¡También es soberano!

Creativo

altJulio Eduardo discutía apasionadamente por teléfono. Se trataba de una llamada de larga distancia, la cual era motivada por cierta legislación que impulsaba la equidad de las personas que amaban a aquellos igual que ellos. ¨Mire Rivera, le digo, yo llevo toda una vida defendiendo la igualdad en el amor. No es posible en el Siglo XXI seguir diciendo que los gays somos distintos. Somos todos de la misma raza, la humana. Si usted quiere coger o dar por la Ponce de León, mire ese es su derecho. Nadie, y digo nadie, se lo puede impedir a usted”. Con esas palabras el activista Julio Eduardo Soriano transmitía desde la ciudad de Nueva York a sus hermanos boricuas, una idea tan sencilla pero tan potente – la equidad para aquellos que decidieran tener una vida alternativa.

Al terminar la entrevista telefónica, e inspirado por las ideas compartidas, comenzó un proceso reflexivo de su vida. Se acordó en ese momento como en plena pubertad madura al cumplir sus 21años pronunció su primer discurso “público”. Parado frente al espejo de vestirse de su madre Luca, fungía su ceño y distorsionaba su silueta. En ese momento en particular, llegada su mayoría de edad, quería declararle al mundo, que con su cuerpo nadie habría de interferir. Se declaraba públicamente mirándose ante el espejo que era gay. Su cuerpo, sus deseos y sus pasiones, eran de él. Ese era su imperio. Él era soberano sobre la voluntad de su cuerpo.

Esa fuerza fue la que lo había llevado unos años después, a tomar el micrófono frente a los de su propio partido político, y proclamarse ante los ojos de los mortales como de Dios, que sería el primer candidato abiertamente homosexual que habría de correr para la legislatura del país. Nadie le hizo mucho caso. Pero la pelea que había hecho abrió surcos en el país. Se dio a conocer. Aunque esto fuera como un candidato político derrotado en primarias que no había titubeado en decir que le gustaban los hombres y que su amor y pasión se iba por ellos.

Su inquietud por la igualdad de vida para los que eran como él no se modificó al pasar la vida. Continuó siendo como era: un fogoso político por la equidad de los que como él preferían a sus iguales. Pero por encima de todas las cosas, había vivido como un hombre de palabra: se atrevía a decir siempre lo que creía. Con esa fuerza había logrado vivir todos estos años, ya cerca de los 50 años, con varias condiciones de salud, incluyendo un virus contagiado en alguna esquina del país del síndrome inmunológico. Vivía con ganas de vivir, aún en cuanto le faltaban muchas veces las ganas.

Todas las mañanas desayunaba en el mismo lugar: en el dinner del 7 A de Nueva York. Allí se ponía al día con los quehaceres que sucedían en Puerto Rico, y con la prolongada correspondencia la cual nunca habría de terminar de contestar.

Luego de haber examinado el correo electrónico número 22 del día, se topó con el siguiente correo el cual le decía “Dios no le perdona lo que usted promueve. Los hombres y las mujeres son hijos distintos, y como tal deben permanecer. Lo invitamos a que venga a debatir con los hermanos y hermanas de la Iglesia Se Bueno para Siempre, Inc., y que escuche lo que tenemos que decirle. Firmado, Pastor Horacio Sincuenta”.

Al ver este correo electrónico y ante la invitación que le extendían sus enemigos históricos, los de la iglesia fundamentalista y de avivamiento se Bueno para Siempre, no tuvo la menor duda de pensar que la razón era un gran motivo para ir a Puerto Rico por unos días y participar de este diálogo. Pensó que a lo mejor los aires estaban cambiando en su querida isla. En ese momento estando conectado pautó una reserva con regreso de siete días, para permanecer en la isla junto a sus seres queridos y a sus amigos de la Iglesia Se Bueno para Siempre, Inc.

Al llegar todo era conmoción en Puerto Rico, pues un legislador de nombre Ramón Luis Nieves, había planteado algo que en esta pequeña isla era muy cuestionable. Quería legislar para que trataran a las personas de orientación sexual gay de forma igual en el empleo. Parecía una tontería, pero la reacción de la comunidad en general, y en particular de aquellos de la Iglesia se Bueno para Siempre, Inc., realmente no lo era. Se trataba del mayor atentado que se hiciera desde tiempos inmemoriales a la palabra divina, y sobre todo al pensamiento profundo de Dios, el creador que según esta iglesia había definido el amor profundo solo entre mujeres y hombres.

Al llegar a la Iglesia Se Bueno Siempre, Inc., fue recibido por el guardián del estacionamiento. Le preguntó su nombre y éste fue cortes y preciso en la respuesta, “Cándido es mi nombre, Cándido de Espíritu, con to´ y apellido. Pero aquí todos me conocen por Candi el dulcecito¨. Con esa introducción llegó Julio Eduardo a la iglesia. La dulzura de Candi le hizo sentir a gusto. Sobre todo que aún no entendía porque lo habían invitado a este diálogo.

La iglesia estaba llena de feligreses. Se veían como gente normal, y todos le recibían con mucho afecto al llegar. “Buenas noches hermano Julio Eduardo, bienvenido a la morada del Señor”. Esta era la forma más común con la cual le recibían todos. Llegó hasta el frente de todos los bancos, y allí le esperaba el pastor Horacio Sincuenta. Su sonrisa de recibimiento era amplia y profunda. “Buenas noches hermano Julio Eduardo Soriano. Bienvenido a la casa de Dios”. Gracias por aceptar la invitación”. Julio Eduardo no podía comprender aún porque tanto interés de invitarlo a conversar con los miembros de esta congregación.

El pastor Sincuenta inició su prédica haciendo alusión a los días difíciles que se viven. “Hermanos, vivimos en tiempos muy difíciles donde la palabra divina está siendo cuestionada por tantos y tantas, que ya no sabemos lo que es normal de lo que no lo es. Con ese pensamiento le hemos pedido al hermano Julio Eduardo Soriano a que comparta con nosotros su visión, ajena a nuestra prédica y a nuestro mundo, de que sean los hombres con otros hombres los que se amen”.

Julio Eduardo escuchaba al pastor con preocupación. En ese momento sentía que una cosquilla le recorría todo el vientre, sin entender ni saber que le pasaba. Solo escuchaba a los feligreses decir “Amen. Aleluya Cristo amado. Dios todo poderoso, corrígelo de palabra y de obra, que necesita dirección”. En ese momento Julio Eduardo pensó, por primera vez que se trataba de un entrampamiento. Que a lo mejor lo habían invitado para intentarlo “curar” y para que rectificara en sus deseos en la vida. Decidió entonces, ser consistente con su vida. Se las jugaría esta noche.

El pastor Sincuenta continuaba en su prédica sin guardar decoro alguno. “Esos hombres que sólo aman hombres, no tienen cabida en el reino del Señor. Esos hombres deben volver a la vida de los mortales en la tierra, donde hombres y mujeres viven para amarse y tener una familia”. Al cerrar su prédica, Julio Eduardo vio como los más de 200 feligreses allí presentes, se pusieron de pie y levantando sus manos comenzaron a gritar, de forma poco coordinada, “Aleluya, Cristo amado, Aleluya”.

Julio Eduardo se aproximó al podio con un poco de cautela. Pensaba que tipo de acercamiento debía tener en este encuentro, con la iglesia que más le criticaba, pero que había tenido el gesto de invitarle a conversar en directo. Volvió a su primer discurso “público” allá para cuando cumplió los 21 años. Pensó en lo lindo que se veía frente al espejo totalmente desnudo, pronunciándole a la vida que habría de defender los derechos por la equidad de los hombres que como él amaban a otros hombres.

¨Hermanos y hermanas de la Iglesias se Bueno Siempre, les doy las gracias por haberme invitado a estar aquí hoy con ustedes. Para mi es un honor este momento”. Aún no escuchaba a nadie responder a sus palabras introductorias. De forma tímida decidió continuar con su mensaje. “Familia de la fe en Dios”, se detuvo, y en ese momento escuchó el primer “Amen”, seguido por otro y por otro y sobre todo por un “Aleluya que Dios también es tu pastor”. En ese momento se sintió en confianza. Pensó que esta iglesia que hoy lo invitaba, podría entender su discurso de equidad.

“Dios me pide que les informe que las cosas cambian en nuestro país. Que ya nada será como era antes, pues personas como yo pedimos equidad”. Nuevamente el silencio reinó en la iglesia. Decidió ante lo incierto profundizar en su mensaje. “Dios me pide que le demos una oportunidad al amor entre dos hombres, que lo veamos también como normal”. En ese momento, escuchó al pastor Sincuenta protestar, y decir a viva voz “ese es el hijo de Satanás el que habla, no es nuestro Dios”. Las voces de los feligreses comenzaron a escucharse decir “Amen. Dios todo poderoso ayúdalo que lo necesita”. Julio Eduardo se puso un poco nervioso, y no entendía que decir ni que hacer. Volvió frente al espejo, y una vez más se miró en su desnudes. Fue en ese momento que escuchó a alguien gritarle “usted no es dueño de su cuerpo, Dios es su dueño. Dios es soberano de su cuerpo”.

Julio Eduardo fungió su ceño. Se molestó, pues desde que había alcanzado la mayoría de edad, había comprendido que él era dueño de su vida y sus deseos. Pensó que el viaje desde Nueva York no sería en vano, a pesar de que la iglesia lo decepcionó, si lograba transmitir algún mensaje con el cual la iglesia y sus feligreses se quedaran esa noche.

Ahora en un tono un tanto acrecentado, más agudo, Julio Eduardo los miró a todos con mucha atención, empezando con el pastor Sincuenta, y tan sólo dijo “Gente, desde que tengo uso de razón he sido el mismo, y su Dios me ha aceptado como soy. Sigo y seguiré defendiendo la equidad en el amor y en el trato de los hombres que amamos otros hombres. Y quiero que sepan que soy soberano de mi cuerpo, que soy soberano de la voluntad de Dios sobre mi cuerpo”. En ese momento se contuvo, pues no sabía si proseguir con su respuesta contundente a la intolerancia de la Iglesia se Bueno para Siempre. Aguardó unos segundos para ver si alguien le respondía algo.

El silencio fue total. Hasta que el pastor Sincuenta se levantó y de mal humor tiró su biblia al piso y gritó “es el hijo de Satanás, que ha venido a nuestro templo a predicar la palabra del Diablo”. En ese momento Julio Eduardo vio como todos los feligreses se levantaron y comenzaron a cantar un himno digno para la ocasión de intolerancia mientras levantaban sus manos y las movían. “Manda fuego Señor, manda fuego” cantaban todos a coro.

Julio Eduardo perdió la brújula. La situación y su desconsuelo eran totales. En ese momento vio a Candi el dulcecito entrar a la sala de la iglesia, pensó que ahora lo habrían de sacar físicamente. Entonces decidió irse de forma digna, no sin antes dejar establecido su mirada del evento.

“Hermanos me voy. Pero quiero que sepan que jamás podrán intervenir con mi deseo y mi voluntad. Porque yo, soy soberano”. Los feligreses de pie, con las manos en alto, clamaban por Dios y la muerte de Satanás. Entonces, Julio Eduardo tomó un segundo aire, y de frente les gritó “y este culo que tengo aquí detrás, también es soberano”.

Con esas palabras el silencio se apoderó de la iglesia. Candi el dulcecito, se retiró nuevamente al estacionamiento.