Ciego de noche es un libro abierto al diálogo sobre la intimidad del ser y lo que constituye su psique

Cultura

(San Jose, 12:00 p.m.) Paúl Benavides Vílchez, sociólogo, amigo entrañable y escritor es, quizás, uno de los poetas más representativos de la literatura costarricense actual. Sus amigos lo vemos a diario compartiendo en redes, escritos suyos o de otros (poemas profundos, cuentos o textos que invitan a la reflexión), además, artículos de opinión y pensamientos sobre nuestra Costa Rica, y la sociedad actual. 

     Ahora bien, su más reciente libro “Ciego de noche”, viene a sumar substancialmente al corpus de la poesía costarricense coetánea. Como yo no pretendo enaltecer la figura de un escritor que ha sabido abrirse campo y como sé que mis halagos no añadirán ni restarán absolutamente nada a su quehacer; pretendo, más bien, poner en la palestra este comentario sobre su última producción literaria, la cual comprende poemas suyos escritos desde el año 2016 y hasta la fecha.

     Desde el título de la obra “Ciego de noche”, Paúl nos convoca ante un simbolismo profuso, al fin de cuentas, ¿qué es estar ciegos de noche, sino una sinrazón o algo que, a ojos de cualquiera parecería un sinsentido? Si, cualquier mortal pensaría que, sin importar la condición física de cualquier ente, la ceguera noctámbula adquiriría, en sí misma, una dimensión de insignificancia, de vacío, o minucia. Sin embargo, ahora me viene a la mente la palabra nictalopía, la cual implica que una persona tenga dificultad para ver de noche o en ambientes poco iluminados. Por un lado, quienes la padecen no es que sean completamente ciegos, sino que, por alguna razón, su visión no es buena cuando hay poca luz al poseer cierta dificultad para enfocar. Quizá por ahí vaya este asunto de su poemario, por el estudio de esa capacidad de “enfocar” o de “enfocarnos”.  Incluso, si volteamos nuestra mirada hacia la portada, ya podemos ir deduciendo un poco este juego. En lo personal, me gusta que ese juego entre escritor-lector inicie desde antes del texto.

     Veamos. Este libro fragmentado se secciona en cuatro partes a saber: Atávicos, NOCTÍVAGOS, Erráticos y SOLITARIOS.

     Si analizamos la sección «Atávicos», desde el Poema 1.- encontramos una invitación directa a los diversos tópicos que se abordarán a lo largo de todo el poemario: el recuerdo de la casa, los fantasmas que anidan en nuestra mente, la patria, los perros idos, la adolescencia, la evocación a las abuelas, los años pasados, lo que se detesta y, en contraparte, lo que se añora o atesora. No es coincidencia que «Atávicos» sea una remembranza constante al pasado, es decir, una vuelta de hoja invariable al ayer que constituye personalidad e identidad en el ser; sobre todo en ese individuo que figura como un vaso de cristal dispuesto a llenarse del todo.

     Por ahí nos topamos versos que retratan muy bien este decir, por ejemplo, en el Poema 2.-: “Queda / la vida infame, /la que arde, la que nos quita lo más sagrado,” /. El Poema 3.- Se presenta, a su vez, como una reflexión honda sobre la vida, meditación que toma como base la partida del amigo, de aquel ser que compartió parte de su tiempo con el nuestro, pero cuya luminosidad padeció la fugacidad inevitable de la vida; en palabras de Benavides: “Él no supo que su muerte es la mía”.

     Este poemario nos traslada, incluso, a los actos cívicos de la niñez costarricense que todos recordamos: “La patria antigua donde solíamos saludar al sol/y a la bandera”. Pero, ¿cuál es el propósito de Benavides al señalarnos, asiduamente, nuestro pasado o el tiempo invertido en el ayer? Supongo que su alusión es al recuerdo de nuestra propia historia, ya que esta es, irremediablemente, portadora de identidad, de esencia y de nuestra ancestralidad. En ese sentido Theophrastus señala que el tiempo es la cosa más valiosa que una persona puede gastar. A título personal, me hechizó el Poema 12.- de este apartado, tal vez por la profundidad, el simbolismo que representa como conjunto o, quizá, por la manera en que se nos presenta esa casa, casa vacía y similar a la del Asterión borgiano.

     Por otro lado, el apartado que lleva por nombre «Noctívagos», inicia con el Poema 18.-. Según mi óptica, este poema sostiene la obra en sí misma (aunque bien me indique el autor que el libro es fragmentado y que no guarda tanta relación entre sí), para mí, este poema justifica el título del poemario de manera global. Copio algunos versos: “Ciego de noche, soy lo que soy:/ un ojo limpio sobre la marea/ un niño entristecido sin razones, /el desequilibrio, el peso muerto del recuerdo y tu abandono./. Me llama poderosamente la atención este verso: “Ciego de noche, veo lo que no veo.”, pues le encuentro una tremenda fuerza discursiva, ya que, como dije desde un inicio, este verso vendría a romper el absurdo. Paúl, entonces, nos invita al desarrollo de lo extrasensorial y es ahí donde se justifica eso de estar ciegos de noche, sí, y es que, en medio esa penumbra noctámbula anida la composición, el instinto, la reflexión y, ante todo, el éter.

     Constantemente, nos topamos referencias a escritores como Pessoa, Kafka, Paul Celan, Machado, Tolstoi; pienso que, de manera acertada, estos intertextos son retratados dentro de la temática o ella misma los evoca como eternos crucifijos, sí, son la prueba fehaciente de ese ensimismamiento que se pregona en la obra y que bien señala Damaris Fernández en el prólogo.

     En «Noctívagos», el tiempo, la herida, el mar con su eterno vaivén y, por supuesto, la memoria que en la noche activa su potencial cuasi demoniaco o cuasi celestial, en palabras de Paúl: “La memoria es un ladrido, / un latigazo, un perro rabioso, / el ronroneo del gato/ antes del zarpazo”. Esa noche, retratada en «Noctívagos» se nos vuelve nuestra, es cómplice irremediable del escritor, incluso del no artista pero humano sobreviviente, de la madre o del niño, del viejo que fuma el tabaco de la reminiscencia o la abuela que se dobla entre el requiebre de sus pieles.

     Por su parte, «Erráticos» inicia con versos fuertes que nos hacen pensar en la fugacidad de la vida, del tiempo y de lo que sería nuestro propio recuerdo en la vida de los demás, es decir, lo que posiblemente significamos para los cercanos, o ante los ojos ajenos. “Uno se va, se muere como un pino/, como un ciprés con alas/. Cambia de lugar, de hijos, / de casa, de mañana”. Este apartado del libro esconde bellas imágenes como “Mi gato es un tigre mientras sueña”. Se abordan temas como la cotidianidad, las creencias, la partida, la luminosidad a través de la ventana; como si el ser fuese un eterno voyerista de los tiempos.

     Para finalizar, la sección «Solitarios», nos sirve un trago entre la abrumadora soledad y el desamor, en varias de sus facetas. “El amor, ¡qué cosa tan breve!”. Son frecuentes las localidades abandonadas como perros hambrientos que deambulan en nuestra mente. Estos últimos versos están plagados de nostalgia, de remembranzas y olvidos intencionales o necesarios.

     En síntesis, la poesía de Paúl, en este libro, se nos presenta como una especie de mosaico el cual, a través de los años y experiencia de nuestro autor, lo ha ido capturando/fotografiando todo. Su ojo funge cual centinela divino y nos seduce al quehacer, a la reflexión honda, al humanismo y a nuestra propia intimidad. 

    En lo personal, brindo por este trago que nos sirve la poesía para este 2023. Brindo por la poesía fresca de Paúl Benavides Vílchez, sociólogo, escritor y amigo entrañable. Y, además, nos deseo, a nosotros, sus lectores, muchos más años de este buen vino que él sirve. ¡Salud!