Cid Ruy Díaz el castellano,

Y se acercó a un jefe moro

Que montaba un buen caballo.

Le descargó tal golpe de espada con el brazo diestro,

que lo cortó  por la cintura,

Y la mitad del cuerpo cayó a tierra.

¡Que hermoso día para la cristiandad,

pues los moros huyen en todas direcciones!

 

“¡Si vierais cuantos brazos con su loriga separados del cuerpo

y cuantas cabezas con su yelmo caían sobre el campo!

Los del Cid ya iban regresando con un gran botín,

todos saqueaban de firme el campamento enemigo.” (21)

 

 

Es cierto que, como ha dicho el abogado de la revista francesa Charlie Hebdo, Richard Malka, “en ningún caso se puede ayudar a ningún terrorista. Ni de lejos ni de cerca.” (22)

¿Quiénes han sido y siguen siendo los verdaderos terroristas, quiénes   los grandes responsables históricos de tanto desasosiego, los que impunemente regentean el planeta y vuelcan su violencia a diestra y siniestra? A esos son a los que debemos conocer bien. Es a esos a los que no podemos ayudar, ni de lejos ni de cerca.

Para nada es agradable estar en medio de la violencia desenfrenada de fundamentalistas religiosos y capitalistas prepotentes; saberse ciudadano de un planeta en el que impera el terror.

 

“Ustedes saben bien que somos explotadores. Saben que nos apoderamos del oro y los metales y el petróleo de los ‘continentes nuevos’ para traerlos a las viejas metrópolis. No sin excelentes resultados: palacios, catedrales, capitales industriales; y cuando amenazaba la crisis, ahí estaban los mercados coloniales para amortiguarla o desviarla...todos nos hemos beneficiado con la explotación. Ese continente gordo y lívido… ¿Y ese monstruo supereuropeo, la América del Norte?” (23)

 

No nos vamos a conformar con llorar por los muertos de Barcelona, París, Bruselas o Nueva York. Incluso por los de Palestina, Damasco o Kabul. Pero llorar no es suficiente, ni de manera alguna recorfortante.

Debemos luchar, eso sí, por un mundo superior, en el que alcancemos la paz verdadera, el respeto y el aprecio entre los seres humanos. Un mundo en el que los fundamentalismos y extremismos y toda violencia, toda explotación e injusticia, sean malos recuerdos del pasado.

La felicidad y el amor deberán ser nuestras consignas.

Esa será nuestra utopía, la que, por más complejo que resulte llevarla a la realidad y por más que parezca imposible a algunos, dará sentido a nuestras existencias. Porque creemos en la vida y como el gran Julio Cortázar, consideramos que la muerte, sobre todo aquella que es el fruto de la violencia indiscriminada y el odio, “es una especie de escándalo, una tremenda injusticia contra la maravilla que es la vida”. (24)

Porque creemos, como nos ha advertido el cantautor, que  “…sin utopía, la vida sería un ensayo para la muerte”. (25)

Bibliografía

1.Marc Basset, en el periódico El País, 19 de diciembre de 2020

2.Frantz Fanon, Los condenados de la tierra

3.Ibid, Prefacio, por Jean Paul Sartre

4.Juan Ginés de Sepúlveda, Tratado de las justas guerras contra los indios

5.Paulo Freire, La educación como práctica de la libertad

  1. Leopoldo II era el hermano de Carlota, esposa de Maximiliano de Habsburgo, ambos emperadores impuestos a los mexicanos por Francia, tras una invasión militar efectuada a mediados del siglo XIX. Uno terminó fusilado el 19 de junio 1867, al colapsar sus fantasías imperiales; la otra, falleció en 1927 anciana, desquiciada y encerrada en algún palacete belga.

7.Los derechos humanos, el terrorismo y la lucha contra el terrorismo

Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos, Folleto informativo No. 32, Ginebra, ONU, septiembre 2008. 78 p.

  1. “Muere de miedo una niña en Gaza”, Por Ferrán Sales, periódico El País, 27 de septiembre de 2003

9.Papa Francisco, abril 2015

10.Telesur

11.Los derechos humanos, el terrorismo y…

12.Ibid

13.Ibid

14.periódico Primera Hora, 14 de enero de 2020

15.periódico Primera Hora, 14 de enero de 2020

16.Los derechos humanos, el terrorismo y…

17.Declaración de Independencia de las 13 colonias norteamericanas, 4 de julio de 1776 (Fragmentos)

18.Los derechos humanos, el terrorismo y…

  1. Edgar Morin y Anne Brigitte Kern, Tierra patria, Buenos Aires, Ediciones Buena visión, 1993. 222 p.
  2. Julio A. Muriente Pérez, “De Sapporo a Kushiro en compañía de Danas, el tifón (Porque después de todo sobreviví para contarlo)” , septiembre 2001
  3. Anónimo, Cantar del Cid (fragmentos)

22.Richard Malka, periódico El País, 19 de diciembre de 2020

23.Frantz Fanon, Los condenados de la Tierra. Prefacio, por Jean Paul Sartre

24.Julio Cortázar: “La muerte siempre ha sido para mi una especie de escándalo, una tremenda injusticia contra la maravilla que es la vida.”

25.Joan Manuel Serrat, canción Utopía

 

 

*Julio 2022. Recientemente un personaje tenebroso y miembro prominente de varias administraciones gubernamentales en Estados Unidos, John Bolton, admitió como si tal cosa su participación en el diseño y desarrollo de intentos de golpes de Estado contra varios países, incluyendo Venezuela. El abultado expediente de Bolton lo delata como un entusiasta terrorista de Estado, promotor de la violencia y la guerra y violador de tantas leyes como sea necesario con tal de asegurar los intereses de Estados Unidos en el mundo. Como él, muchos otros funcionarios de ese país promueven impunemente el terrorismo de Estado.

**Julio 2022. Hace poco se llevó a cabo en el antiguo Congo Belga, hoy República  Democrática del Congo, un acto solemne de inhumación de los restos de Patricio Lumumba. ¡Apenas un diente de oro quedó de su cuerpo, que había sido ocultado por uno de sus asesinos como botín de guerra durante todo este tiempo! No pudieron disolver en ácido sus ideas y su ejemplo, que prevalecen.