Eduardo Lalo escribe desde el invisible centro del mundo

Cultura

altCaracas- El jurado del XVIII Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, concedido al puertorriqueño Eduardo Lalo, comparó a Li Chao con la Nadja del surrealista André Breton y la Maga del extraterrestre Julio Cortázar.

Pero la joven Li Chao, una china semiesclava y devota de la sensibilidad de Simone Weil, hija del trauma y el desarraigo, lesbiana y enamorada de un escritor de lúcido pesimismo, es la protagonista de un relato que no ocurre en París.

La tenue y a la vez estremecedora historia de la novela "Simone" acontece, simplemente, en otra parte.

No París. No Londres. No Nueva York. El centro del mundo para Eduardo Lalo -el autor-amante de Li Chao y, por tanto, el último ganador del premio Rómulo Gallegos, recibido en agosto pasado en Caracas- queda en San Juan de Puerto Rico, una ciudad que ama y aborrece, a la que maldice y arrulla, de la que nunca se marcha y, aun así, a la que regresa incesantemente, como desafiando una doble imposibilidad.

Lalo confiesa a Prensa Latina no guardar memoria de la Cuba donde nació -allá por los comienzos de la década del 60- poco antes de que sus padres (él español, ella cubana) emigraran primero a la Madre Patria y tiempo después, de vuelta al vecindario, a la alegremente llamada "isla del encanto".

Nunca regresó a Cuba.

"No. Porque no me ha interesado", contesta, y su respuesta desnuda cierta verdad: se nace aquí o allá por pura casualidad y solo más tarde uno comprende adónde pertenece.

"Mi familia -explica Lalo- es de emigrantes, no tengo familia en Cuba... Mi padre es un exiliado de la Guerra Civil Española. Por otro lado Cuba está al lado, pero está muy lejos. Desde Puerto Rico no es tan fácil ir y yo nunca he tenido demasiado dinero. Claro, soy lector, auditor y espectador de innumerables obras cubanas...".

Sin dudas, el escritor prefiere conversar sobre la tierra donde creció, desde donde contempló muchas tardes la raya inaccesible del horizonte y fue conociendo el mundo y conociéndose a sí mismo, donde comenzó a escribir a los 16 años: el lugar que usted puede leer en sus libros.

Habla bajo y pausado. Y así cuenta a esta Agencia la buena nueva de que San Juan, su ciudad, no está habitada por una "subhumanidad", aunque sea la capital de "un país prácticamente invisible".

"Mis posiciones a veces despiertan desazón", advierte Lalo, quien también es fotógrafo, artista plástico, aunque su "primera motivación, el primer amor", lo que lo ha acompañado siempre sea la escritura.

Ocurre que él ha asumido esa invisibilidad, la ha explorado en sus libros, en sus ensayos fotográficos, porque está convencido de que el centro del mundo está allí: "en la medida en que yo la abrazo", dice.

Acaba de ganar el que acaso sea el premio de novela más prestigioso de todo el ámbito de la lengua, pero no por eso Lalo se figura a sí mismo a la manera de un cartógrafo iluminado. San Juan es el ombligo de su universo, solo eso. ¿Y a qué más puede aspirar una ciudad sino a habitar sin complejos en el interior de su gente?

"No me llames que por ahí yo no quiero ir", suelta Lalo cuando se le pregunta sobre las cosas, las obras, los autores que marcaron su trabajo.

Las influencias son también "aquello que no quiero ser", explica.

O sea, "la notoriedad por la notoriedad, (...) el no poder controlar mi trabajo y un editor me diga qué hacer y se manipule mi imagen o se tergiverse lo que hago, (...) no tener libertad", enumera como exorcizando las amenazas, los fantasmas que pudiera atraer este honor ganado antes por Vargas Llosa y García Márquez y Carlos Fuentes y, años después, Roberto Bolaño y en 2011 Ricardo Piglia.

"Las influencias -reflexiona- no se dan de manera determinista; un escritor es un supersector, pero todo influye de alguna manera: desde la música que escucho, un libro de antropología, las experiencias personales...".

Eduardo Lalo asegura aborrecer especialmente el que alguien en una oficina de un ministerio en Madrid pretenda decretar en qué consiste el hispanismo y se muestra un hombre muy capaz de cargar contra los molinos del eurocentrismo e incluso contra su admirado Bolaño -aprecia sobre todo al escritor de "Los detectives salvajes"-, quien hacia el final enseñó en algún pasaje una "soberbia arrogante y absurda, llena de una gran amargura".

Senegal es una opción, le contesta Lalo a Bolaño gritando en sordina por sobre el muro que divide la vida y la muerte, el éxito actual y la gloria irrompible.

Aunque hable de otra cosa, Lalo siempre está hablando de Puerto Rico. Senegal es su isla, ese bocado de tierra al pairo en un Caribe que él sabe "invisible para mucha gente".

"El problema puertorriqueño, por desgracia, en estos momentos es un problema osificado. No preveo cambios ni de inmediato ni a medio plazo. Lo cual es terrible..." afirma, tragando en seco por "las manos atadas" y "la profundísima crisis" y "la calidad increíblemente negativa" de la clase política local.

Describe esa fauna: "Son depredadores en su mayoría. No buscan un cambio, lo que buscan es hacer fortuna para irse al exilio y olvidarse del país... Una cosa muy latinoamericana".

Para el autor de libros como La isla silente, Los pies de San Juan, La inutilidad, Dónde, Los países invisibles y El deseo del lápiz, "la situación puertorriqueña pertenece a otra época...".

"Estamos -sostiene- en el siglo XXI, en un mundo cada vez más interconectado, más globalizado, y nosotros más aislados".

De cualquier manera, Lalo da fe de que el independentismo, como la cultura puertorriqueña, continúa muy vivo.

Asegura que allí "hay un pueblo que sigue produciendo cultura..., escribiendo, haciendo música. Así va construyéndose una cultura aunque no la República de Puerto Rico. (...) Aunque parece que el único proyecto que tenemos hoy en día es emigrar, no existe un trauma de identidad... Somos puertorriqueños".

Entonces agradece al premio Rómulo Gallegos la oportunidad de romper un poco el multiplicado aislamiento de su isla -dos colonizaciones en medio de las aguas marginales del Caribe se antoja demasiado- y deja la sensación de que solo por eso ha ofrecido, todavía un poco a regañadientes, un montón de entrevistas durante los últimos meses.

Lalo tiene pendiente un nuevo volumen híbrido de ensayos textuales y fotográficos. El punto de partida será una serie de imágenes que "no traten de aplacar el enigma de la realidad".

Espera ahora que regresen las jornadas de invisibilidad creativa, en su cuarto de trabajo, en la mesa de una cafetería o frente al mar, donde pueda encontrar el sosiego imprescindible para traducir en palabras aquello que lo inspira: "el dolor de la humanidad".