Olvidando El Estado

Creativo

altLa verdad segura sobre los dioses

y sobre todas las cosas de las

que hablo, no la conoce ningún

humano y ninguno la conocerá.

Incluso aunque alguien anunciara

alguna vez la verdad más acabada,

él mismo no podría saberlo:

todo está entreverado de conjetura.

 

Desde el principio los dioses no

revelaron todo a los mortales,

pero éstos, buscando, en el curso

del tiempo encuentran lo mejor.

 

Si Dios no hubiera decidido hacer

la amarillenta miel,
más de uno

pensaría que los higos son mucho

más dulces.

 

Jenófanes de Colofón

Siglos VI-V a. C.

Con la sospecha a cuestas, amarrada a mis espaldas desde una adolescencia de prometedores y claudicantes amores mutuos, junto a las correspondientes y temporales fidelidades eternas, no puedo sino ver, en toda interacción humana, el elemento de poder que alguien pueda tener sobre mí, o sobre todos aquellos que son como yo. Y me ha servido bien la duda, pues moldeando lo que soy y mi manera de ver las cosas, me da razón de vida y orienta el camino hacia una aspirada nobleza que me hace sentir como si no perdiera mi tiempo embobado con cantos de sirena, que hago algo valioso, además de que me ofrece la anhelada posibilidad de un legado, una memoria a la cual otros, tanto ahora como después de mí, puedan apelar. Pero también me ha garantizado una vida de no pocos sinsabores y desprecios, pues si como imagino, es cierto que el ejercicio injusto del poder se encuentra por doquier, esto implica que me he pasado la vida quejándome y protestando en casi toda situación en la que me he visto envuelto, padeciendo por esto de ser el blanco de las iracundas reacciones de los mandones de turno que me ha tocado intentar desenmascarar.

Basado en la simple idea de que todos somos iguales, y de que no existe razón alguna que justifique el control de un humano sobre otro, he dedicado mucho de mis estudios y reflexión a desmenuzar los detalles, naturaleza, y manifestaciones del poder. Puede que todo haya comenzado con mi madre y con el entendimiento del fiero control que esta ejercía sobre todos los aspectos de mi vida. Mas no siempre la vi así. Los recuerdos que tengo de esta siendo niño, son los de una persona cálida a la cual me sentía bien apegado, buscando siempre el modo de estar con ella y conversar. Pero en algún momento en la adolescencia, imagino que como parte de la rebeldía común de los años mozos, comencé a entender y resentir las restricciones que esta siempre cultivó sobre mis libertades, y de manera más interna y sofisticada, aun sobre mis ideas y pensamientos. No existía mucha letra en esos años, y el arsenal de libros leídos que serviría de trasfondo intelectual a mis resentimientos no llegaba aún. Era más bien una cuestión instintiva, respaldada tal vez por las comparaciones que hacía con las libertades físicas e intelectuales que mis amigos parecían tener con respecto a sus padres. Las lecturas que eventualmente lanzaron de manera mas sólida mi búsqueda de libertad y condena acérrima de toda manifestación de poder, por pequeña y localizada que esta fuera, surgirían más tarde en la adolescencia.

La colaboración con el poder, en las raras y contadas ocasiones en que este se presta para adelantar bondad y justicia, es para mí la más difícil de todas las situaciones de descifrar y de moralmente catalogar. Ya que en nuestro deseo de adelantar lo bueno y lo justo, por momentos le creemos a los que controlan, cuando estos se muestran interesados en hacer lo correcto. Pero a menos que luego de probar la fruta que los poderosos se sirven a diario entre ellos, comencemos a pensar que esta es la mejor manera de mejorar las cosas, siempre terminamos defraudados y cuestionando el apoyo que ofrecimos. Y es que la naturaleza del poder parece siempre usar los reclamos de las mayorías, cuando decide abrazarlos, solo para dos cosas. La primera, para mantenerse al mando, y la segunda, para tratar de tentar a los ciudadanos más despiertos a unirse a ellos, y disfrutar de los beneficios de un poder al cual hacen ver como la única manera realista de hacer el bien.

Un argumento que con frecuencia resulta estoicamente atractivo para los que desde una oposición buscan un mundo más justo en donde desaparezcan de una vez y por todas los privilegios, es la idea de que la estructura de poder ya está determinada, al menos por el momento, y que la alternativa de desmantelarla no es una viable a corto plazo. Toma entonces la oposición sus denuncias, tareas, y observaciones, y sabiendo que son siempre estas las que obligan a los beneficiarios del poder a negociar concesiones, ya que los que mandan son por lo regular incapaces de iniciar ningún esfuerzo que los limite en sus ejercicios, permiten, muchas veces sin darse cuenta, que tales reclamos terminen siendo absorbidos por los que controlan las estructuras y de paso, mientras los cheches solidifican su posición, también debilitan la acción del grupo que inició el proceso de cambio, despojándolos así de agenda y acusándolos, en caso de que intenten reagruparse, de rebeldes profesionales que solo buscar joder en cada oportunidad que se les presenta.

Son estas para mí estas suficientes razones para cuestionarme si la colaboración con el poder realmente adelanta la sociedad justa, o por el contrario, solo asegura la permanencia y extensión de los corrientes descalabros sociales. Sin embargo, señalar progreso como resultado de pasadas colaboraciones parece ser parte esencial de la metáfora histórica que la mayoría acepta, dando la impresión de que existe gran abundancia de ejemplos en el pasado que apoyan tal visión. Mas es solo una impresión. La esclavitud con frecuencia surge entre los ejemplos favoritos de aquellos que buscan asentar como innegable el hecho de que vivimos en una época más noble, justa, y avanzada. Pero una mirada crítica y profunda al escenario actual, es suficiente para hacernos considerar si en realidad hemos adelantado la causa de la equidad y la eliminación del abuso, o si simplemente la hemos convertido en una situación más “fácil” de digerir, pero que en el fondo conserva las divisiones sociales básicamente en el mismo lugar. Sería sencillo mostrar que los poderes que dominaban y se beneficiaban de la sociedad esclavista son básicamente los mismos que hoy en día disfrutan de las desmesuradas ganancias que el sistema ofrece. Mas si declaramos progreso social entre el pasado y el presente, por lógica tendríamos que adjudicar progreso moral y mayor conciencia de justicia a los poderosos que supervisaron tal proceso, concesión que irónicamente no muchos se sientan inclinados a ofrecer. Cuesta esfuerzo encontrar miembros de la actual clase trabajadora, que frente a la necesidad de levantarse todos los días e ir a un trabajo en donde se les va la vida, pues tienen que dedicarla al beneficio del capital, canten contentos a la suerte que les ha tocados vivir. Mas sin embargo, y pese a la queja perenne que el ciudadano común hace de la situación en que vive, resulta desconcertante la aceptación conjunta de que la realidad contemporánea es el resultado de un indudable progreso material y cualitativo. Ya no somos esclavos. Somos libres de ir y venir y de trabajar donde y cuando nos parezca. Mas, ¿es esto realmente cierto? La descripción del trabajo que haría cualquier empleado hoy en día podría en duda tal progreso, sin tener que mencionar el evidente desbalance social y financiero del que padece la inmensa mayoría de los Negros en nuestra sociedad desprovista de esclavitud. Pero por alguna razón, deslumbrados por una visión que acepta a casi todos los antiguos miembros del tejido social como contribuyentes al progreso alcanzado, y que por lo tanto deben permanecer incluidos en nuestro andar hacia el futuro, insistimos en que la estrategia de presión y colaboración con el estado nos seguirá adelantando, como supuestamente lo ha hecho hasta ahora, hacia un mundo mejor. Aun el trabajo que nos agobia lo convertimos en un derecho a defender, siendo capaces hasta de tomar las calles exigiendo más, y añadiendo así a nuestras demandas lo que en realidad es un sofisticado instrumento de dominio y control. Algo así como la defensa del voto como un derecho sagrado que fue luchado a costa de sudor y sangre, convirtiendo la acción de despreciarlo en un sacrilegio, en una apatía reprochable, especialmente cuando se considera que muchos a otros se les niega tal derecho. Cuando en realidad son los poderosos los que han convertido las urnas en algo irrelevante, y nuestra cantaleta en su defensa, haciéndolo parecer un ejercicio en beneficio nuestro, solo actúa en favor de estos.

Me inclino entonces hacia la idea de que transformar el sistema es una trampa, pues casi siempre termina en su consolidación. Le damos las ideas al estado, a través de nuestros reclamos y protestas, de como ser más equitativos y estos, en muchos casos, ni cortos ni perezosos las adoptan, siempre a medias por supuesto, solo para lucir mejor y para, más importante aún, permanecer al mando. La idea de desmantelar el sistema no es nueva. Y tal vez pasó de moda por el sentimiento generalizado de que tal cosa es un sueño, una imposibilidad. Pero tanto nos hemos ido por el lado de la transformación (reforma, mejoramiento, etc.), que pienso no sería mala idea retomar el proyecto de tratar de crear algo totalmente diferente. Tal vez hasta olvidar que el estado existe, ignorarlo por completo como estrategia que evita caer en sus timos, los cuales nos consumen pensando que no hay otra realidad posible. Es aquí donde los artistas, los escritores, y todos aquellos que ven las cosas desde un ángulo nunca antes sospechado cobran importancia. Estos nos enseñan que como humanos, tenemos la capacidad de descubrir universos completos, que aunque existiendo frente a nuestros ojos, nunca los habíamos visto. Esta actividad creativa rompe el mito del estado y del sistema que los poderos pretender promulgar como único e inescapable. Es entonces dentro de estos universos alternos en donde descubrimos que nos podemos comportar de la manera en que quisiéramos que el mundo fuese, creando así un espacio en donde la bondad, el amor y la justicia toman precedente. Estos espacios, aunque parezcan inicialmente un producto de la imaginación, una ilusión tan pasajera como las nubes, son más cotidianos y comunes de lo que aparentan. Un rápido inventario de lugares concretos en donde todavía tenemos la oportunidad de ejercer nuestra influencia y autonomía, nos ofrece la amistad, la familia, y el vecindario, como instancias que si lo pensamos bien, prácticamente abarcan el todo de nuestra realidad, ofreciéndonos una esfera para ser y actuar de manera diferente. Una especie de sociedad, o sociedades paralelas, que eventualmente haga irrelevante lo que ahora existe, y que con su ejemplo, inspire a otros a imitarla.

La valorización y solidificación de estos espacios, en donde nos permitimos practicar relaciones de paz, amor y justicia, nos ayudan a darnos cuenta de que realmente no necesitamos, y por tanto aprendemos a dejar de procurar, al estado como proveedor de servicios y recursos, y como administrador de justicia. Un caso concreto es el de la instrucción. El estado y sus secuaces han logrado monopolizar la educación de tal manera que hasta nos pensamos revolucionarios cuando le exigimos mayores recursos para la enseñanza de nuestros hijos. Mas la educación pública, y aun la privada que no se escapa, no son más que un instrumento estatal, y por tanto de los poderosos, de asegurarse una empleomanía que garantice la continuidad en la distribución injusta de capital y recursos. Sin embargo, no es difícil imaginar, y sucede continuamente, que las familias asuman la educación de sus hijos en el seno del hogar, extendiendo así lo que naturalmente se nos ofrece desde el nacimiento de la criatura. El proveer trabajo, compensación, ejercicio de la justicia, vivienda, alimento, y vestido, tampoco tienen por que ser voluntariamente entregados al estado, cuando desde el círculo familiar, la amistad, y el vecindario podemos crear tradiciones que conduzcan a una vida más plena, satisfactoria, y sobre todo, de superior ecuanimidad en la distribución de recursos y promoción plena de talentos. El reclamo por mayores servicios de parte del estado, constituye una invitación que principalmente contribuye a la expansión de este hacia cada vez mayores áreas de nuestra intimidad y vida privada, renuncia voluntariamente al derecho de gestionar nuestra propia existencia, lo enmascara dentro de un manto de lucha por la justicia, y nuevamente termina concretando la estructura que en un principio creó el problema, arropándolo en capa de superhéroe, y presentándolo como nuestra única y mejor solución posible.

La búsqueda de la justicia imita en sus estados a la búsqueda de la verdad. Siempre tenemos la posibilidad de acercarnos, pero nunca nos podemos dejar creer que hemos llegado. Ya los antiguos nos advertían, que si por alguna casualidad llegásemos a identificar tanto la verdad como la justicia absoluta, nos está vedada la certeza plena de así saberlo. Mas en ningún momento nos enseñan estos, ni tampoco puede encontrase razón que lo justifique en el orden natural, que nos obligue a definir, determinar, y delimitar esta búsqueda dentro de los marcos de lucha contra el estado. Como humanos somos capaces de crear un mundo siempre mejor entre nosotros mismo