Encuentro con el mercado negro de La Habana

Caribe Hoy

alt “Tío, menos un aka o un tanque, cualquier cosa”

HAVANA TIMES — Así me saludó un hombre con ojos de águila que captura sus presas en una de las cuadras aledañas al habanero supermercado de Carlos III, un “mol” tropical siempre atestado de gentes y donde la música revienta los tímpanos mientras el abastecimiento juega a la guerrilla: hoy la mercancía apetecida existe, mañana desparece, como la pintura de vinil de un azul específico que necesitaba un amigo a quien acompañé en su inútil procura por unas 6 tiendas de la capital.

Esta ausencia de lo que buscas y no encuentras se refleja en la actitud, mirada y rostro de los frustrados compradores. Los mercachifles del submundo comercial son expertos en lectura gestual y facial. La inestabilidad en las ofertas es el terreno de caza de las águilas, esos personajes que forman el último eslabón de la economía soterrada y su imagen visible.

“¿Qué le hace falta?”, la pregunta vino después del titular. “Tenemos de todo, pida por esa boca”, fue su puntillazo y el pie para que mi amigo dijera el simplísimo producto deseado.

Él necesitaba urgentemente colorante azul para acabar de pintar el cuarto de su pequeño hijo. Tenía suficiente pintura de vinil blanco, pero el azul no alcanzó para la segunda mano y en las tiendas…

Carlos III. “Ni lo busque, no hay”, sentenció el proveedor callejero con la certidumbre de quien maneja las existencias en todos los almacenes y comercios de la capital. Cerrar todas las puertas son las garras para capturar a su presa. “Lo tengo, ¿cuántos frasquitos quiere?” Mi amigo pidió dos para no quedarse corto. “Espéreme aquí mismito”, dijo y se perdió entre el tumulto de viandantes que circulan por la zona.

Mi amigo no preguntó precio. Necesidad obliga, que es la pendiente por donde caer con suavidad y hasta con satisfacción en las redes de este underground que, a partir de las necesidades, ha ido socializando el comercio: todos, o casi todos, por una razón u otra, caen en ella y pasamos de consumidores a cómplices. ¿Quién pregunta de dónde salió el producto? ¿Del acaparamiento o del robo en los almacenes? Quizás de ambos. Mientras aguardábamos apareció, gorra del NYK, pulóver rojo, espejuelos oscuros imitación de Rayban, jeans algo gastados y tenis blanco, el águila dos. Lo de éste era el universo automotriz: baterías, piezas de repuesto, neumáticos.

Yo sabía que las baterías de distintos tipos habían estado desaparecidas, especialmente las que llevan los carros pequeños, como los “polaquitos” (Fiat polacos) o los Daewo Tico. También había visto las colas para devolver baterías compradas que resultaron en mal estado. Los reclamantes, comprobante de la compra y de la garantía en mano,

esperaban por la devolución del pago, que les fue retribuido. Yo no necesitaba ninguna de sus ofertas, pero el periodista que habita en mi decidió dispararle al águila y verlo reaccionar. Deseaba ver cómo planeaba su aterrizaje. “Necesito una batería de polaquito”, dije aunque esa no es la marca de mi auto. “Tengo. ¿Tienes el carro aquí?”, inquirió. Ante mi respuesta afirmativa me indicó que bajara dos cuadras por esa misma calle y después de doblar a la derecha parqueara a medianía de la calle. Las águilas disponen de almacenes en las zonas de operaciones. Cuando fue a voltearse para ir hacia donde tiene “su almacén” –que es parte de la cadena y supongo lo cambien cada cierto tiempo–, lo detuve para decirle que no, pues sabía que muchas de las baterías estaban resultando deficientes y la gente las devolvía, yo había visto las colas en la tienda.

Sorpresa: “Las baterías esas vienen de México, hay demoras en el puerto de allá (México), después el viaje en barco, otra demora en el puerto de La Habana y aquí las almacenan y guardan por mucho tiempo a como sea; la carga “potencial” con que vienen (lenguaje experto, pensé), va perdiendose, así como los ácidos…ese es el problema”. Su explicación, verdadera o falsa, le quedó bien.

Lo interrumpí. “¿Y las tuyas, no?”. “Lo mío es directo, tío…te la vendo con garantía de tres meses, igualito que en la tienda y más barato: 45 (CUC) y es tuya”. Estas águilas son más vendedoras que la empleomanía de las tiendas, te caen arriba amelcochándote, hacen derroche de labia y seguridades. A los de las tiendas eres tu quien tiene que caerles arriba, si no te les acercas, ellos como estatuas, hablando entre sí o por teléfono. ¡Qué diferencia!

Después de agradecerle su amabilidad, dije que no compraría. “Tú te lo pierdes… pero ya volverás, yo siempre estoy aquí”. Y se marchó hacia la zona donde venden gomas y baterías. Alguien caería en sus garras. El vendedor del colorante regresó con los dos frasquitos herméticamente cerrados. “Compruébelo”, dijo y se lo dio a mi amigo. “Son 4 CUC” (Pesos Convertibles), en la tienda, cuando los hay, oscilan entre 1 y 1.25 CUC. Recibió el dinero y se marchó con su último comercial: “Cualquier cosa, siempre estoy por aquí”.