Espacios de la memoria en el Caribe hispánico insular y sus diásporas

Crítica literaria
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altPocos libros de interpretación cultural y literaria resultan tan enjundiosos como el que nos ofrece Myrna García Calderón con su texto Espacios de la memoria en el Caribe hispánico insular y sus diásporas, publicado por Ediciones Callejón en el 2012.

Acostumbrados como estamos a que la crítica formal no sea apoyada debidamente, no me extrañó que solo se publicaran breves líneas sobre este libro en una revista cibernética. La inexistencia de redes de investigadores impulsadas por el estado como existen en Chile, Argentina, México y Uruguay  contribuye a la poca difusión del libro de erudición en Puerto Rico y, peor aún, fomenta una visión  despectiva de este que hace que hasta algunos escritores de ficción motejen la crítica o el estudio literario como algo inferior a la literatura y a sus autores como ejecutores de políticas que establecen cánones según sus preferencias estéticas o relaciones personales.


Nada más lejos de eso que este libro que nos sorprende por su interdisciplinariedad con la sociología, la geografía, la articulación de las relaciones entre historia y memoria, el cine, la música, la urbanística y los vínculos de todos con lo literario. Radicada en la diáspora, ya García Calderón había publicado el valioso texto Lecturas desde el fragmento: escritura contemporánea e imaginario cultural en Puerto Rico en el que analiza el imaginario social de escritores como Edgardo Rodríguez Juliá, Ana Lydia Vega y Luis López Nieves, entre otros.

En este libro se dedica al estudio de cómo se articula la memoria en las producciones discursivas de diversos autores que incluyen a la extraordinaria escritora dominicana Ángela Hernández,  al reconocido cubano Abilio Estévez, el dominicano Pedro Vergés, además de otros destacados escritores caribeños de las islas hispanas y sus diásporas. Precedido de una introducción, posee cinco capítulos: 1. ¿Cómo pensar la ciudad?, 2. Ciudad y memoria-Imaginarios urbanos caribeños, 3. Geografías de la memoria, 4. Cartografías urbanas, 5. Espacios habitacionales, afectos, pertenencia.

García Calderón comienza su trabajo con una exposición teórica sobre la memoria y  la importancia que la misma ha ido tomando. Deslinda los dos campos, historia y memoria,  para que el lector pueda entender su aplicación  de las nociones expuestas a las obras analizadas. Mientras la memoria es subjetiva y mítica, la historia es una disciplina que pretende explicar el pasado. En este sentido se nutre de la memoria. Un texto base de sus teorías es el de Pierre Nora The Realms of Memory. “La memoria”, señala, interpretada como archivo y acervo de experiencias comunes compartidas y como “bien cultural” de la mayor relevancia” se ha transformado en uno de los elementos más importantes de la cultura actual. (23) La misma se intersecta con discusiones identitarias y de tipo social y, por supuesto,  se relaciona con el espacio  y con cómo lo organizamos y lo recreamos. Aquí también discute el espacio urbano y exhorta al estudio de las urbes y de sus imaginarios desde las ópticas culturales.

En el capítulo 1, que gira en torno a la ciudad, García Calderón explica como los estudios de la memoria le permitieron examinar las prácticas  de sujetos nacionales, posnacionales y transnacionales. También destaca la importancia que tienen en la elaboración de su exégesis los estudios de geografía urbana y cultural, los que aúna a los de la memoria. De aquí que resalte la geoliteratura, concepto novedoso y que apunta hacia nuevas direcciones  de estudio de lo literario. No deja de aclarar que la memoria es un campo de estudio muy heterogéneo, el cual se expande en los años ochenta del siglo XX. Los nuevos modelos de trabajo tienen que ver con el giro lingüístico que ha transformado a diversas disciplinas. Por eso en gran medida busca entender el impacto del pasado en el presente. Memoria, histórica, memoria colectiva, memoria cultural son discutidas con profundidad y sutileza. También la autora nos recuerda que el olvido es un componente vital de la memoria.

Ya en el capítulo 2, haciendo alusión a Ángel Rama, Italo Calvino y Raymond Williams, la estudiosa se dedica a develar las relaciones entre el campo y la ciudad en la producción discursiva de la narradora dominicana Ángela Hernández en su libro Mudanza de los sentidos. La contraposición  entre ambos que construye  esta escritora contrasta con otros textos en los que la línea entre lo urbano y lo rural ya se ha borrado como los de Rita Indiana Hernández, Aurora Arias y Pedro Vergés ahí discutidos.

La crítica incursiona también en los imaginarios urbanos cubanos, pues para García Calderón la ciudad es también un texto y es memoria.  Algunos de ellos se sitúan desde la nostalgia como lo hacen Zoé Valdés y Abilio Estévez o la memoria es negociada como expone que sucede en Dreaming in Cuban de Cristina García, autores de la diáspora. Es que la visión borrosa del pasado busca nuevas definiciones identitarias acordes con los nuevos espacios habitados y las subjetividades asumidas.

Para García Calderón en la literatura puertorriqueña la ciudad ha sido metaforizada por varios de los más importantes escritores de la ciudad letrada que incluyen a René Marqués, José Luis González, Pedro Juan Soto y Luis Rafael Sánchez. Es este último quien sienta las bases de la escritura de la ciudad en autores tales como Ana Lydia Vega, Magali García Ramis, Manuel Ramos Otero, Mayra Santos Febres y otros que la presentan como “una densa red simbólica en permanente construcción y expansión”. (139) En el caso de la ciudad asediada por Edgardo Rodríguez Juliá para esta investigadora es múltiple en su carácter, ya que el autor de San Juan, ciudad soñada presenta a los arquitectos y planificadores junto a la ciudad vivida. Desesperadamente busca la ciudad no oficial, la transgredida. De nuevo la memoria y la construcción de la misma.

El capítulo 3 expone la importancia de la geografía para los estudios de la memoria y su relación con  los espacios. Discute en estas páginas el término gentrificación, mal de la era global que consiste en usurpar de forma legal los espacios que se consideran necesarios para los proyectos de desarrollo. De esta forma son desalojados de sus propiedades miles de personas con el propósito de que el estado o las corporaciones que legitima utilicen los terrenos de otra manera más favorable a sus intereses económicos. Este tipo de reforma urbana es comentado en el cortometraje documental “Whose Barrio” en el que los residentes del lugar se expresan en contra de esta práctica. Algunas obras de la diáspora boricua tienen como cronotopo al Barrio, es decir, como lugar de la memoria, tal y como se representa en la obra de Ernesto Quiñonez, Chango’s Fire.

La cartografía urbana que discute la autora de Espacios de la memoria en el capítulo 4 comienza con una reconceptualización de la crítica literaria. De hecho, uno de los muchos planteamientos del libro es que la crítica tradicional no proporciona el lenguaje para hablar de lo contemporáneo. Es, por lo tanto, un libro muy atento a la renovación de la disciplina. Partiendo del señalamiento de Jean Franco al respecto, García Calderón vuelve al estudio de Abilio Estévez, pero esta vez se centra en su libro Inventario secreto de La Habana. El texto propone que recordar no está exento de problemas, señala.

El hábitat íntimo y su significado como lugar de pertenencia son tratados en el capítulo 5 en el cual la autora también incursiona en lo arquitectónico y su sentido como hogar. La casa es hogar y refugio, “es el universo de la cotidianidad”, según comenta citando a Gaston Bachelard y su poética del espacio. Pero la casa no es siempre signo de seguridad, afirma. En la tradición caribeña tanto isleña como diaspórica se ha usado la casa para problematizar los conceptos de hogar, pertenencia, refugio, desarraigo, encierro y hasta destrucción. (258) Así lo ejemplifica con los textos de Los soles truncos de René Marqués, La casa de la laguna de Rosario Ferré, Felices días, tío Sergio de Magali García Ramis y El manuscrito de Miramar de Olga Nolla. En este apartado también incursiona en el análisis de las casitas en el South Bronx como espacio de nostalgia, pero por igual de práctica contrahegemónica al reapropiarse de un espacio y darle sentido, voz y pertenencia a sus moradores. Son lugares de la memoria que se han desplazado y que buscan su cabida en el ámbito de la metrópoli. Mas, la casa es también un espacio simbólico, un lugar imaginado y colectivo como lo es la nación.

García Calderón termina su texto con unas conclusiones en  las que pondera la memoria “como instrumento retórico, ideológico y político”. (280) Por eso, expone, que la memoria histórica es una herramienta de dominación.

Es imposible mencionar en este espacio todas las lecturas que nutren este trabajo. Su marco teórico es amplísimo y diverso y lo mismo reúne a la crítica francesa que a la latinoamericana y norteamericana. Por sus páginas desfilan los nombres de Néstor García Canclini, Jesús Marín Barbero, Gastón Bachelard, Michel Foucault, Fernando Ainsa, Maurice Halbwacks, Frederic Jameson, Jacques Le Goff, además de otros teóricos diversos.  Elogiar este libro es un acto de justicia cultural y decir que se encuentra entre nuestra más alta producción cultural es una certidumbre.