A los ojos de un censor: breve repaso de la censura en la literatura

Crítica literaria
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[En ocasión del centenario de Virgilio Piñera, celebrado en la Universidad del Sagrado Corazón, en 2012)

Mientras escribía estas breves líneas sobre la relación histórica entre la censura y la literatura, vino a mi mente el verso de Borges que dice "me duele una mujer en todo el cuerpo".  Pude concluir, antes de comenzar, que me duele la censura en todo el cuerpo.

Aunque como estudiosa de la literatura no tardé en conocer que la censura y la expresión de la palabra caminan casi de la mano, no deja de resultarme doloroso aceptar que, como todos los errores de la humanidad, la censura continúa repitiéndose... Ojalá que con este sutil bofetón histórico, pueda evitar que en el futuro alguno de ustedes sea un vil y agringolado censor o, peor aún, sea uno de los censurados que no se inmuta.

 

La censura se define como el dictamen y juicio que se hace de una obra o escrito. El censor es aquella persona que en algunos regímenes políticos revisa todo tipo de publicaciones.  El término "censor" proviene del latín y comenzó a utilizarse en la república romana para identificar al magistrado que tenía a su cargo velar por las costumbres de los ciudadanos y castigar con la pena debida a los viciosos.  Sobra explicar el carácter subjetivo de la tarea del censor, pues el eufemismo de bueno o malo lo define cada cual como mejor le convenga. Para hablar de la censura hay que comenzar dejando claro que aquel que censura lo hace desde las gríngolas de "el yo". La historia nos dice que eso siempre es peligroso.

Desde la antigüedad clásica, la censura ocurre por dos razones: la religión y la política.  El filólogo español Luis Gil ha documentado episodios de censura durante los periodos grecorromanos.  Resulta sorprendente saber que, según Gil, en el siglo VII a.C, algunos poemas de Homero fueron censurados.  Estudios apuntan que también en la antigüedad egipcia algunos emperadores ordenaban borrar los jeroglíficos de manera que pareciera que no hubo historia antes de ellos.

En el siglo IV d.C., hubo un viraje espiritual con el surgimiento del cristianismo. Consecuentemente, en el siglo VI surgió, con la solidez de un imperio cristiano, la censura al paganismo, la magia, la adivinación y la herejía.  Como dato crítico, cabe señalar que más de diez siglos después la cacería de brujas persistiría, pues recordemos a las Brujas de Salem en los Estados Unidos (1692).

Durante todo este período y hasta el siglo XV la transmisión de los textos se hizo a través de manuscritos en soportes de piedra, tablas de arcilla enceradas y pergaminos. La impresión manuscrita estaba a cargo de un copista. Los copistas eran en su mayoría monjes, así que esto dificultaba la reproducción de textos censurables, pero no era imposible.  El ser humano desde el inicio ha encontrado los medios para expresarse, aunque haya tenido que pagar un alto precio.

A mediados del siglo XV, nació uno de los inventos más importantes de la humanidad: la imprenta de Guttenberg.  Con esto, surgió una mayor facilidad de reproducción textual y estrategias para que vieran la luz textos cuyo contenido era censurable por ser de índole pagana, protestante, sexual, tratados de medicina contrarios a las creencias religiosas o simplemente ideas disidentes.  La imprenta fue un vehículo importante para la transmisión de los textos de la reforma protestante en el siglo XVI y recordemos que el protestantismo religioso hizo resurgir la Inquisición en España.  Como la iglesia y el estado eran practicamente una misma cosa, no hubo otra opción para quienes estaban en el poder que mandar a silenciar esas voces disidentes.  El silencio intentó conseguirse mediante la tortura, la prohibición a través de bulas papales y otros decretos, la hoguera y últimamente, en España, a través de la legislación de órdenes para las publicaciones.

Las legislaciones establecían la necesidad de un privilegio para pasar al censor.  Este privilegio lo concedía una autoridad civil y daba exclusividad a la edición dentro de un territorio determinado.  También, debía exigirse la licencia que venía a garantizar lo que hoy conocemos como las regalías del autor.  Ambos permisos debían aparecer en los ejemplares, ya fuera en las primeras o en las últimas páginas.

En 1559, bajo el reinado de Felipe II en España y ya comenzada la Inquisición Española, se publicó el primer índice de libros prohibidos.  Estos eran de autores protestantes, obras consideradas "sospechosas", textos de sátira clerical, filosóficos, superticiosos y heréticos.  Se estableció un sistema complejo y burocrático para la publicación de un libro.  Debía obtener el editor o el autor la aprobación de un oficial de la diócesis, la de un representante del Consejo Real (o de la autoridad pertinente en cada reino español) y si surgía una duda mínima, la obra no se publicaba.

Pero insisto, siempre se encontraba la manera de lograr la publicación.  Algunos editores o autores recurrían a incluir en el libro un prólogo que decía, a modo de excusa, que su libro pretendía mostrar a los lectores aquellas cosas que no debían hacer o ilustrar lo que era el pecado para que supieran evitarlo.  Otros, dedicaban el libro a una figura prominente quien, además de financiar la publicación, daba con su nombre una ventaja a los ojos del censor.  Mientras que otros utilizaban seudónimos o publicaban de manera anónima.  Había impresores que publicaban con fechas falsas para evadir la vigencia de las leyes.  Bien señaló Menéndez Pelayo en Historia de los herodoxos españoles (1880) que "nunca se escribió más ni mejor en España que en esos dos siglos de oro de la Inquisición".

Con todo este proceso, resulta sorprendente que nos llegaran obras como los romances germanescos y las jácaras. No es difícil encontrar erotismo, disidencia, brujería (como en el género de la pharmaceutria en el que se habla de las pociones de amor), rasgos de homosexualidad y rebelión en los textos de este período. En fin, que en toda la literatura a lo largo de la historia ha estado plasmado eso que nos hace humanos y, parafraseando a Publio Terencio, no debe parecernos extraño.

Las normas de publicación, aunque cambiantes, se extendieron hasta el siglo 18 y aplicaron a los nuevos territorios en América.  También la Corona Española limitaba la llegada de los libros al Nuevo Mundo.

Me permito a continuación un espacio para jactarme de la revolución que, desde el inicio, ha mantenido la producción literaria de nuestra América Latina ante los temas censurables: desde el romanticismo hasta el día de hoy, nuestros escritores nos han dado lo que muchos no quieren que leamos.

Desde la Guerra de Independencia de las colonias españolas, la literatura resultó ser el motor de cambio.  La mayoría de los próceres de la independencia fueron también escritores y condenaron abiertamente las acciones del Imperio, instando a la guerra. Una vez alcanzada la independencia, la literatura del romanticismo fue la voz de alerta ante la inestabilidad de las recién instauradas repúblicas latinoamericanas. En este escenario la mujer tuvo un rol importante, como: Clorinda Matto de Turner con su novela censurada "Aves sin nido", en la que denuncia el maltrato al indígena peruano y el abuso del clero; mientras que en Cuba, Gertrudis Gómez de Avellaneda fue censurada por condenar el abuso hacia los negros a través de la novela "Sab".

Así avanzó la historia y la censura continuó siendo un tumor maligno en la producción literaria de América Latina, España y del mundo entero.   Las dictadura y regímenes militares de turno prohibían la lectura de aquellos textos que les parecían subversivos o que atacaban los principios de sus gobiernos.   Los escritores, por su parte, continuaban siendo el remdio que sanaba a los pueblos de la inconciencia.  La palabra salvaba vidas, aunque muchas veces su creador muriera.  No olvidemos que Federico García Lorca fue silenciado para siempre bajo la dictadura de Franco.Afortunadamente, su poesía aún late, como late la de Virgilio Piñera a quien celebramos en su centenario y la de otros tantos autores.

La revolución cubana, por su parte, impuso un censor para la obra de Piñera, así como para la de otros importantísimos autores cubanos, como José Lezama Lima y Mariano Brull.  Al igual que Piñera, el escritor Reinaldo Arenas fue encarcelado por su disidencia y homosexualidad.  La censura cubana se basó en esa idea infantil castrista que proclamaba "dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada".  La lista de censurados cubanos es interminable, aunque curiosamente Fidel Castro abrió las puertas cubanas a muchísimos escritores internacionales, para que conocieran la revolución.

En Argentina el totalitarismo del 70 censuró la obra de Julio Cortázar y de Luisa Valenzuela; en México le tocó a Carlos Fuentes; en Perú a Mario Vargas Llosa, entre muchos más.  Entonces bastaba con prohibir la difusión de los libros y la lectura de los mismos en las escuelas y universidades públicas.

De esta manera, la censura contemporánea funciona mayormente mediante la manipulación de los libros escolares.  En Puerto Rico, no olvidemos, cuando en 2009 el Departamento de Educación prohibió la inclusión en el currículo de español de los textos "Reunión de espejos" de José Luis Vega, "El entierro de Cortijo" de Edgargo Rodríguez Juliá, "Aurea" de Carlos Fuentes, entre otros, por considerarse vulgares y de contenido obsceno.

Las razones continúan siendo las mismas: ideas contrarias a la política y a la moral. Pero, ¿por qué afanarse en prohibir la lectura de algo que se tacha de incorrecto? ¿Acaso si es tan grave el lector no tendrá el criterio de discernir? ¿Qué tiene de cierto un texto que asusta tanto a un mecanismo de poder?  Confesaré que hay una sola cosa que no me duele de la censura: el que alguien todavía reconozca el poder de la palabra.

Culmino con el cuento "Los pájaros prohibidos" de Eduardo Galeano (otro censurado) en el libro Días y noches de amor y de guerra:

"Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír,          cantar, caminar rápido ni saludar a otro preso.  Tampoco pueden dibujar ni      recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni       pájaros.  Didoskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso 'por tener ideas        ideológicas', recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años.  La      hija le trae un dibujo de páharos.  Los censores se lo rompen a la entrada de la        cárcel.  Al domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles.  Los árboles         no están prohibidos y el dibujo pasa.  Didoskó le elogia la obra y le pregunta   por los circulitos de colores que aparecen en las copas de los árboles, muchos    pequeños círculos entre las ramas.

- ¿Son naranjas? ¿Qué frutos son?

La niña lo hace callar y en secreto le explica.

- Bobo, ¿no ves que son los ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas".