Pabellón Cuba. Mediodía. En el corazón de la céntrica avenida 23 unos altavoces aúllan escandalosas y banales canciones. Mal presagio. Subo la réquete familiar escalera, avanzo entre las áreas de este espacio tan útil a la cultura cubana hasta llegar a los stands de venta.
Los mismos libros, los mismos libros, los mismos libros, los mismos libros, los mismos… Decenas de estantes en los que se repite la misma sucesión monocroática. Solo un espectador sagaz podría advertir un libro singular -que afortunadamente los hay- entre las masas informes de papel.
He vuelto a toparme con uno de los problemas más comunes del sistema editorial cubano: la venta de los libros. Voy a obviar el pésimo sistema de promoción y crítica existente, mi punto es más concreto: el vendedor de libros. De nada sirve que se publique una obra imprescindible como Operación Cóndor: pacto criminal de Stella Calloni si luego el vendedor lo distingue como el libro rojo con el águila en la parte de alante (sic). No creo que los vendedores de libros deban ser eruditas ratas de biblioteca, pero sí les pediría un conocimiento básico del bien que ofertan.
Que la Feria del Libro es hace rato un carnaval en el que se pasea mucho, se come más y eventualmente se compra un libro no es secreto para nadie. Pero entre tanta fiesta, cientos de lectores ávidos y de ocasión buscan un auténtico acercamiento a la literatura, y lo mostrado en el Pabellón Cuba no da mucho margen para ello.
Espero que esto sea un simulacro, una prefiguración de lo que realmente significará tener un otro espacio no solo para la realización de actividades culturales como conciertos y presentaciones, sino también de venta de libros. Al final obtuve una magra cosecha, sazonada apenas por un par de alegrías y el descubrimiento de un breve y luminoso poema-libro de Julio Cortázar, tirado en un estante, a diez económicos pesos.
Publicado en http://elmicrowave.cuba2web.com/la-feria-del-libro-se-extiende-hacia-ninguna-parte/