Sería imposible no admitirlo, pero se puede hacer dinero con cualquier cosa. Esto incluye, explotar comercialmente la belleza de un ser humano. De esto trata el famoso concurso llamado Miss Universe, que no es más que una franquicia que controla el Sr. Donald Trump y otros. Se trata de un evento que se realiza anualmente, en ciclos de 12 meses a 15 meses, pero anualmente, para seleccionar a la ¨mujer más bella del planeta¨.
Una gran apuesta –la más bella del planeta. Pero es la mujer que la franquicia Miss Universe determine en función de unos criterios a seguir para el desarrollo de la misma franquicia. Entre otros elementos, que el país que reciba la corona pueda organizar el evento el año entrante. Así que entre rostro y rostro, cuerpo y cuerpo, también entra en juego la capacidad económica del país finalista para ser sede del próximo evento. La belleza aquí tiene precio.
Pero para las jóvenes que compiten en este evento, ser parte de la corporación Miss Universe, es una gran oportunidad. Me guste o no me guste, estas jóvenes que son parte de otra franquicia, Miss país de origen, van a la competencia internacional de belleza, impulsadas por su país, quien durante ese año de la competencia, son propietarios de la imagen de la joven a nivel local. Se trata de un negocio redondo para las empresas de belleza, local como internacional, las cuales toman ventaja de administrar los destinos de una joven. A nivel local, es más fuerte el asunto, pues el control durante ese año permite que la joven desarrolle una carrera profesional, aunque su explotación económica es compartida con la franquicia del país que representa.
Es la misma lógica que hemos visto desde la esclavitud de la trata de esclavos y esclavas negros-as, hasta otras variantes más contemporáneas. Es controlar los destinos de la vida de alguien y explotarlos comercialmente. Para las franquicias Miss Universe y Miss País de Origen, es un negocio perfecto. ¿Será un buen negocio para las jóvenes beldades? No sé.