El déficit de allá y la escasez de acá: Crónica de una insolvencia anunciada

Caribe Hoy

altLa segunda guerra mundial catapultó la economía de los Estados Unidos a una era de crecimiento sin precedentes, que opacó su inauguración neo-colonial del Siglo XIX. La manufactura de armamentos que le permitió apertrechar a los aliados para vencer el Axis y se transmutó en una industrialización masiva re-dirigida al consumo que aumentó su productividad, poder adquisitivo y clase media, a niveles sin precedentes.

Este crecimiento culminó en los años 70, cuando los países exportadores de petróleo rescataron sus patrimonios nacionales de las siete petroleras internacionales. Como resultado, el costo energético se disparó y el ritmo de desarrollo estadounidense se desaceleró. La nivelación de la tasa mediana de ingreso con su reducido poder adquisitivo redundó en enormes excedentes en bienes de consumo. La respuesta a esta crisis fue la oferta de crédito a bajo costo, que le permitió a la banca reinventarse y enfocarse en la deuda individual (con la ineludible reducción en el ahorro) como acelerador de la economía.

A partir de las década de los 80, el consumo aumentó más aceleradamente que el ingreso. La deuda de ingreso disponible familiar aumentó de 68% en la década del 1980 a 130% en 2007. Simultáneamente – no es difícil inferir que para mantener el rendimiento de las inversiones o, en otras palabras, sostener el crecimiento de las ganancias - consistentemente se redujeron los impuestos y aumentaron las exenciones a las grandes corporaciones. Simultáneamente aumentaron los programas de asistencia gubernamental. El déficit que, en la década de los ‘60 representaba un 2% del Producto Interno Bruto, a partir de los 80 aumentó a un 4% del PIB. Actualmente ronda el 7% o $16.4 trillones.

Este desfase entre ingresos y obligaciones medido en cifras, obvia el gran desafío que enfrentan los EEUU y que obedece a su particular definición de democracia que, desde el siglo XIX, ha convertido su excepcional definición del término en portaestandarte y modelo a imitar - o intentar imponer - en el resto del mundo.

La democracia estadounidense, además de los tradicionales e inalienables derechos a la libertad de expresión, culto, asociación y prensa, incrementalmente ha privilegiado el derecho a la representatividad de sectores de intereses particulares ante el gobierno. Durante el siglo XX, esta representatividad pretendía restringir el discrimen contra grupos étnicos, religiosos o asociaciones voluntarias que no formaban parte del tejido tradicional de su sociedad.

A pesar de que el negocio de la guerra catalizó la economía estadounidense desde la guerra cubano-hispano-americana, a partir de los años 50, cuando el republicano Presidente Eisenhower acuñó el término “complejo militar-industrial”, los intereses de los sectores con fines lucrativos afianzaron su dominio de la agenda del Congreso gestando una amplia gama de beneficios corporativos a costa de los intereses de la ciudadanía.

Las gigantescas exenciones tributarias al sector corporativo, junto a la multi-billonaria inversión militar, han devastado las finanzas de la nación creando déficits imposibles de solventar con la estructura fiscal actual. En otras palabras, los intereses lucrativos, por virtud de su enorme caudal y legitimado derecho a influenciar a los oficiales electos, han desplazado los intereses de la ciudadanía que les eligieron.

El estado de la nación se ha complicado ante el indisputable derecho a generar ganancias. Muchas empresas han recurrido a la re-incorporación fuera de los EEUU para eludir sus responsabilidades contributivas, lo cual ha redundado en una enorme fuga de capital. Esta fuga vino acompañada de billonarias inversiones en el extranjero y transferencia de empleos a países con mano de obra e impuestos mucho más bajos.

A medida que la nación envejece, se desemplea y aumentan sus necesidades de salud, la demanda de servicios subvencionables solo por el erario público, cada vez más excede la capacidad del Estado de satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos.

Ante esta situación todo apuntaría a que la nación que “se puede confiar hará lo correcto, después de haber intentado todo lo demás” como dijo Winston Churchill, estaría tomando cartas en el asunto con el mismo sentido de urgencia con que ha respondido a sus desafíos militares. Pero no ha sido así. La influencia de los sectores lucrativos continuará asfixiando la agenda ciudadana, paradójicamente con el militante apoyo de los sectores conservadores que más se afectan adversamente por la insuficiencia federal. Mientras tanto, los sectores liberales continúan culpando la administración Obama por no imponer una agenda de reconstrucción nacional que tanto demócratas como republicanos rehúsan aprobar en el Congreso.

No alardea la esperanza de que la cordura prevalezca sobre la voracidad del lucro. El déficit de consensos no parece estar amenazado por un superávit de sensatez. Puerto Rico, sujeto a los vientos que soplan del norte, necesita comenzar a planificar un nuevo modelo de autosuficiencia ante el anunciado vendaval de la escasez.