“(In)somnio” o como participar de un deporte extremo sin salir de su alcoba: Un recorrido por la novela de Ana María Fuster Lavin

Caribe Hoy

altAdentrarse en el mundo paralelo de (In)somnio, de Ana María Fuster Lavín, es un viaje a los parajes más recónditos de una topografía emocional desconcertantemente parecida a nuestras propios laberintos, y nuestras más deliciosas y tenebrosas fantasías.

La soledad se cuece en binomios, la mayor parte de las veces entre la narradora y sus “otras” alternas que son espejo, antagonistas, desdoblamientos, recuentos y “obscuros objetos del deseo” alternadamente.

Fuster Lavín nos seduce con contenido y forma: los descarnados encuentros eróticos que alguna vez nos cruzaron por la mente y por las manos; los juegos de palabras que como un vino sedoso nos obliga a regresar y saborearlo entre lengua y paladar; la mordacidad con que se burla de los personajes que invaden el espacio del lector con sus vulgares o rebuscadas cafrerías; el excitante temor que nos provoca el voyerismo de lo extremo; la fantasía de beber la sangre de amantes, extravagantes peligrosos y odiosos conocidos.

La evolución de los personajes resulta una montaña rusa de anticipaciones, confirmaciones de los más espeluznantes oprobios y los más desinhibidos deseos que todos compartimos y que nos penden de un hilo hipnotizante, un señuelo seductor, un tentador anzuelo para cándidos que oscila frente a nuestros ojos. “Ella”, la narradora, la protagonista, la observadora, la víctima, la victimaria, la amante del lector - y la lectora que se lo permite -, en sus insomnios fantasea con ser seducid@ por un ser así: dominatriz de sus verbos, portadora de una nota promisoria para alcanzar sensaciones inimaginables, y a la vez, provocadora de ese vértigo que sirve de antesala al salto al vacío y la exhilarante sensación de dominar el miedo extremo o el paralizante terror de no poder pisar tierra firme.

El insomnio es el vestíbulo de la locura y de la muerte. La oscuridad matiza todos los escenarios. La locura se le antoja ser el diagnóstico de tanta incursión en un pasado que se empeña en aferrarse a la cotidianidad empapándola de ardor y de asco. Una cotidianidad de la cual la narradora se desviste constantemente para incursionar en los laberintos de ese mundo paralelo donde sorber la sangre es una forma de alimentar el alma, reconstruir su mundo, de obsesionarse por un sentido que nunca cumple su promesa de revelarse y dar razón de ser a una existencia hueca, pletórica de deseos y desengaños. Dice la narradora: “Mi obsesión… radica en beber la sangre de las palabras, amar sin reparo, recolectar historias para reconstruir la mía… quedo apalabrada en el sarcófago de mi piel.”

Las mujeres que la habitan, desdoblamientos de una misma psiquis, se buscan, se encuentran, se funden, se desdoblan y se lanzan en la búsqueda de los ángeles protectores de una muerte que desean, les acecha y les consume. Los versos de Oliverio Girondo, - “se desmayan, reviven, resplandecen/…se contemplan, se inflaman, se enloquecen/“se repelen, se enervan, se apetecen/se acarician, se besan, se desnudan/se derriten, se sueldan, se calcinan/se desgarran, se muerden, se asesinan”… - sirven de brújula y de cartografía a los encuentros entre amantes y víctimas, entre ángeles y espantapájaros, entre vampiros y hechiceras, entre percances con amantes continentales y deidades precolombinas que conflagran y se complementan, entre escenas sacadas de un filme “C” y estados de arrebato en que vísceras y ascos se empecinan en abandonar el mundo gris de la semi-conciencia para convertirse en recuerdos que el lavado de las manos no logra erradicar… “out, out, damn spot…”

La narradora deshoja las emociones más estremecedoras (“Como cuando mi madre se acostó con mi novio en el carro…”; “Me odiaba más que a su abuelo que abusó de ella”; “…ella era un imán para oler maldades y perdiciones ajenas.”); las más reveladoras de una psiquis que se deleita en su patología (“El doctor dice que es una disociación, algo así como una coexistencia de sistemas mentales separados… Ana era mi forma de sentirme seguro, independiente. También de vengarme de quienes me lastiman.”; “Escribir las tentaciones para sacarlas de la carne.”; Reinvento mis pensamientos, también otra carne para mis perversiones.”); las más lúbricas (“Besaré la boca de todas las bocas, y mientras la libertad retome el orgasmo final, iré apalabrando el silencio, conjugando cada verbo hacia la muerte”; ‘El ménage à trois ha sido el banquete de todos mis desvelos”; “La abundancia del placer… se hizo sangre”); y las más provocadoras (“Inventar la verdad es el recurso de las especies en peligro de extinción”; “La dicha final es la maldición de mi carne”; “…quiero ser sangre de tu sangre y mi sangre tu delirio.”)

En resumen, (In)somnio es una expedición con una guía didáctica al fondo de nuestras propias pesadillas y nuestros propios ensueños; y es un “pase” de feniletilamina (la narradora hace referencia a esta gloriosa sustancia que vale la pena googlear) y a la vez es un empujón en el pecho, es un reto a ver cuán “autopendejos” somos ante la realidad que todos vivimos pero pocos reconocemos, aun cuando necesitemos agua oxigenada para disolver las manchas en nuestras manos.

Invito al (In) somnio de Ana María Fuster Lavín. Advierto que es una aventura que debe hacerse sin la supervisión de un adulto y bajo su propio riesgo.