Y en la hora de nuestra muerte [un comentario a la obra de Ricardo Rodriguez Santos]

Crítica literaria
Typography
  • Smaller Small Medium Big Bigger
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

Ay devórame otra vez…
Lalo Rodriguez

Leer a Ricardo Rodríguez Santos, se ha tornado en un grato entretenimiento. No solo porque he acabado editando para el Post Antillano, muchos de sus escritos, sino porque también he leído su trabajo, como antólogo y como escritor en solitario. Pero más que nada me he sentado, literalmente hablando a escuchar su teorización sobre la brevedad de la literatura.

De repente y como lo he dicho en más de una ocasión me atrae como combina la teorización sobre la escritura breve, con la propia producción de narrativa dentro del género. Es como un provocador de teoría e imaginación, lo cual me provoca a leer o a escuchar en directo en programas de radio.  Algo así, parafraseando a su hermano de sangre, para decir, una vez más, “ay ven, devórame otra vez”, en la lectura del trabajo.

En este contexto es que leo y comento por segunda ocasión en un plazo de sietes días su más reciente trabajo literario, Y en la hora de nuestra muerte (Ediciones Arete Boricua, Puerto Rico, 2022). No es gótico, y tampoco es un ejercicio de necrofilia. Es posiblemente, un ejercicio de irreverencia con el último capítulo de la vida: la muerte.

En esta medida, en un libro que se divide en siete secciones, y combina una cantidad de 30 micro relatos, me sorprende como la pluma de Ricardo Rodríguez Santos, juega con asuntos que versan desde el cristianismo, hasta lo pagano, sin dejar de hacer una importante incursión en el mundo de la lucha social y política. Sí, porque en efecto es un trabajo muy político, el cual merece ser leído por lo que comprometido que es con las causas justas y con destruir la injusticia.

De mi parte, tengo varios cuentos que son mis favoritos, y leo alguno de ellos de forma repetida. En particular los cuentos sobre la vida en el instante último ante de que una bala  nos asesine, o sobre la resistencia “armada” a la violencia de género.

En todo veo una buena edición, pero sobre todo, y en palabras del propio autor “un espacio para que él o la lectora pueda pensar el cuento e interpretarlo”. De eso se trata, que en su gestionar intelectual y narrativo, Rodríguez Santos me permite a mí “terminar el cuento”.

En fin, para mí se torna en una lectura sugerida, aunque obligada, no solo porque se suma al crisol contemporáneo de los cuentos cortos producidos en Puerto Rico, sino porque el autor nos ayuda, tanto el como nosotros, a teorizar en cuanto a este género de literatura. Adelante autor, y adelante a los y las lectoras. Buena vibra de lectura socialmente comprometida. Y recuerden, que Y en la hora antes de nuestra muerte, nos queda mucha vida por delante. ¡Aché!