Serie: Un escriba en el nuevo medievo (3): Arcilla

Cultura

altA veces el agua refresca los labios del escriba; único recurso en un largo día dentro de los límites amplios del reino del Gran Comendador. En ocasiones, su mirada se detiene en algún detalle casual en la indumentaria de una transeúnte de larga cabellera. Y esa pequeña cuerda a modo de pulsera o una florecita pintada de azul en un fondo blanco revelan, quizás más que los tatuajes que adornan el cuerpo de esas mujeres.

Lo cierto es que para continuar la rutina establecida por el ritmo megapolitano no es necesario para los asociados pensar. Ejecutar es la norma; lo único que se requiere. En este punto el escriba echa mano de recursos adquiridos durante el ocio santo; ese sacrilegio cognitivo, pura comedia para quienes compartieron con él un tramo… y cuando a ratos transgrede las rutas y normas de la zona en la comarca, los demás se dan cuenta de su equivoco. Y lo ubican fácilmente entre la multitud, por las camisas sin botones, por las salpicaduras rosadas entre la negrura turbia del uniforme. Mientras… Entiende que lo que pensaba supremo valor, es ahora una quimera utópica, tan válida o inválida como las demás.

Por eso, durante semanas, intenta la continua compañía del silencio mientras toca su dedo huérfano del sencillo anillo de madera. Un pequeño aro de cedro que su tacto involuntario reconocía de inmediato. La última ceniza palpable de la factura pendiente por haber sido él mismo, en un pasado remoto, abismo, acantilado ser indolente, insondable de pura arcilla.