Edward Said

Crítica literaria
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Edward Said, modernidades y abusos del orientalismo

Edward Said es un autor mucho más citado que leído (o comprendido). Sus aportaciones a la crítica del pensamiento occidental y sus visiones del otro, especialmente del Oriente, no siempre han sido suficientemente contextualizadas, en el marco de su época, de los debates políticos coetáneos, mucho menos en relación con el conjunto de la obra y la experiencia vital del pensador.

No es por tanto sorprendente que frecuentemente se hayan usado -y abusado de- ideas, conceptos y lógicas de pensamiento supuestamente originales de Said, para interpretar ámbitos geográficos y dinámicas históricas muy diferentes o para sostener propuestas políticas esencialistas y retrógradas, en las antípodas por tanto de la vida y la obra del intelectual palestino.

La "historia secreta" del orientalismo

Sería harto complicado resumir y enumerar los fundamentos y precedentes históricos de la definición de orientalismo de Edward W. Said. Lo que deseaba el intelectual palestino era cuestionar el cientificismo y el carácter académico de gran parte de las interpretaciones intelectuales e históricas del Oriente, especialmente del Islam, considerando los prejuicios, visiones distorsionadas e interesadas, así como actitudes cuestionables y relaciones de poder desiguales que, especialmente a partir de la época de hegemonía del imperialismo europeo, ponen en entredicho su pretendida objetividad. En ese sentido, Said propone algo similar a la autocrítica que ha cuestionado por décadas la naturaleza, la evolución histórica y la práctica de la antropología, disciplina social que en buena medida fue subproducto del expansionismo europeo y que en muchas ocasiones se convirtió en cómplice silencioso, incluso colaborador necesario, de la destrucción de las sociedades originarias, precisamente su objeto de estudio, por parte del colonizador.

Sin embargo, y más allá de los paralelismos con otras situaciones, debates y dinámicas en el campo de las ciencias sociales, existe una particularidad que, no por poco conocida deja de ser importante. En efecto, el crítico literario, palestino, exiliado y siempre "fuera de lugar" que es Said tiene un objetivo mucho más concreto y práctico, político, a la hora de definir su concepto de orientalismo. Se podría incluso afirmar que lo que deseaba el pensador no era exactamente desprestigiar un tipo de académicos, sino a uno en específico y por una razón muy concreta. El individuo en cuestión es Bernard Lewis y el motivo la defensa de los derechos del pueblo palestino. Lewis es mencionado en varias ocasiones como un ejemplo de la práctica del orientalismo que Said critica, pero opta, en lugar de realizar un alegato directo y frontal contra la persona, por incluirlo en una discusión mucho más general e históricamente contextualizada. Esta genial opción del palestino sigue la lógica de cuestionar sólo indirectamente la objetividad y el academicismo de Lewis, para así sustraerle la base de la autoridad de la que se abroga éste para criticar, ante los medios de comunicación y en los círculos de poder occidentales, las políticas palestinas, para defender a Israel y justificar el modelo turco de desarrollo político. Para defender la existencia y los derechos de los palestinos, Said pretende destronar a Lewis de su categoría de supuesto experto (en realidad lo es del Islam clásico y del Imperio Otomano, no necesariamente de nuestra época), para socavar las bases de sus opiniones políticas, y para ello utiliza, en lugar del ataque personal o el cuestionamiento individual de su idoneidad, un concepto redefinido que engloba toda un conjunto de individuos, una categoría de académicos: los orientalistas.

El hecho que Said estaba interesado en intervenir en el debate político-mediático es más que evidente. Más allá de algunas apariciones públicas o iniciativas en el marco de la lucha palestina, esa preocupación se expresó principalmente en artículos de prensa, tanto en inglés como en árabe. Así, por ejemplo, en la notable recopilación de artículos titulada Covering Islam, Said analiza, desde las dos acepciones del término, como se informa y se cubre o distorsiona la realidad del Mundo Árabe e islámico en los medios de comunicación. Utilizando el concepto de orientalismo previamente definido, así como el sentido común y una hipotética inversión de papeles o perspectivas, Said logra mostrar cuánto existe de prejuiciado, interesado o tergiversado en la cobertura mediática del Islam, de una realidad social, política y cultural muy diversa.

Abusos del orientalismo

La popularidad de las propuestas de Said, como tantas veces en la historia del pensamiento, produjo simplificaciones, malos entendidos, incluso sus propios monstruos. En primer lugar, se intentó analizar a partir de conceptos como orientalismo -y occidentalismo, la otra cara de la moneda- realidades no consideradas originalmente por el autor. No se puede negar que la lectura de Said, aún la más simplista y descontextualizada, ha podido fructificar en nuevas visiones e interpretaciones de las sociedades no blancas y su relación desigual con Occidente. Sin embargo, hemos de cuestionarnos si la utilización más o menos mecánica o acrítica de los textos del intelectual palestino no han oscurecido otros caminos, no nos han hecho ignorar otras veredas mucho más propias y pertinentes para sociedades y dinámicas que Said no estudió o, como mucho, consideró de manera muy limitada. En esto, como en tantas cosas, quizás fuera mejor, por ejemplo, recurrir a tradiciones y formas de pensamiento indígenas o producidas autónomamente en Latinoamérica para analizar las realidades del subcontinente, o cuestionar y redefinir lo que es el Caribe, la raza, el mestizaje y la herencia africana para estudiar las sociedades antillanas, que no citar el orientalismo de Said, el cual parte de problemáticas y puntos de partida muy diferentes.

Otro tanto podría decirse respecto a la necesaria crítica de los puntos de vista occidentales y de la colonización. Así, las doctrinas poscoloniales frecuentemente han convergido, consciente o inconscientemente, con la versión vulgar y el uso abusivo del orientalismo de Said. El poscolonialismo mal entendido -como el orientalismo relativo al Mundo Árabe e islámico, véase más abajo- puede acabar también sólo reescribiendo la Historia desde el punto de vista del colonizado, enumerando los evidentes crímenes del Hombre Blanco, pero sin proponer otros futuros, nuevas maneras de hacer, limitándose a responsabilizar al otro y a revictimizarnos constantemente.

En el Mundo Árabe e islámico, la interpretación simplista y populista del orientalismo, bastante difundida, permite caer en un cómodo y gratificante victimismo esencialista, tendencia advertida y criticada por el propio Said. Emmanuel Sivan, por ejemplo analizó ese fenómeno hace unos años en un artículo titulado "Orientalismo al revés". Con un vocabulario y referencias de carácter religioso, con una noción de la Historia -compartida con buena parte del nacionalismo y la izquierda- como repetición y pesadilla, el islamismo político ha adoptado la vulgata orientalista. Así, se ha llegado a afirmar que ningún occidental ha podido o podrá analizar objetivamente el mundo islámico, que todo lo que realiza Occidente tiene como fin la sumisión o destrucción del Islam, que existe una identidad, o al menos continuidad, entre las Cruzadas, el imperialismo del siglo XIX y las intervenciones militares occidentales del siglo XXI (y el Estado de Israel como "Reino Cruzado", incrustación de Occidente para debilitar Oriente y el Islam).

En un artículo de prensa publicado en el año 2000, Edward Said consideraba que los países árabes habían caído en la trampa del Esperando a Godot. En efecto, culpar a otros de las propias desgracias, asumir que otros deben desagraviarnos por lo que sucedió en el pasado, incluso esperar que surja entre nosotros un gran dirigente carismático y liberador (en este caso, los candidatos han sido muchos, todo ellos fracasados o desvirtuados: Nasser, Gadafi, Arafat, Sadam Hussein, en parte quizás también Jomeini y Bin Laden) puede proveernos de esperanza -y ulteriormente desengaño-, pero nos deja en una peligrosa inacción, nos sume en una cómoda irresponsabilidad por el propio futuro. De alguna manera, lo que critica el autor palestino funciona como las teorías conspirativas: permiten dar un sentido y una coherencia a la realidad, pero al suponer que lo que sucede está fuera de nuestro control nos sume en la pasividad, en la inacción. Se podría asimismo afirmar que tanto el esencialismo como el victimismo, en nada propios de Said, están ignorando lo común, humano y racional que existe en todos nosotros, en toda civilización, y que en el fondo lo que están reproduciendo es, de formas perversas y paradójicas, el discurso del colonizador: la inferioridad, impotencia y dependencia del (pos)colonizado, víctima eterna e inerte del prejuicio y la hegemonía occidental.

Humanismo, universalismo y modernidad(es)

En un ensayo en el cual reflexiona sobre la racionalidad y la labor crítica del historiador, en una historia entendida como "científica" o al menos objetiva, Edward Said cita conjuntamente a Vico y a Ibn Jaldún. La elección y yuxtaposición de esos dos autores, tan distantes en el tiempo y el espacio cultural (Italia en el siglo XVIII, el Magreb de finales de XIV e inicios del XV, respectivamente) no es evidentemente casual. Implícita o explícitamente, en ese y en otros lugares, el intelectual palestino niega que la razón, el sentido crítico y la posibilidad de construir una historia científica sean exclusivamente occidentales. Frente a diferentes análisis, incluyendo los de Bernard Lewis, que asumen que "la solución" para el Oriente reside en eliminar su especificidad y diferencia, en copiar a Occidente para alcanzar la modernidad y el desarrollo, frente a ese tipo de propuestas de una modernidad entendida como occidentalización, Said está más cercano a los que reconocen valores universales, sí, pero no como meros equivalentes o copias de los occidentales, sino, podemos deducir, con vías múltiples, dinámicas propias y resultados diversos. En efecto, partiendo de lo expuesto por el intelectual palestino, podemos suponer varios caminos hacia el desarrollo y la (pos)modernidad, diversas modernidades a partir de la propia reconsideración y evolución tanto de valores e ideas particulares como de aquellos universales que han llegado del exterior.  Así, y el matiz no es tan banal como parece, hay autores que proponen, frente a la occidentalización más o menos pasiva, un islam moderno o, por e contrario, una modernidad islamizada.

Por lo que respecta a sus análisis literarios, sus posicionamientos públicos y sus proyectos por la paz y el reconocimiento mutuo, Said es claramente abogado de la convivencia, el (re)conocimiento y comprensión del otro, desde una perspectiva plenamente humanista, humanística, crítica y universalista. El mejor ejemplo de ello fue el proyecto que llevó a cabo con el músico israelí Daniel Baremboim. Con éste, que unió a músicos árabes e israelíes para ensayar, convivir y finalmente tocar música clásica occidental, se pretendía demostrar la factibilidad  de la convivencia, la posibilidad del diálogo y la empatía con el sufrimiento del otro. Del mismo modo, la relación entre el pensador palestino y el músico israelí se convertía además en un modelo de comportamiento: admiración mutua, comprensión y colaboración más allá de las divergencias y las identidades diferentes. Finalmente, y en la misma linea de argumentación, la defensa en sus últimos años por Edward Said de la constitución de un único Estado para árabes e israelíes asume la posibilidad de una estructura política que haga justicia, reconozca los derechos individuales (incluyendo el derecho al retorno) y la igualdad de todos sin discriminaciones, nada más alejado del comunitarismo esencialista de unos u otros, o de la guerra global de religiones o civilizaciones que algunos propugnan incluso, en ocasiones, apelando al orientalismo de Said.