Exquisito Cadáver, Rafael Acevedo, Un Comentario

Crítica literaria
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alt“No tengo nada que contar,

solo algunas cosas que decir.”


Sentí, muy a los comienzos del libro, apenas en la página 17[1], el fuerte presentimiento de que sería sensato de mi parte permanecer en el área de Desintoxicación Onírica, junto a los cinco reclutas que no dieron la talla en el Centro de Entrenamiento Mnemotécnico, y pasar así a una vida más amena, en donde las lecturas literarias se hubiesen limitado a predecibles y esquemáticas estructuras sintácticas con tramas que, calmando mi espíritu al final de un día atareado, me ayudaran también a capturar el tan necesitado sueño y requerido descanso. Pero no fue así. Pues más pudo la curiosidad que la prudencia, y decidí continuar y embarcarme en la alucinante aventura intelectual que el protagonista de Exquisito Cadáver sigilosamente me ofrecía. Era un juego constante de barajadas temporalidades en donde el presente, pasado, y futuro se entremezclan con el propósito explícito de cuestionar la idea linear de tiempo. Nuestra historia, que no es historia, sino una serie de eventos que rehúsan dejarse moldear por las trabas cronológicas, nos ayuda a simpatizar con un personaje que discurre en una perenne duda sobre su propia humanidad, la certeza de lo que vive y, por ende, la veracidad de sus memorias.

Con irónica insistencia, el texto, a pesar del evidente sabor a futuro y a siglos venideros que se degusta en el consumo de sus páginas, se agarra con tenacidad a una sabiduría pasada, aquella que encuentra en los documentos y enseñanzas de Los Antiguos, los cuales cita y recita, pondera y reflexiona, buscando orientación y guía en las situaciones en que nuestro protagonista se encuentra. Es por esto que desde Homero, junto con las clásicas preocupaciones sobre el carácter fundamental de la naturaleza presentadas por los presocrácticos, pasando por Hipócrates y Galeno, y sus explicaciones sobre el funcionamiento y la razón de las enfermedades en el cuerpo humano, las costumbres del Medio Oriente Ancestral y los egipcios, el Mahabharata y el Bhagavad Gita, hasta Descartes, Hölderlin, y Spinoza, y aun con personajes alusivos a Nietzsche y otros pensadores del pasado que aparecen en la narración, Exquisito Cadáver hace las de un manual que compagina y mantiene vivas las preguntas iniciales del intelecto humano, y las recupera como básicas, aun en los mas recónditos lugares de nuestro porvenir. Es como si se viviera en tiempos en donde la reflexión filosófica, o de cualquier tipo, hubiese desaparecido, y solo quedase los textos antiguos, o los recuerdos de estos, tal vez en ediciones digitales, pues el papel y la escritura, en el mundo de Exquisito Cadáver, hace ya algún tiempo habían oficialmente desaparecido. La literatura estaba pues restringida a las recetas para la cocida de alimentos difíciles de conseguir, y tan solo en el clandestinaje se podían encontrar documentos aún escritos en papel. Más era esto, obviamente, una actividad riesgosa. 


“Lo mío era leer…”

Existe una hambruna que surge varias veces a través del texto. El hambre del hombre sin recursos, desempleado, apartado del sistema. El precio de insistir en no ser parte del concierto social al que acude la mayoría, y en donde hacer nada se convierte en el comportamiento radical más peligroso y perseguido. Mas cansado de la pelambrera y los trabajitos pasajeros, nuestro protagonista, aun sabiendo que no es lo que quiere hacer, decide abrazar la estabilidad de un salario continuo y comienza a trabajar en una empresa de investigación que, aunque privada, hace lo que en antaño hacía la policía gubernamental.

En este futuro, la distinción entre las agencias públicas y capital privado es casi imperceptible. Por lo menos así parece y así también es aceptado, que los funcionarios anteriormente públicos estaban ahora al servicio del sector privado. El origen de esta transición fue el intento de contraponer la eficacia de la empresa privada a la ineficiencia pública. Esta fusión alcanza ahora niveles internacionales, no pareciendo existir lugar al cual no haya llegado, o al cual ningún individuo pueda escapar. Mas el futuro de Exquisito Cadáver nos muestra que en el fondo nada cambia, aunque todos pretendan que sí. Las regulaciones que producidas por los informes que sometieron las comisiones, parecen haber determinado que era propio que lloviera solo los jueves. Sin embargo, en ocasiones, a los ineptos encargados se les olvidaba cerrar las llaves y llovía a cántaros, provocando inundaciones y descalabros en las preciadas reservas acuíferas. Tampoco era raro que lloviese en domingos, aun cuando no estaba así programado. El caso es que el agua se había convertido en un artículo de rareza tal, que su regulación, venta, y especulación eran un negocio prometedor, aunque peligroso. Esta crisis del agua es central en la historia, pues es la que crea la necesidad de invertir enormes esfuerzos en salir al espacio sideral en busca de una nueva fuente del preciado recurso que satisfaga las necesidades terrenales. El Proyecto Orión, nombre por el que se conoce tal empresa, es la historia grande que enmarca y da base a las cotidianas vicisitudes de nuestro protagonista. Y de este proyecto, aunque lejano y aparentemente irrelevante, parece depender la continuidad de la vida en el planeta.

No es sorpresa encontrar que nuestro personaje principal, fruto de la mente de Rafael Acevedo, es un lector empedernido. Mas en este escenario futurista, sus notables destrezas son ejercitadas como detective leyendo rostros de los sospechosos de algún crimen, y en ocasiones de las victimas recién muertas, en un esfuerzo por extraer sus memorias y así usarlos como evidencia.

Como escape a esta insensata manera de ganarse la vida, nuestro protagonista, al igual que parece ser muchos miembros de su sociedad, practica comunes ritos de relajamiento. La utilización de lentes, cascos, y máquinas de visión que transportan a sus usuarios en viajes virtuales, son frecuentemente usados para ayudarse a dormir. Estas máquinas son capaces, según se les programe, de tener acceso a recuerdos propios, los cuales se pueden ambientar con arqueologías musicales, como los boleros, e intersectar con cualquier información que se crea pertinente al momento. Acceso masivo a los eventos del pasado, algo ya presente en nuestro mundo, que al ser virtual, sirve solo como entretenimiento, y como tal, no parece instigar ningún tipo de reflexión profunda en las personas, y mucho menos acciones concretas que cuestionen las estructuras sociales.

Mas esto es solo el aspecto recreativo de la tecnología. Ya que en el futuro en donde se desarrolla Exquisito Cadáver, extensión lógica del camino evolutivo que nuestro presente inicia, la integración entre humano y máquina está ya bastante avanzada, hasta el punto de cuestionarse si personas que poseen una elevada cantidad de implantes e integrados dispositivos electrónicos son todavía humanos o, más interesante aún, si las omnipresentes humanoides máquinas podían considerarse miembros de nuestra especia, bien fuese por que todavía preservaban suficiente tejido biológico, o por haberse desarrollado de tal manera que ya no existiese distinción. Es en esta confluencia de diferentes, y a la vez similares seres, donde nuestro protagonista va encontrándose a si mismo, atando cabos sueltos, y cuestionándose, ¿en donde estoy parado yo? ¿Cuánto control tenemos en una sociedad llena de cyborgs con conciencia? Además, ¿de que tipo de conciencia estaríamos hablando? Ojos mecánicos que atacan al sentir celos. Realidades personales que por momentos divagan en el sueño y la fantasía para luego, en un instante casi simultaneo, regresar a la realidad. Replicantes que, mientras reflexionan sobre el valor de las cosas y su dependencia de la percepción y el momento, ponen un arma en la cabeza de nuestro protagonista, cuando este tranquilamente tomaba “un café en uno de los pocos espacios al aire libre que quedan en la vieja ciudad”, para luego salir corriendo, a la vez que lanzan una sonrisa de despido, nos ponen a pensar.


“La quería así, evanescente.

Quería la búsqueda.

No el hallazgo.”

Nuestro personaje es un romántico empedernido. No solo con respecto a la generalidad de la vida en la cual, aunque reconociéndola como meta fantasmagórica, insiste en perseguir la felicidad, sino también, y más aún, en relación al sexo opuesto. Su exploración, en ocasiones se concentra tanto en la insaciable búsqueda del afecto femenino como depositario de su salvación, que fácilmente se podría clasificar a Exquisito Cadáver como un romance. Un largo poema que de vez en cuando se entretiene en reflexiones sociales y científicas sobre el futuro, pero que en el fondo nos es más que una declaración de amor, un ofrecimiento a la ella que todos queremos encontrar en cada mujer que conocemos.


En uno de sus viajes de descanso virtual, nuestro protagonista, intencionalmente, comparte las reflexiones y penurias de Spinoza en su taller como filósofo pulidor de lentes. Un ego alterno que, a pesar de encontrar placer en sus análisis sobre la realidad, la divinidad, y la cosas, no solo se ve forzado a ganarse la vida en el ejercicio de mecánicas mundanalidades, sino que también tiene que luchar, pretendiendo que no le afecta, contra la consumidora pasión de un amor no correspondido. Se empecina entonces en su trabajo, y trata así de encontrar valor en la creación de lentes que le ayudan a verlo todo de la manera apropiada. No existe verdad absoluta, pues “todo es según el color del cristal con que se mira.”

Es entonces la palabra escrita, esa rareza desconocida en la trama por causa de su erradicación en un mundo que la considera perniciosa y desestabilizadora, la que actúa entonces como puente hacia la fémina idealizada. Desenvolviendo las bolsitas y abriendo las cajitas que en secreto había recibido de ella, las cuales guardaban oscuros caracteres escritos sobre una colección de superficies que no se limitaban al papel, pero que incluían la piedra, el metal, el cuero, y el pergamino, como quien hilvana un catálogo de la pasada historia del conocimiento y los esfuerzos humanos por preservarla para futuros lectores, estaban ahora en sus manos, y le tocaba a nuestro protagonista descifrarlos y así, tal vez, adelantar trecho en el camino, no solo hacia resolver las misteriosas circunstancias del crimen que la agencia investigadora le había asignado, pero también quizás, en el de su realización amorosa.

“La gravedad no es la tortuga

besando la tierra.”[2]

Con “knowbots” que filosofan y que cuando “mueren” lo hacen con frases de amor hacia las enfermeras, evidenciando así que deliran en oraciones de pura solidez científica, el Proyecto Orión, luego de una corta escala de exploración y fascinantes e inesperados descubrimientos en Titán, satélite de Saturno, continua su viaje hacia la nebulosa que lo nombra, en busca del invaluable líquido. Humanos eran imprescindibles para tal viaje, pero como nadie quería irse por tanto tiempo en una empresa tan riesgosa, se decidió reclutar convictos a cadena perpetua, si posible asesinos, dado su alto grado de inteligencia. Estos son educados en las ciencias y matemáticas a lo largo del viaje de ida, y lo harían con tal brillantez, que los monólogos y diálogos que Rafael Acevedo hace discurrir entre los miembros de la misión, sean estos humanos o no, representan una lúcida cátedra de eternas preocupaciones existenciales que el escenario del espacio interestelar amplifica, haciéndolas rozar los límites de la creíble improbabilidad, y untando así de una posible esperanza al deprimente y entrampado mundo que se dejaba atrás. Pero tal lucidez esta reservada para unos pocos. Queda entonces en la manos de nuestro protagonista decidir, y en las del lector de descubrir, si este es capaz de dar un paso radical hacia lo desconocido, o mejor, hacia lo que pensó que conocía.

Los informes de los observatorios terrestres sugerían que la nube de agua en la constelación sería suficiente para resolver la escasez en el planeta. Mas nadie estaba preparado para lo que la misión eventualmente encontró al llegar allí, y mucho menos para las decisiones tomadas por la tripulación. Es un final de viaje que con sus descubrimientos nos socorre, tanto a nosotros como a nuestro protagonista, en atar y dar sentido a los minúsculos eventos de la cotidianidad terrenal. La conclusión de una larga esperada por la divisoria clasificación entre lo real y lo mecánicamente alucinado. Es una narración que regresa al planeta ofreciéndonos posibles nuevas pistas para la liberación, las cuales el lector es convidado a usar en su propio navegar por el laberinto de las cosas contadas en Exquisito Cadáver.



[1] San Juan, Ediciones Callejón

[2] José Lezama Lima, “Muerte Del Tiempo”, citado por Rafael Acevedo en “Exquisito Cadáver”.