Precipicios

Creativo

altFue la suave curvatura de su hombro, cayendo en tenue rosáceo de sus brazos, la me sacó del marasmo y cautivó mi atención. Muy próxima a su piel, casi oculta, pude también distinguir una vellosidad como de algodón invitando a la caricia.

Su rostro se transformó. Y aunque me distraje soñando mis dedos moldeando su nuca, la nueva brillantez de sus facciones me movió a redefinir sus labios. Descubrió que la miraba. Alta, joven y esbelta, y haciendo de mi pequeñez, edad y redondez, razón de inevitable comparación, supe de inmediato que mi único ofrecimiento era el de un semblante de seguridad, de aplomo, de que había vivido. Aún así me sorprendió que funcionara, cuando rodeada de varonil juventud decidió aceptar mi invitación al coqueteo. Ya no le hablaba a su círculo de mocedad ni buscaba su atención. Continuaba entreteniéndolos con palabras, mas era mi mirada la que procuraba. Devota a todo lo que le causara placer, se aseguraba que supiera, con su intermitente y fugaz mirada, que era para mí que actuaba. Ese cosquilleo que sentía por haber logrado la atracción de un varón perteneciente a generaciones pasadas, era como un alucinógeno difícil de despreciar.

¿Qué puede un hombre que ha poseído cuerpos y pisado tierras lejanas ver en mí? Solo tengo la lozanía de mi piel, el fuego inagotable de mis muslos, el tibio y cautivante aroma de mi vientre. Quiero ser tuya, aunque solo sea por un segundo aquí en nuestras mentes. La próxima vez que haga el amor con un jovenzuelo pensaré en ti. Abrazando sus espaldas y apretando mi pecho contra el suyo, imaginaré que todo comenzó con tus palabras y seducciones filosóficas sobre la humanidad y nuestro futuro como especie. Me montaré contigo en tu conjeturada nave espacial y veré las estrellas y sus galaxias madres por primera vez, el principio de lo que somos como nunca antes lo había visto. Mi corazón saltará emocionado, y en la profunda conexión que mi alma ansiara con la tuya, alma antigua, espíritu que me enseña, me abriré completa y recibiré, aunque sea en la forma de otro, tu tibieza interna, mientras en incontrolables palpitaciones, exprimiré el amor eterno que me ofreces.

Las filas se ordenaban, y logramos reclamar los tragos. Cada cual se fue a su mesa entre una multitud que auguraba el olvido, la perdida de contacto. La siguiente hora la pasé pensando en la juventud, la de ella y la que una vez fue mía. Por unos minutos sentí nostalgia. Mas no duró. Recientemente me he encontrando deseando la vejez, la cual siento, al verla en el horizonte cercano, que me libera del absurdo, de tener que rendirle pleitesías a la debilidad mental y a todo aquel que se canta con derecho a dictaminar mis acciones y pensamientos. Envejecer es mi última oportunidad de ser completamente libre.

Me abandono a la imaginación, navegando en sus claros ojos y columpiándome en sus extensas pestañas, y así convido al regreso a ese antaño apretón al corazón. Mas los años traen cautela, dejando atrás una adolescencia capaz de sumergirme en el mas profundo de los abismos, el de un amor no consumado. Hoy lo sé innecesario, y he aprendido a mantener mi alma a flote, como suspendida y mirando hacia la profundidad de un pozo al que he privado de su progresiva oscuridad. Así salgo a voluntad, quedando disponible para sobrevolar otros barrancos, los incontables precipicios amorosos que siempre están a la vuelta de la esquina.

Terminados mis sondeos mentales la volví a ver. Esta vez a cierta distancia y con pocas probabilidades de que me viera. Deleitarme en la frescura de su paso, la alegría de su gesto, y el permiso que le daba a su belleza para configurar lo que le rodeaba, eran la manera perfecta de despedir la noche. Yo también tuve mi momento, y pasado ya el tiempo de la envidia, disfruto reinterpretando una y otra vez la repetida continuidad de este largo proceso que llamamos vida.